Restaurante El Fondín

A pesar de su proximidad (en línea recta debe haber cinco o seis kilómetros desde Oviedo), llegar a Brañes es como ir en busca del Yeti, lo cual tiene la ventaja de que se abre el apetito, porque lo que nos encontraremos en la mesa merece la pena un paseo.

No esperen filigranas, si Pepi lo intentase, seguro que arruinaría el negocio, pero sí unos espárragos casi eróticos (cuidado si van con niñas), unos buenos picoteos y, lo fundamental, guisotes para morir luchando.
Pote, fabada, manos de cerdo, callos, conejo casero, carne gobernada, pollo golfo, pero golfo... golfo, lo que siempre se dijo gallo y que ahora, con el cuento ese de la “llingüa”, se denomina finamente “pitu caleya”, que debe ser algo así como eso de los gays, bisex y metros, pero en pollo.
Poco a poco la pequeña quintana se ha ido agrandando y ya hasta el horreo cobija los servicios, porque la oferta de la familia, se ha consolidado y hasta se pueden degustar excelentes pescados con absoluta garantía de frescura (como sólo abren el fin de semana, no hay posible duda sobre su frescura).
Manuel lo tiene muy claro, ellos trabajan para vivir, pero no viven para trabajar, así que los fines de semana y festivos se dejan la piel dando cientos de cubiertos, pero el resto de la semana, descansan y preparan tranquilamente la intendencia para cuando empiece la batalla.
No olviden que es un comedor popular, decorado con mucho gusto y acogedor, pero popular al fin y al cabo, así que hay ruidos, niños llorando, madres dando voces, horteras aullando la canción del verano, etc.


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