Los jóvenes gallegos, beben albariño.
A pesar de las insidiosas campañas antivinícolas de la señora Salgado, esta semana pudimos comprobar, con gran satisfacción, como los jóvenes gallegos alternaban hasta altas horas de la noche con vinos de Rías Baixas y no con calimochos, cubatas y otras porquerías que, como todos sabemos, no solo destrozan los hígados, sino incluso el cerebro, porque un alcohol de mala calidad achicharra todo lo que pilla a su paso, sobre todo las neuronas.
Fuimos un grupo de periodistas especializados para dar cuenta de la nueva bodega de Mar de Frades, una de esas preciosidades que dejan boquiabiertos a nuestros compañeros foráneos porque en ningún lugar del mundo se están construyendo bodegas con tanto gusto y diseño como en España.
Como es preceptivo en estos eventos, comimos toneladas de marisco y bebimos hectolitros del dorado elixir (por cierto nos deslumbró el Viña Valiñas, el especial de la casa, con un 50% de vino fermentado sobre sus lías en barrica de roble y del que hablamos a continuación en su respectiva ficha de cata) y, por la noche, ya por nuestra cuenta, recorrimos todos los garitos de SanXenxo.
Como bien apuntó mi querido colega Mikel Zeberio: “Habéis dado en el clavo. Este es el futuro del vino, la juventud. Lo que habéis conseguido vale una fortuna incalculable. Hay países que pagarían lo que fuera por este logro. Lo primero por la salud de los jóvenes, porque no es lo mismo pasarse de copas de vino, que de destilados, por otro lado está la cultura, es precioso ver a los jóvenes gallegos bebiendo vino gallego y en tercero, claro, la economía, porque esta es la cantera de vuestros futuros clientes. En Bilbao a estas horas solo verías beber cubatas y calimocho, una pena”.
Claro que si la Salgado afirma que es lo mismo beber el alcohol que contiene un delicioso y perfumado Mar de Frades, que aquel de garrafón con que han preparado un botellón de Fanta, pues jodido lo llevamos.
Dicen que la ministra de agricultura está realmente preocupada por el sector vitivinícola español. Me extraña porque nada que sea racional es compatible con los enrevesados e inextricables cerebros de los políticos, pero quizás fuese bueno que se sentase cara a cara con su colega la Salgado, que además de llamarse igual, son del mismo partido y encima orensanas, y le explicase que muy torcido lo llevan los bodegueros para aumentar sus producciones y ventas si desde la administración, en vez de ayudas, solo reciben palos entre las ruedas de la bicicleta.
Galicia planta viñas, tanto en el Salnés como en O Rosal, Valdeorras o Ribeira Sacra, señal de que las cosas van bien, pero ¿Hasta cuando?
Mientras nuestros competidores de Francia, Italia, EE.UU., Nueva Zelanda, Argentina, Chile, etc., cuentan con importantes campañas de promoción y sensibilización para que sus jóvenes prescindan de los destilados de dudosa calidad (el azúcar de las bebidas gaseosas con que se hacen esos combinados, son otro factor insalubre a tener en cuenta), y aprendan a beber vino con moderación, aquí, esta analfabeta, pregona tolerancia cero. ¿Será del Opus o será de Mao?
Hace unos quince años, cuando escribía para el diario El Progreso de Lugo, publiqué unas reflexiones parecidas. Venía de hacer un trabajo en Bresse y me hizo una gracia enorme ver como cuatro jóvenes se sentaban en la mesa de al lado, pedían la carta de vinos, discutían sobre cual les parecía más interesante y se bebían la botella entre los cuatro, comentando las virtudes o defectos de sus respectivas copas. Aquello me fascinó, qué bien, qué comportamiento más culto y elegante.
Ahora parece ser que en Galicia es frecuente ver lo propio en sus bares y hasta se pueden oír conversaciones inteligentes que, en vez de discutir sobre la última miseria del Gran Hermano, discuten sobre si ir al Don Camilo o al Castelao, porque en el primero tienen Do Ferreiro Cepas Vellas 2004 y en el segundo Viña Valiñas 2005.
Pero claro, tal y como van las cosas, como para exigir una asignatura en el bachillerato que hable de gastronomía y vinos.