La Gran Cena de Fin de Año
Entre la juventud, esta noche está mas identificada con la juerga hasta el amanecer, que con la gastronomía. Es una pena, pero como decíami padre q.e.p.d.: la juventud es la única enfermedad mental que se cura con el paso del tiempo.
Hay que admitir que son ya muchos días de comilonas, y que los estomagos están ya resacosos y hastiados, sobre todo si se ha abusado del alcohol y de los mariscos, sin embargo como ya dije al principio no solo de langostas vive el hombre, y el recetario antiguo tenía grandes platos tradicionales para cada festividad, como el bacalao con coliflor, que degraciadamente yo nunca he visto en ningún menú de esos fastuosos que anuncian en restaurantes y hoteles para despedir el año viejo.
Lo que sí es habitual es el cabrito, uno de los manjares que ha sobrevevido durante siglos en nuestra más pura tradición gastronómica, y que hace las veces de sucedáneo en las regiones cantábricas de los no menos famosos corderos castellanos, en este caso y con perdón de los asadores de Aranda, puedo decir que mejorando incluso su emblemático plato.
Los cabritos lechales son exquisitos, y es una lástima que en muchos lugares se asen despiezados y bañados en aceite.
No hay mejor forma de degustar este bocado que simplemente tostado en un horno de leña de alguna panadería antigua.
El perfume del hogar se compenetra con el suave sabor de la carne blanca del animal que aun no ha probado el pasto, para dar como resultado un bocado que expertos gastronómos franceses han tenido que reconocer, públicamente y por escrito, que es uno de los platos mas exquisitos del mundo, único que la cocina francesa no ha podido nunca igualar.
Por supuesto hay que mencionar el pavo, un ave que nos llegó de América y que causó sensación en nuestro continente desde su llegada, si bien yo atribuyo ese éxito mas a su volumen y exótico plumaje que a su calidad sápida.
He obviado expresamente los pescados porque creo que cualquier otra fecha de invierno es mas aconsejable para consumirlo que en estos días de navidad.
Ese monstruo fagocito llamado Madrid que devora todo lo que encuentra a su paso, en estos días siente predilección por engullir pescados y eso provoca una escalada de precios injustificada, sobre todo para los que tenemos la dicha de vivir junto al mar.
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