Torrijas y picatostes
No les voy a negar que en el fondo me trae absolutamente sin cuidado si alguien llama de tal o cual forma a un plato o a un determinado postre, porque lo que realmente importa es que la cocinera lo haga con cariño y buena mano, pero cuando en algún foro aparece el típico listo preguntando: “¿Y porqué a esto se le tienen que llamar torrijas y no picatostes? Porque en mi casa se llamaron picatostes de toda la vida, y desde luego yo no voy a cambiar ahora porque en Madrid se llamen de otra manera”.
En primer lugar hay que puntualizar que por muchos años que el interlocutor tenga, algo más tiempo tiene la Real Academia Española, que es a quien corresponde fijar el lenguaje, ya que, sin contravenir las libertades personales, si en Llanes a los chorizos les llamasen morcillas, y en Nava a las morcillas chorizos, nunca un llanisco podría compartir sus recetas con un naveto, lo cual sería una verdadera calamidad para ambas gastronomías.
La palabra picatoste viene del verbo picar, y si bien el D.R.A.E., tan poco serio con la gastronomía como es habitual, se limita a decir que es una “rebanadilla de pan tostado con manteca o frita”, lo cierto es que por su propia etimología, implica que tal “rebanadilla” ha de ser cortada en trozos más o menos voluminosos.
Los libros más antiguos no aportan muchas luces, de hecho, si bien el de Martínez Montiño habla de unos “Picatostes de manjar blanco” que en algo se podrían parecer a las torrijas, algo antes cita otras dos recetas “Picatostes de ubre de ternera” y “Picatostes de riñones”, que evidencian la incongruencia de esa palabra.
Es más, yo estoy plenamente convencido de que si aquel ilustre polígrafo español llamado D. Felipe Picatoste y Rodríguez no alcanzó la celebridad merecida por sus estudios matemáticos, astronómicos, y geográficos, tan injusto trato solo se debió a la controversia de su apellido.
Sin embargo las torrijas están casi científicamente descritas (hasta por el D.R.A.E., que ya es decir), indicando como las rebanadas (ya no dice “rebanadillas” sino rebanadas) han de ser mojadas en leche o vino, rebozadas en huevo, fritas en aceite o manteca, y al final endulzadas con miel, almíbar o azúcar.
Evidentemente con estos preceptos, se explica que nuestro glorioso general Torrijos, mártir del liberalismo español asesinado por los lacayos del malnacido Fernando VII, fuera loado en un soneto por el propio Espronceda, y su nombre luzca con letras de oro en Parlamento.
La etimología de torrija viene de torrar, y así el antes citado cocinero de principios del XVIII, hablaba de unas “Torrijas de natas sin pan”, lo que no solo recordaría morfológicamente a la actual Leche frita, sino que implicaría que estas se hacían habitualmente con pan, lo que nos acerca ya casi punto por punto a las actuales torrijas.
Hay un refrán safardí que dice: Ni Pesah sin masa, ni ija sin kazar.
En lo de casar a la hija yo no puedo hacer nada, pero en lo de hacer masas para la Pascua, estoy en ello, sobre todo porque mi colega Vilabella lleva unos años muy preocupado por su desaparición, lo que el define como “El crepúsculo de las torrijas”, a las que identifica con “esas amantes olorosas y bien peinadas, que al marcharse de nuestra vida dejan un reguero de nostalgia”.
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