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Adiós siglo XX

 
Diario El Comercio año 2000.
Por fin parece que el dichoso siglo XX se acaba de una vez y es que entre milenios, fines del mundo, y demás patrañas comerciales, llevamos ya dos años esperando cambiar de centuria y no no hay manera.

Y de pronto, cuando este belicoso, sanguinario y revolucionario centenario se va, nos llega la pregunta: ¿y qué pasó con la gastronomía en este siglo?
Pues creo que habría espacio para escribir un libro porque desde el descubrimiento de América, con la incorporación a las mesas europeas de productos tan transcendentes como el tomate, el pimiento (y consecuentemente el pimentón), las patatas, las judías, el maíz, etcétera, nunca los hábitos alimentarios de la humanidad habían sufrido tal convulsión.
Avances técnicos como la pasteurización, la liofilización, los refrigeradores y congeladores, la acuicultura, los vegetales transgénicos, la ganadería intensiva, etcétera, han modificado nuestra sociedad hasta el extremo de dejar en ridículo aquel país de Jauja que pintara Brueghel y en el que se podían comer pollos, salchichas y huevos hasta dormirse ahíto.
Hoy, dejando aparte las vergonzosas diferencias con los países subdesarrollados, en nuestra sociedad el único veto lo pone ese médico que, a la vista de un papelín lleno de cruces llamado análisis, nos dice aquello tan cariñoso de: «Es un milagro que todavía no le haya dado un infarto. Desde hoy, a dieta rigurosa».
Pero no solo hemos conseguido alcanzar el nivel de saturación de alimentos (ojo con el concepto, que tiene tela), si no que además de poder elegir sin darle importancia entre diez o doce marcas de huevos, leches, salchichas, pollos, etcétera, también hemos pulverizado los conceptos de la buena gastronomía.
Y la verdad es que del siglo nos sobra la mitad, porque mirando solo de la Segunda Guerra para acá, este mundo es otro.
Hace apenas treinta años ir a comer a un chino era una excentricidad, hoy es un recurso de bolsillos desafortunados.
Hoy la gran máquina económica que mueve la alimentación es el diseño, bolsitas de colorines de contenido efímero pero que llevan a una empresa de patatas fritas a convertirse en multinacional capaz de hacer temblar a todo un estado.
¿Y la hostelería?
Pues a pesar de ser el escaparate que todos miramos fascinados, en realidad es lo que menos ha cambiado, salvo por el detalle de que en el núcleo social en que antes había un solo restaurante de lujo, ahora hay cien que superan los parámetros de valoración de aquel único de hace treinta años.
¿Inmovilismo?
En absoluto, se han introducido enormes mejores, no solo en instalaciones si no en conceptos coquinarios como cocciones cortas, recetas orientales, estética artística en la presentación, aligeramiento de salsas y grasas, etcétera, pero mirando a grandes rasgos, con macro perspectivas espacio-temporales, salvo que antes comían en mantel de hilo cien señorones y hoy lo hacemos cien mil paisanos, pues comparando la restauración con la revolución total provocada por las grandes superficies, pues pecata minuta.
Salvo claro está, las cadenas de franquicias, porque en Asturias todavía estamos comiendo como Dios manda en chigres, casas de comidas, o restaurantes de mayor o menor caché, pero ya se le están viendo las orejas al lobo y los jóvenes, que prefieren la parafernalia del cartón y los colorines a los verdaderos placeres de la mesa, van a provocar un cambio como los que ya padecen Madrid, Barcelona o Sevilla.
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