La Guía Michelin, también toma el pelo a los franceses.

Hacía muchos años que no practicaba el turismo de carretera por el país vecino. Un saltito desde Euzkadi a Iparralde, una vuelta desde la Cerdaña por Perpignan, nada, como andar por casa, pero resulta que este verano decidí recuperar las viejas costumbres y salir a la aventura para rememorar aquellas vacaciones con mis padres de las que recordaba con verdadera nostalgia la llegada a preciosos publines llenos de flores y de lujuriosas charcuterías y fruterías que gritaban ¡cómeme, cómeme!

Para no revocar la Ley de Murphy, todo lo que podía salir mal, salió mal.

Tenía previsto visitar Lille, pasear por su famoso casco antiguo, ver las tallas de la Vieja Bolsa, comer en la histórica Huîtrerie, en fin, gozar de todas aquellas sutilezas que recomendaba La Guía Verde. Lo que no dicen los señores de la Michelin es que Lille es una gran ciudad, del tamaño de Sevilla, con sus correspondientes suburbios, atascos y demás asquerosidades propias de las metropolis, pero con el agravante de que por su circunvalación pasan varias autopistas que aglutinan el tráfico de París hacia Bélgica, Holanda, etc., así como el del resto Europa Norte, hacia Inglaterra (paso de Calais), por lo que los atascos de la M30 en viernes son una minucia comparados con lo que allí contemplamos.

Vamos, que fue algo así como si un suizo que va camino de Marbella, ve recomendados los huevos fritos de Lucio y dice: “Vamos a entrar en Madrid a tomar una cañita a la Cava Baja, que dice la guía que es un barrio muy simpático”. Y claro, doblada, inolvidable.

Logramos salir indemnes de aquel infierno y paramos en Laon, una espectacular plaza merovingia amurallada, en la cima del único montículo que hay en toda la Picardía y capital mundial de la alcachofa, que por cierto no había.
Como no encontramos una oficina de turismo y callejear por un casco medieval con una autocaravana de más de siete metros de largo no es ninguna broma (esa fue otra, pero la culpa no fue de la Michelin, menos mal), me decidí por aparcar el autobús en un Leclerc y comprar los correspondientes planos y guías: Michelin en exclusiva.

Qué bien se lo montan.
Guía de campings de Francia, tres mil pelas del ala.
El más recomendado de la zona, uno en el parque natural de L’Ailette, en Chamouille, a cincuenta kilómetros.
No hay más que hablar, rumbo Sur, quince rotondas, siete perdidas, tres conatos de bronca, en fin, lo normal, y por fin, camino del merecido descanso.

Paramos a echar gasoil, dos señoras se estrellaron frente a la gasolinera, lo habitual.
Mientras se insultaban y peleaban por dilucidar quién había tenido más culpa, le pregunté al gasolinero por la entrada al camping y con ese resoplido de hastío tan familiar entre los franceses, me respondió que hacía año y medio que estába desmantelado porque en su sitio estaban construyendo una macro urbanización.

Omito las opiniones que me salieron del alma porque fueron tan soeces que hasta el gasolinero se turbó, pero pasado el primer berrinche, lo primero que pensé fue: Los de la Michelin no solo nos la meten doblada a los españoles, sino que hasta con sus propios compatriotas, son igual de sinvergüenzas, porque hay que ser canalla para publicar estas falsas informaciones.

Mi dilatada experiencia como sufridor de esta publicación, primero como hostelero y luego como crítico, siempre me sugirió una cierta inquina contra nuestra cocina. Para tener estrellas había que hacer cocina afrancesada, un dos estrellas de Italia apenas si rozaba la calidad de un R en España, el castigado lo era de por vida, como sucede con Casa Fermín de Oviedo que, siendo quizás el mejor restaurante del Principado y uno de los mejores de España, se la quitaron hace diez años y que si quieres. En fin un descalabro que pasaba por negligencias como mantener restaurantes que llevaban tres años cerrados (debajo de mi casa, en Gijón, hubo uno que duró cuatro), ¡incluso con estrella! que ya es el colmo.

Pero no, no se trata de ningún problema de chauvinismo, desprecio u odio por lo de Bailén, sencillamente es una absoluta desconsideración hacia el usuario, sea español, francés o tutsi.

Ya de vuelta de nuestro trágico viaje (cuando digiera las vicisitudes que sufrimos, les intentaré contar algunos detalles barnizados con humor, por ahora estoy convaleciente y mis males no me dejan ni reír), pasando por las Ardenas, comprobamos que había pueblines preciosos que, entre sus encantos, alardeaban de disponer de espectaculares campings, como es el caso de Charleville-Mézières, Rocroi, Monthermé, Fumay, Vireux, Givet y así, hasta la treintena.
Según la guía de campings Michelin, tan solo hay dos y, por cierto, cutrecillos según su información.

Creo que los comentarios huelgan, sobre todo si tenemos en cuenta que para la mayoría de nuestros restauradores, esta publicación es la máxima referencia de calidad del mundo.
Un consejo para quienes visiten esa zona, recorran el curso del Meuse desde Givet hasta Namur, sobre todo la parte de Dinant, es un lugar de ensueño, un poco cursi, de película de amor y lujo, pero realmente fascinante, algo absolutamente distinto a todo lo que se pueda ver en España, que ya es decir.

Ítem digo, que en Wavre (Bélgica zona valona, a 40Km de Bruselas), en la taberna Maxime, probé los mejillones a la marinera más ricos de mi vida, con una salsita de apio fresco y echalotas, deliciosos (pinchen aquí para ver la receta). Lo apunto porque, por supuesto, tampoco aparece ni tan siquiera citado en la Michelin, aunque es famoso en muchos kilómetros a la redonda.