Empanadas, alta cocina para comer fácil
Damos la bienvenida a todos esos millones y millones de turistas que van a visitar nuestro querido Principado durante estos días, y les deseamos que disfruten de nuestras lindas playas, de esta refrescante climatología, y sobre todo de nuestra insuperable gastronomía, porque es evidente que todo aquel que haya elegido nuestras tierras para su solaz, lo habrá hecho pensando en nuestras buenas mesas.
Así que ya saben, sean todos bienvenidos, disfruten de estos bellos parajes, respetenel entorno y sus gentes, y sobre todo suelten los bolsillos, porque en Asturias no se puede veranear de bocata y tartera, sino de bugre y rodaballo para arriba.
Pero entre el bocadillo y la zarzuela de mariscos, hay un escalón intermedio, una especialidad españolísima, uno de los más brillantes inventos del homo sapiens: La empanada.
No sé demasiado bien cual es su origen, y sin duda algún sagaz lector pensará: “Pues muy sencillo, es una evolución lógica del bocadillo, una forma de llevar la comida al lugar de trabajo, en el campo, en la mar, o hasta la factoría”.
Claro, no sé porque no se me había ocurrido a mí, sin embargo me gustaría también saber porqué solo existen empanadas en España, porque eso de llevar la comida a la era o al tajo, sucede en todos los puntos del globo, en todas las latitudes, y en todas las culturas.
Sin embargo, empanadas, lo que se dice empanadas, solo las hacemos por aquí.
Bueno, y en aquellos países que comparten nuestra cultura, como son los iberoamericanos, donde mantienen esta tradición tan viva o más que en la península.
Y de nuevo interviene el astuto lector, que ya empieza a ponerse impertinente: “Hombre, por favor, no seamos carpetovetónicos. Eso de que la empanada es patente hispana es un chauvinismo pueril. ¿Que me dice usted de las pizzas italianas, de las quiches francesas, de los pies ingleses, o de esa interminable retahíla de brots que hacen los alemanes?”
La verdad es que hoy estoy de buenas y no voy a ensañarme analizando cada uno de esos platos, recordando por ejemplo como la pizza es una adaptación de las cocas baleares llevadas a Italia cuando Nápoles pertenecía a la Corona de Aragón, simplemente le contestaré una cosa: “Estimado lector: pruebe usted la empanada de merluza del restaurante Sport de Luarca, y a partir de ahí podremos seguir debatiendo de una forma equilibrada".
Decía Cunqueiro que recordaba como “uno de los bocados más exquisitos que hayan entrado en mi boca” una empanada de berberechos que probó en Villagarcía.
Y si bien los gallegos mantienen la empanada en lo más alto de su estandarte culinario, los asturianos, que debemos ser los españoles que peor vendemos nuestras exquisiteces, también tuvimos una brillante historia empanadera.
Ya no quedan lampreas en nuestros ríos, pero una empanada de anguilas es un bocado tan glorioso, que si el general Junot lo hubiese probado antes de atacar en monaterio de Guadalupe para robar la fórmula del hígado de oca trufado, hoy día Francia exportaría empanadas a medio mundo en vez de Foie d’oie truffé.
Luego están las piezas duras, lo más heavy de nuestras gastronomía: las empanadas de masa de maíz con relleno de sardinas salonas. Auténtica artillería de costa para desafiar a los más valientes durante una buena espicha.
Claro que todo este misterio y embrujo de descubrir los tesoros que lleva oculta esa quebradiza masa hojaldrada, desaparece cuando en algún mostrador vemos esos mazacotes de pan revenido, en cuyo interior se pierden algunas briznas de cebolla y bonito. Pero eso es otro cantar.
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