Azúcar blanquilla
Hace escasos días, en una de esas reuniones de intelectuales asturianistas que a modo de abertzales proclaban a voz en grito ser descendientes directos de D. Pelayo y poseer en función de su linaje la única y perfecta Verdad sobre todas las cosas, entre otras muchas majaderías se criticó el menú por su escasa asturianía, y ya que estabamos en Oviedo alguién reclamó carbayones.
A mí no me gusta discutir, y menos entre personas que no saben escuchar, entre otras cosas porque el whisky me traba la lengua, pero como tuve que mordermela para no llamar analfabetos a algunos de aquellos ilustrados contertulios, pues he aquí algunos datos a guisa de respuesta, que de paso quizás puedan resultar de cierto interés para nuestros inteligentes lectores.
Todos los postres elaborados con azúcar blanca son de reciente creación y se pueden considerar foráneos ya que la primera refinería de remolacha fue la construida en Passy por Napoleón en 1813, y este producto no llegó a España hasta finales del siglo pasado, y aún con gran recelo, ya que la producción de azúcar de caña era una de las principales riquezas que nos producían las colonias caribeñas.
Pero si nos remontamos aún mas en el tiempo y en la pura asturianía, lo cierto es que ni siquiera era el azucar morena algo de la tierra, ya que esta se cosechaba exclusivamente en el Nuevo Mundo y antes de llevarla allí los primeros colonos, solo se elaboraba en las regiones más meridionales de la península, sobre todo en la zona levantina.
Así pues el único edulcorante auténticamente asturiano es la miel, y no estaría de mas que esos señores apicultores que tantas subvenciones reclaman para poner tenderetes en las ferias, elaborasen un recetario de dulcería antigua asturiana usando las distintas variedades de miel que produce nuestra comunidad.
Sí procede hacer una matización sobre el azúcar morena o de caña porque como suele ser habitual, nuestros vecinos los franceses se apuntan el tanto de haberla introducido en Europa procedente de las cruzadas allá por el siglo XII, cuando en realidad en España ya se consumía habitualmente por el pueblo árabe y mozárabe desde finales del VIII.
Los primeros datos apuntan que fue en Persia, a mediados del siglo VII, cuando un cientifico del sultán comprobó como el zumo de una determinada caña se cristalizaba en una sustancia tan dulce como la miel pero mas facil de manejar, y una vez aplicada en las cocinas reales, su producción industrial se propagó por todo el mundo islámico. Claro que como los señores esturianistas reniegan de que por sus venas corra una sola gota de sangre infiel, pues con ellos no va esta guerra.
Al ser los dulces el mayor lujo de las cocinas medieval y renacentista, cuando los primeros conquistadores informaron del calorcito que hacía por el Caribe, los agrónomos de la Casa de Austria llevaron rápidamente cañas de azúcar al Nuevo Mundo que prendieron con tal pujanza, que al cabo de pocos años eran miles y miles los esclavos que morían a latigazos en los ingenios americanos (así es como se llaman las plantas de producción y tratamiento de la caña) para la gloria y beneficio de las arcas reales.
Tal importancia tomó este monopolio, que el bloqueo impuesto a Francia después de la Revolución hizo temblar a Napoleón cuando sus soldados le dijeron que si no disponían de azucarillos para el cafelito del desayuno, pues que no luchaban, y entonces sus ingenieros descubrireon la forma de sintetizar la remolacha. El pequeño corso perdió la guerra y Fernando VII reinstauró la Inquisición, pero la dulcería española dejó para siempre de saber a caña y a miel para apestar a remolacha, y a mutinacional.
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