Restaurante La Nueva Allandesa

Este restaurante tiene todo el encanto de volver a aquellos controvertidos años sesenta en que, para los excéntricos gustos minimalistas de hoy, se servía comida de rancho, pero que, cuando se tiene un poco más de sensibilidad, se aprecia un fondo sabroso, goloso, casi morboso, como conducir un Ford Mustang color guinda y asientos de cuero blanco.

En unos parajes donde si yo fuese Miguel de la Cuadra Salcedo diría que nunca ha pisado el hombre, no es fácil encontrar d o n d e comer con un mínimo de garantías, no ya de higiene, que en eso Asturias ha dado un giro copernicano, pero sí de calidad de cocina y de servicio digno.

Les sorprenderá que un territorio tan vasto como es la montaña occidental sólo haya dos comedores recomendados, pero ésta es la realidad y cuidado, porque fuera de estos, el nivel baja peligrosamente.

No es ésta, casa de lujos ni sofisticaciones, comprenderán que semejante aspiración resulta incoherente cuando vislumbren el percal, pero sí se come bien, muy bien, cojonudamente, pero así, un poco a lo bestia, en cantidades que sólo con verlas, ya sube la tasa de ácido úrico, colesterol y hasta bilirrubina. Es un buen sitio para librarse de una suegra fartona, porque entre el pote, el repollo relleno y el cachopo, no hay viuda que lo resista. Si aún así ven que aguanta, pidan el surtido de postres, todos caseros, atómicos, sin posibilidad de supervivencia .