Agua de limón con azahar
De los cientos de miles de joyas gastronómicas que nos legaron los árabes de Al Ándalus, una que cada verano me hace reflexionar sobre lo bien que vivían aquellos señores, es el Agua de limón perfumada con pétalos de azahar y hojas de menta fresca.
Esta receta aparece en muchos tratados de origen persa, porque, desgraciadamente, de los andalusíes, solo se salvaron dos del salvajismo clerical: el Kitâb al-Tabîkh (Anónimo andaluz) y el Fudalat al-Khiwan (Abu Ali ibn al-Hassan ibn Razin Tujibi), milagrosamente trasladados a Marruecos antes de la diáspora, y conservados respectivamente, en la Biblioteca de la Universidad de Tubinga, y en la Nacional de Francia, París, pero donde no hay referencias a bebidas ya que estas se trataban como medicamentos.
¡Ay! Si pudiese tener acceso al grandioso Canon de medicina (القانون في الطب) del gran maestro Avicena, menudos zumitos y aguas cordiales que se prepararía el gachó. Esta, seguro que era una de ellas, porque en días de calor, es el mejor remedio contra la sed.
Yo la preparo para esa hora tonta de la tarde en que como empieces con los gintonics puedes acabar muy mal, y la verdad es que mis invitados me lo agradecen, salvo los colegas de la profesión, que esos no perdonan.
Otra aplicación que uso con mucha frecuencia es para comer. Desde que tengo uso de razón, nunca he comido con agua, ni espero tener que hacerlo jamás, pero en situaciones límites como la que estoy ahora (el sábado 25 de Julio del año 2009, me puse a régimen bajo la advocación de nuestro santo patrón, el apóstol Santiago), pues no hay más remedio que prescindir del venerable vino y, como agua no pienso beber en la mesa aunque en ello vaya la vida, pues me preparo algún potingue, como té frío, cerveza de jengibre, etc., que dan el pego.
La receta
La receta es tan sencilla como exprimir tres o cuatro limones, añadir azúcar, un poquito de esencia de azahar, agua fresca y batir hasta que se licúe el azúcar. Luego le ponemos bien de hielo y a correr.
Cuando tenía mis propios naranjos y limoneros, la hacía con agua del pozo y pétalos frescos de azahar, pero todo aquello quedó en mi añorada y violada casa de Castropol. Ahora uso Pulco, que es un zumo natural mucho más perfumado que los limones que se comprar en la frutería del Hipercor, que solo saben a botica y a phorexpan.
Tampoco tengo agua de pozo, pero le pongo una mineral baratita, porque la del grifo sabe a lejía (sobre todo en verano, porque Salinas se llena de turistas y nos quedamos sin agua buena).
Como tampoco tengo naranjos, pues ahora le añado una esencia sintética que me asquea, porque lo que sí que no estoy dispuesto es a hacer la compra en la farmacia (tengo una pista sobre una empresa sevillana que sigue elaborándola como cuando los árabes).
Antes usaba azúcar de caña, que le daba un color tostado muy agradable, pero ahora, como estoy diabético, pues le pongo sacarina.
Eso sí, la ramita de menta es fresca y muy rica, porque la tengo en una maceta en el alfeizar de la cocina, así que algo natural si que le pongo, para que me recuerde aquella deliciosa e inolvidable que le preparé al califa Abderramán I (عبدالرحمنبنمعاويةبنهشامبنعبدالملك), la mañana en que inauguró su mezquita de Córdoba, cuando me pidió una agüita de estas para quitarse “la caló”.
Las de hoy se parecen más a la que tuve que prepararle a Boabdil, el "Desdichado" (أبو عبد الله محمد ابن علي), la tarde en que entregó las llaves de la divina Granada a aquellos cafres llamados Reyes Católicos, que llevaron a España, la más bella, la más culta, la más elegante, la más avanzada sociedad de Historia, a la más rancia, retorcida y truculenta Edad Media, cuando Europa ya disfrutaba del esplendor del Renacimiento.