Menudo gazpacho, se dirán ustedes, porque con tantas verduras esto más que una caldereta de pescado parece una sopa minestrone, pero la razón es que el salmón, al igual que las sardinas, es una fuente de ácidos grasos insaturados omega 3 de primera magnitud, por lo que debería incluirse en nuestra dieta al menos una vez por semana, pero también coincide en que si se fríe o asa a la plancha, despide un olor que apesta la casa durante dos días.
Otro gran problema es que, aunque guste, su consumo repetido cansa rápidamente, como acredita aquella famosa cláusula de los trabajadores de la central hidroeléctrica de La Malva en Somiedo, que exigieron por contrato que no se les diera salmón más de una vez por semana (esta anécdota se atribuye a diferentes ríos, incluso a los mineros de las cuencas del Nalón y Caudal, pero es falso porque éstos llevaban de casa su almuerzo y pescar un salmón no es fácil. Lo que pasaba en La Malva es que, al recanalizar el río para construir la presa quedaban muchas piezas atrapadas y ahí si que había para dar y tomar).
Recuerdo que, siendo niño, mi padre compraba una vez al año una rodaja de salmón, una de las golosinas más esperadas del año, y cuando nos contaba esta historia, le mirábamos con suspicacia. Ahora que lo tenemos en las pescaderías a diario y a precio económico, ya comprendemos hasta qué punto podía ser cierto.
El caso es que a mí me gusta investigar formas que cambien la percepción del salmón y sobre todo que no apesten la casa, de ahí la cantidad de variantes que enumero en la página
Recetas de Salmón.
La receta
A la vista de la relación de ingredientes, esta receta parece una de aquellas rocambolescas que ideaban Escoffier o Carême y que requerían la participación de media docena de ayudantes, pero en realidad es sencillísima, sólo requiere un poco de paciencia para lavar y picar las hortalizas.
Pelamos las patatas, las partimos en cachelos y las echamos a la olla cubiertas generosamente de agua que llevamos a ebullición.
Mientras, hacemos un sofrito con la cebolla, el pimiento, el puerro, las zanahorias y los ajos. Cuando empiece a coger color, lo vertemos en la cazuela de las patatas y añadimos el apio y el hinojo bien picados. Salpimentamos y perfumamos con el eneldo que puede ser seco.
El punto lo marcan las patatas que son las que más tardan en cocer, así que cuando estén blanditas apagamos el fuego y añadimos el salmón.
Podemos pedir al pescadero que nos saque los lomos limpios, porque la carne ya contiene suficiente grasa como para no necesitar aprovechar la que se queda en la piel. Incluso podemos pedirle que nos lo corte en tacos del tamaño de un huevo.
Les habrá extrañado que dejemos el salmón crudo, pero es que simplemente con el calor del guiso ya estará en su punto. Además, lo más cómodo de este plato es prepararlo con adelanto, incluso si nos viene bien, se puede hacer de un día para otro, resultará más sabroso porque los sabores se habrán compenetrado. A mi mujer le gustó tanto que guardó lo que había sobrado, lo comió al cabo de dos días y me aseguró que estaba aún más rico.
Este es un plato muy aromático, pero son perfumes florales, vegetales, con la consistencia del sofrito y el salmón, por lo que marida muy bien con cualquier vino blanco, incluso con rosados y tintos jóvenes fresquitos. Esta vez lo probamos con un Mar de Frades 2012 y desde luego creo que será difícil encontrar un vino que encaje mejor, porque respetaba perfectamente todos esos aromas y aguantaba de sobra la estructura del plato.