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Bodega de recuerdos

 

Diario El Comercio año 2000.
 

Si hubiese contado las veces que he oído decir eso de: «¿Pero no te hace duelo beberte una botella que cuesta ese dineral?», seguro que tendría para escribir un libro, y es que hay multitud de gente que se gasta los duros en botellas míticas que luego se arruinan en una estantería, eso sí, conservando impecable esa etiqueta que dice «Único».

El triste final es que el señor se muere y su hijo las canjea por cubatas en el restaurante de la esquina, o, peor todavía, un día de arrebato, su mujer se las bebe con las amigas mojando pastas, con lo que ese maravilloso Vega Sicilia del 70 se fue al otro mundo sin haber satisfecho a nadie.
Aún así le da pena desprenderse de esas joyas
Bien, pues he aquí la solución: bébase el contenido, y conserve el envase, pero no como coleccionar cascos, porque además de una horterada, daría a su bodega aspecto de basurero, sino para encapsular recuerdos, por ejemplo, los del momento en que se bebió.
Me explico.
Este fin de año lo celebré con un doble magnum de Allende 96. Un espectacular botellón lacrado de tres litros de fastuoso reserva, con el que pusimos el cuerpo a tono para recibir el milenio.
Terminado el evento, sobre un cuidado pergamino, se reseñó lo mas destacado del acto: «Bebido en la cena de Nochevieja del 1999 con Claudia Shiffer en el refugio de Cabaña Verónica. Comimos un delicioso capón a la Chamberí y el vino estaba algo tierno, pero muy elegante, complejo de aromas, y con gran estructura de boca. Terminada la botella, bailamos en pelotas un «Corricorri» sobre la nieve. La constelación de Orión brillaba divina, y la luna, en cuarto menguante, nos recordó que estábamos a diez bajo cero, por lo que seguimos la fiesta a cubierto. En Picos de Europa, siendo las 23,30 horas del 31 de diciembre de 1999. Deo Gratias».
Firmado por todos los que disfrutamos de aquel vino, se enrolló el documento, se ató con un cordelín de bramante, se salpicó con las últimas gotas de vino, y se introdujo en la botella.
¿Se imaginan que recuerdos tan entrañables me vendrán a la memoria dentro de cincuenta o cien años, cuando un día cualquiera, quizás algo nostálgico, saque el oxidado papelín, y recuerde como brillaba esa noche Orión en el firmamento de Picos?
Y así, poco a poco, se va uno construyendo su propia bodega de recuerdos: «Château d’Yquem del 67, en Castropol, para celebrar la despedida de mi segunda esposa. Las virutas de hígado de oca macerado a la sal de canela, estaban de pasmo» o «San Vicente 94, en Pola de Siero, día de la proclamación de la Tercera República. A pesar de la edad, el vino aún estaba vigoroso y con una sinfonía de aromas terciarios y hasta recuerdos de la Tempranillo Peludo. El chivo expiatorio a la estaca resultó algo correoso».
De esta forma tan simple y original (la idea es de José Miguel Güayar), podremos disfrutar del vino, única forma de justificar el millón de pesetas que hemos pagado por ese Petrus del 82 en Fauchon, y de paso, además de conservar imborrable el recuerdo de aquel momento con que alegrar los días tristes (algún día el médico nos prohibirá beber vino), cada vez que algún amigo impertinente venga a visitarnos, pues podremos granjearnos su odio eterno poniéndole verde de envidia al mostrarle todo lo que nos hemos bebido, y con pelos y detalles del momento.

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Escrito por el (actualizado: 08/03/2015)