Yo acuso
Viernes 13 de enero 2006
“J'accuse le général Mercier de s'être rendu complice, tout au moins par faiblesse d'esprit, d'une des plus grandes iniquités du siècle.”
Hoy, 13 de enero, conmemoro el aniversario de la publicación en el diario L’Aurore de la famosa carta de Emile Zola a Felix Faure, presidente de la Republica, acusando a toda la estructura jurídico militar francesa de negligencias y manipulaciones para condenar a Alfred Dreyfus.
El vergonzoso comportamiento xenófobo de la derecha parisina, se convirtió en orgullo nacional al liberar del patíbulo a un honesto oficial cuyo único crimen fue ser judío. Desde entonces, en Francia, cada vez que se maquina un complot contra algún inocente desamparado ante la Justicia, alguien grita: “¡Recordad el caso Dreyfus!” y antes de que otro Zola diga “J'accuse”, más de uno se pone las pilas y se desgarra la camisa pidiendo clemencia.
Pero en España no hubo Zolas, ni mucho menos, la posibilidad de un caso Dreyfus.
En 1492 se expolió y asó en la hoguera a miles de moros y judíos. Desde entonces es un deporte nacional perseguir a quién no siga las pautas establecidas, aunque estas sean ignominiosas, inmorales e indecentes.
Antes de Zola ya hubo otros nobles valientes que gritaron y publicaron su “Yo acuso”: Cicerón, Galileo o José Miguel Carrera Verdugo, prócer de la emancipación de Chile.
Pero en España nadie grita “Yo acuso”. No es políticamente correcto. No es rentable. Quizás tantos siglos de Inquisición hayan modificado nuestra genética y la cobardía forme parte de la idiosincrasia de nuestro pueblo.
Hace unos días, hablando con cierta bodega, su director comercial me decía:
- “Querrás decir de la guía Peñín”, le respondí y sin pestañear me respondió.
- “Bueno sí, de las dos”.
No es que sea ninguna práctica deshonesta, siempre y cuando esa inserción no altere las puntuaciones del vino, pero es que yo sé puntualmente que La Guía Proensa no cobra por reproducir las etiquetas, de modo que volví a insistir, hasta que al fin le dije:
-“Bueno… Yo creo… Quizás esté confundido… En realidad no es de mi departamento… Yo hubiera jurado… Tampoco es que lo critique …”
A este punto hemos llegado.
Dice un refrán castellano que no basta con ser honrado, sino que hay que demostrarlo, pero hoy ya ni basta con eso. Todos, golfos u honrados, todos estamos en el mismo saco: “¿Crítico gastronómico? Caradura que vive de poner el cazo”.
Si hasta las propias bodegas, que saben quién pasa la factura antes de publicar y quién no, dan por aceptado el pago de la astilla (así se decía en los Juzgados), qué no pensarán los lectores y el resto del mundo profano.
Al final, he de reconocerlo, Peñín tenía razón, como, hagas lo que hagas, te van a llamar puta, pues no seas imbécil, al menos cobra, que eso te llevas.
Así que no solo denuncio a esos chantajistas que han hecho de nuestro oficio una actividad delictiva, sino que acuso a todos los que participan de ese juego, ya sea encubriéndolo, como el general Mercier del caso Dreyfus, ya sea regándolo con sus contribuciones.
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Yo acuso, a los críticos corruptos que puntúan en función a la publicidad recibida porque hacen que todos seamos tratados como granujas .
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Yo acuso, a las bodegas que pagan y callan en vez de denunciar, porque ellas han fomentado esta práctica de la que ahora se quejan.
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Yo acuso, a esos fariseos que nos meten a todos en el mismo saco, porque no hay mayor desconsuelo para un trabajador honesto que ser tratado como un rufián.
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Yo acuso, a los medios que ofrecen a sinvergüenzas escribir gratis a cambio de una tribuna que les sirva como arma de extorsión para sus turbios trapicheos.
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Yo acuso, a los hagiógrafos que glosan los productos de cualquier traficante de vinos o comida, a cambio de un plato de lentejas.
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Yo acuso, a esos rancheros y vinateros que ponen alfombra roja y besan la mano a quienes saben que no son sino chantajistas, enemigos pagados, golfos de carrera.
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Yo acuso, a esos mal llamados compañeros que promueven un corporativismo deshonesto para monopolizar el sector y poder vender favores o amenazar con descalificaciones ignominiosas a su antojo, para cobrar los impuestos del chantaje.
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Yo acuso, a los sometidos que esconden la cabeza cuando hay que dar la cara por miedo a que el amo del pesebre les quite la ración de pienso o a que la mafia les señale.
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Yo acuso, a los gobernantes que, sabiendo de prácticas fraudulentas, subvencionan y apoyan a organizaciones gansteriles que aterrorizan a profesionales y empresarios honrados.
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Yo acuso, a los jueces y fiscales que permiten que estos delincuentes campen a sus anchas, mientras que los ciudadanos honestos huyen de los tribunales porque saben que solo perderán tiempo y dinero.
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Yo acuso, todo este montaje en el que, una vez más, los consumidores, antes llamado pueblo, son los parias sin derechos, los paganos de una fiesta espuria que los desprecia y ridiculiza, porque, no nos engañemos, ellos, nosotros, porque yo me siento en ese banco, somos los realmente perjudicados por todo este circo.
¡Viva Dreyfus! Aunque no sé ni quién coño era.