Chorizos de Malleza
Ir a malleza es como dar un salto en el tiempo y volver a aquellos días en que los indianos regresaban a sus aldeas a bordo de los fastuosos “Haigas”, deseosos de respirar el aire limpio de las brañas, de volver a cenar el humilde “Gurupo” y de escuchar una vez mas las quejumbrosas “vaqueiradas”.
En estos pagos aun se firman los contratos con un apretón de manos y la casa de uno es de todos, por eso el que rompe el pacto de honor ya puede ir haciendo las maletas y no volver más.
No se asombren si al contemplar la hermosa fachada de un palacete el dueño les interpela invitándoles a pasar para escudriñar todo su interior, eso es habitual y se sienten felices de lucir sus antigüedades y de lo bien que conservan sus casas.
Los vaqueiros ya escuchan misa dentro de la iglesia y los habitantes de Brañayvete, una aldea de mendigos profesionales que se hicieron ricos y famosos por las miserias que contaban en sus correrías, ya no hacen campaña en Castilla, pero el espiritu vaqueiro sigue vivo y sus tradiciones también.
Recordaba un cantar el teósofo Rosso de Luna en su recorrido por estas tierras para describir sus cultos lunisolares:
Vaqueirina, las tuas vacas
son de buona condición:
beben mirando a la luna
y se acuestan cara al sol.
A las patatas todavía las llaman “Indias”, porque de allí vinieron, y salvo para echarlas en el caldo de berzas a cambio de las castañas, apenas si participan en su dieta habitual.
La mayoría de ellos tienen grandes negocios en Oviedo, Gijón o Madrid, pero cuando pronuncian su apellido: Lorences, Riesgo, Garrido, Feito, o Cano, aún levantan la cabeza y como si mirasen al sol, y dicen orgullosos: “Apellido vaqueiro”.
Ya saben aquello de:
“Antes que Dios fuera Dios
y el sol diera pu los riscos,
ya los Feitos eran Feito
y los Garridos, Garrido.”
Allí se instalaron hace casi medio siglo los hermanos Miranda, otro apellido ilustre de la zona de Salas y Belmonte por haber liberado las cien doncellas del tributo morisco, y empezaron a preparar sus embutidos y salazones según las más antiguas normas.
A Jose Antonio y Francisco les acompañaba su cuñado Ladislao Riesgo y cada uno se ocupaba de una parte de la empresa, uno compraba animales, otro fabricaba y el tercero comercializaba la mercancía.
Fueron siempre los chorizos más caros de Asturias, sin embargo no por ello se vendían peor ya que simplemente con servir a los restaurantes asturianos que había en Madrid y alguno de los más conocidos fabaderos del Principado, ya tenían el mercado asegurado.
En el sesenta compraron la casona palaciega de los Cuervo Arango y en lo que eran los pajares pusieron la fábrica. Hoy es una moderna instalación integrada en el conjunto del pueblo que salvo por el olorcillo a humo de roble que desprende eternamente la chimenea del ahumadero, apenas si se distingue del resto de las casas de indianos.
Porque allí siguen ahumando exclusivamente con roble y dicen que gracias a eso y a algo más, sus morcillas milagrosamente no repiten a nadie.
También preparan Parrilleros, una especie de chorizo criollo pero mucho más delicado ya que para su conservación se ahuman. Quizás este sea el auténtico chorizo antíguo ya que a pesar de que los vaqueiros fueron los primeros asturianos en usar el pimentón para conservar sus embutidos, recuerden que acompañaban a los rebaños transumantes hasta Extremadura, también mantuvieron intactas sus costumbres hasta hace apenas medio siglo y quizás estos parrilleros sean un vestigio de aquellos embutidos de que hablaba el historiador Ruiz de la Peña.
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