Restaurante El Charrúa

¿Qué hace un panadero armenio-uruguayo, como Krikor, en un barín de barrio periférico de Gijón, como este? pues convertirlo en una divertida parrilla donde se sirve el único matambre del Principado.

Nunca le pregunté su historia, entre otros motivos porque ni a mí me importa, ni seguro que él me contaría lo más jugoso, seguro que solo hablaría de crisis y de esas penas tan aburridas que siempre narran los emigrantes, pero Krikor, que es uruguayo hasta los tuétanos, tiene esa mirada y esa risa comercial que solo poseen los armenios y los vendedores de alfombras de Azerbaiyán, terrible.
En fin de semana el lugar es un verdadero bazar, con miles de jóvenes que luchan por conseguir mesa y que rememoran el último programa de Gran Hermano o el partido que perdió el Sporting, todo ello animado por una tele que compite en volumen con esa señora que ha perdido a un niño entre toneladas de costillas a medio roer, pero los días laborables, a mediodía, el lugar es una delicia. Hasta se puede pedir que bajen el volumen del televisor.
Las pastas son caseras, al igual que el matambre de la foto, la lengua escabechada, las empanadillas, las papas asadas y muchas golosinas que ninguna otra parrilla asturiana prepara, incluidos los panqueques con dulce de leche ... y hasta vinos uruguayos, que no es que valgan mucho, pero dan ambiente.
Tiene una pequeña terraza acristalada en la que un cañizo, además de proteger del sol, hace que nos sintamos en un lugar exótico, quizás un arrabal de Montevideo, algo impensable al ver su fachada de bar de barrio.

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