Se acabó el maldito bisiesto.
Ilustración de Dani
Como se suele decir en Galicia “Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas”, y es que este añito que por fin se acaba ha sido como para saberlo, encerrarse en una cueva de los montes de Covadonga, como Don Pelayo, y salir cuando suenen las campanadas.
No voy a entrar en los detalles personales porque han sido demasiado trágicos y es de muy mal gusto airear las desgracias propias, pero es que han sido demoledores.
Este servidor de ustedes que tiene ideas tan raras, está convencido que una situación social tan inestable e inquietante como la reinante en este país, termina por afectar a la salud de los ciudadanos. En psicología se denomina “somatizar”, aunque no suele relacionarse con la política.
Este año ha sido una prueba de fuego para los españoles, cada día salía a la luz un nuevo caso de corrupción en el que algún chuletilla había trincado una cantidad de dinero con la que muchas familias hubieran podido vivir felices el resto de sus días. Europa dice que somos unos vagos y unos derrochadores y amenaza con sacar la guadaña. Cada día el noticiario de la tele nos muestra imágenes dantescas de distintos conflictos bélicos. Cientos de miles de incautos mueren ahogados intentando ganar nuestras costas pensando que aquí atamos los perros con longaniza sin imaginar que les han engañado para venderles un pasaje a la muerte. Campos de refugiados que sueñan con llegar a otro país mejor y al final mueren en la miseria del hacinamiento.
Y mientras, los políticos defendiendo sus poltronas con sus espaldas bien cubiertas, aunque sea a costa de mantener un país paralizado ya que no hay presupuestos y el camión sin gasoil no camina.
Este entorno estresante hace que la población esté tensa, tirante, susceptible, angustiada, y la menor chispa hace que todo reviente por donde pueda (cada vez son más los emigrantes latinos que se vuelven a su país por miedo a perder lo poco que ahorraron en su aventura).
¿Y el vino?
Bueno, pues como la sociedad. Hay partidas que se venden a precio de “dumping” a otros países. El “brexit” amenaza con hacer saltar por los aires un comercio en el que algunos se jugaron el resto a una carta y el mercado nacional, desatendido por el cegador relumbrón de las exportaciones, ahora no responde a las zanahorias que algunas bodegas nos ponen al final del palito.
Yo quiero escribir un nuevo libro sobre la importancia del consumo doméstico de vino de calidad, porque el mercado va por ahí: cuando quieras darte un homenaje, compra unas buenas botellas en una tienda especializada y disfrútalas en casa con la familia o los amigos, porque el mercado hostelero, entre los alcoholímetros de la DGT que están como buitres, los palos que meten en las cartas de vinos y la falta de confianza que consiguieron labrarse los restauradores durante los tiempos de bonanza, augura un porvenir feo.
Pero los bodegueros responden “Espera a ver en qué acaba todo esto”. Y claro, yo no le puedo decir lo mismo a la compañía de la luz, ni al banco que pasa inexorable el recibo de la hipoteca, ni al del supermercado, ni siquiera a los sátrapas del estado que intentan roerte los huesos aunque estén ya más pelados que el esqueleto de la clase de anatomía.
¿Cómo va a acabar todo esto?. Pues yo diría que ya está acabando, pero de inanición.
Costó mucho hacer de España un país vinícola de calidad, pero no se imaginan lo fácil que es derribar un castillo de naipes.
Algunos bodegueros y la mayoría de los opinantes que nos ocupamos del sector, teníamos un gran sueño que iba haciéndose realidad año a año. España había dejado de ser un país del norte de África que exportaba graneles para que franceses e italianos vistiesen de largo sus botellas. Ya entramos en el antiguo continente, en el de los ricos, y por la puerta grande.
Cada día nacían nuevas bodegas y nuevos vinos, a cual más caro y no siempre justificado. Habíamos cruzado el Rubicón y los romanos nos miraban con sorpresa, porque estábamos comiéndonos el mercado.
Este año ha sido la gran debacle. Papá Estado, que cuidaba de nuestras huchas, las ha roto y se ha quedado con la pasta, y el pueblo, siempre cobarde, esconde la cabeza bajo el ala por aquello de que aún puede ser peor.
Se acaba el maldito bisiesto y los yankis seguirán bombardeando Mosul, pero esperemos que el mundo de vino español reaccione y vuelva a tomar las riendas.