¿Debemos confiar en nuestros deudores?
Ilustración de Dani
Publicado en PlanetaVino Nº 61, Junio/Julio 2015 .
Como nunca he sido fiel seguidor de las ordenanzas de la Santa Madre Iglesia, la frasecita aquella de “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” nunca me hizo mucho tilín. Me declaro más partidario de las reglas judías que tienden a reglar las cuentas pagando cada uno lo que deba, o sea, como Dios manda (parece que está demostrado que Lucas y Mateo no conocieron a Jesús, así que eso de perdonar a nuestros deudores debió ser cosecha propia).
Este gran engaño que unos cuantos sinvergüenzas se atreven a llamar crisis, se ha convertido ya en una casa de tócame Roque en la que si un cliente te mete un pufo, pues tú vas y metes tres, porque esto ya es el “todovale”. Parece ser que hay mucho ultracatólico en el mundo del vino, muchos que piensan eso de “perdónanos nuestras deudas”, dicho de otro modo “Que pague Dios”.
La cosa es muy seria porque hay empresas que están quebrando por culpa de su volumen de impagados, y esta cadena no tiene fin, es algo así como la trófica, en la que un conejo come veneno, el aguilucho que se lo come se envenena, el zorro que come a la rapaz también palma, su cadáver cae al río y se lo comen las truchas y al final nos envenenamos todos.
Pero mi pregunta va por otros derroteros. ¿Podemos o debemos confiar en una bodega que nos haya metido un pufo?, mi duda existencial es que si un bodeguero se atreve a engañar, a estafar, a robar con el mayor descaro a un crítico, ¿qué trampas no hará elaborando sus vinos?.
Yo he sido víctima de algunos de estos truhanes, muchos de los cuales compraron publicidad a sabiendas de que no pensaban pagarla, como un alicantino al que, después de varios meses de haberle enviado la factura y pagado el IVA, cuando le hablé ya sin contemplaciones, me contestó que sin contrato no había compromiso, así que ya podía ir al Juzgado si quería cobrar. ¡Qué sinvergüenza!, qué arrogancia, qué descaro, qué seguridad en la podredumbre de nuestro sistema judicial.
Y vuelvo con la burra al trigo, si semejante ladrón es capaz de robar con ese descaro, ¿qué trampas no hará para ahorrar costos en la elaboración de sus vinos?
Pero es que para colmo, ahora se ha puesto de moda decir que el mercado nacional es una mierda, que no interesa, que ahora exportan el 80% de su producción, así que la opinión de los críticos honestos, ya no tiene ningún valor. Los que hemos luchado toda una vida porque España pudiese presumir de tener buenos vinos en vez de producir millones de hectolitros de graneles de rancho, ya sobramos, y hasta se nos puede torear, total, si nadie va a leer nuestras crónicas en Massachusetts, pues que nos den por saco.
Yo creo que todos los españoles sabemos que en nuestros tribunales se trabaja más en legalizar conductas criminales que en castigarlas, y que existen diferentes varas de medir según las simpatías o intereses del señor juez, pero ¿cómo es posible que los bancos puedan elaborar listas negras, listas de morosos de las que no sólo tienes que liquidar la deuda, sino incluso pagar para que retiren tu nombre, y los ciudadanos no podemos decir que fulano y mengano son unos ladrones que te han estafado tantos miles de euros?. Y no digamos ya pedir que los encarcelen o embarguen, porque eso ya suena a coña.
Todos los que de una u otra forma estamos en este mundillo, sabemos hasta qué punto un bodeguero deshonesto puede hacer trampas para elaborar vinos fraudulentos a bajo coste, y eso es jugar con la salud de los consumidores. ¿No tenemos ni siquiera derecho a defender nuestra salud?, ¿no podemos los periodistas denunciar públicamente que ese bodeguero alicantino, que sabe Dios lo que estará metiendo en sus botellas, es un peligro para la salud y una trampa para los consumidores?.
Yo creo que no debemos confiar en los deudores. Sin ánimo de ser maniqueo, en este mundo hay dos clases de personas, las honestas y los sinvergüenzas, y me parece de rigor que los primeros nos defendamos de los segundos.
Al enemigo ni agua, y si está en el desierto, polvorones y aceite de ricino.