Síndrome de Negación de la Jerarquía (SNJ)
Julio 2009
Debido a los Conflictos por Abuso del Derecho Jerárquico (ADJ), a lo largo de los últimos siglos, el hombre ha desarrollado un comportamiento de rebeldía social, de etiología de respuesta consciente, que denominamos como Síndrome de la Negación de la Jerarquía y que viene a suponer una degeneración del bendito Derecho a la Libertad.
El mayor exponente de este Síndrome de Negación de la Jerarquía (SNJ), obviamente fue la Revolución Francesa. El pueblo de Francia exigió a su Rey que cumpliese con sus obligaciones para defender a la Patria de las agresiones externas, y este no solo eludió el compromiso, si no que hasta pretendió huir del país. En un momento extremo de crispación, ese pueblo que adoraba a su Rey, perdió el Principio de Respeto Jerárquico (PRJ) y Francia se conviertió en un matadero.
A partir de ese instante ya se empezó a cuestionar abiertamente el PRJ en toda Europa y sus colonias.
Napoleón restauró el orden social con una política constitucional y muchos fueron los países que entendieron que ese había de ser el nuevo orden, aunque en España el Clero y la Aristocracia más reaccionaria, provocaron un golpe de Estado (la primera vez en la historia de España que un hijo usurpa la corona de su padre), para impedir la evolución hacia posturas más liberales, provocando una matanza aún más trágica que la revolución francesa (guerra civil, falsamente llamada de la Independencia, Periodo absolutista, represión de los Cien Mil Hijos de San Luis, Década ominosa, Guerra Carlista, etc.).
Esta cruel y grotesca represión de corte feudal, provocó la reacción de las colonias, que viendo como solo contribuían con una Corona que no les protegía de vecinos hostiles (el Ejercito apenas si era una pantomima y hasta perdimos la Armada, una de las más poderosas de la Tierra durante siglos) y solo exigía más impuestos para despilfarrar en los caprichos del Rey Felón, Fernando VII, fueron proclamando una a una su independencia sin que la Administración se inmutase.
Posteriormente, pero también como consecuencia de aquel aciago siglo XIX, en el XX, España siguió viviendo las consecuencias de los conflictos derivados del ADJ. La represión social, promulgada por el Clero desde que el clérigo Escóiquiz lavase el cerebro de aquel joven bastardo para que la Iglesia siguiese gobernando el país mediante principios feudales, se mantuvo firme con la dictadura franquista.
Terminada la dictadura fascista, el pueblo español se sientió libre por primera vez en toda su historia, y se desató una verdadera histeria en la que se confundían los derechos a la Libertad, con un vandalismo injustificable que describimos en este trabajo como Síndrome de Negación de la Jerarquía (SNJ), y cuyas consecuencias vamos a presentar solo a vuela pluma, ya que sus consecuencias más dramáticas se tratan en el capítulo del Conflicto del Parásito Dominante (CPD).
Barbarie y perdida de los derechos ciudadanos
La primera consecuencia del SNJ es que pequeños grupos marginales, amparados en supuestos traumas provocados por el ADJ, vuelcan su odio hacia ciudadanos pacíficos que en nada han participado en su fracaso personal.
Poco a poco, la vulneración de las normas de conducta social más elementales, se convierte en una nueva norma de conducta aceptada por la gran masa.
Jóvenes incultos que no saben ni que en este país existió una represión, por suerte de este descalabro social, se convierten en líderes de conducta, y así vemos nuevos personajes como Belén Esteban, una fulana más basta que la lija del 30, cuyo único mérito fue acostarse con un torero y quedarse preñada de él, y que, por su ordinariez y gestos obscenos ante las cámaras de TV, se ha convertido en una figura admirada que gana cifras colosales solo por repetir una y otra vez esos gestos y formas de expresión que hasta hace pocas décadas provocaban repulsión.
Recuerdo que, cenando en un restaurante mexicano próximo, en la mesa de al lado había una pareja en que el chico comía leyendo el Marca, mientras la chavala le decía unas atrocidades que ni en los momentos más conflictivos de mi divorcio tuve que escuchar. Me sentía horrorizado porque presagiaba un desenlace violento, cuando mi ex mujer me dijo: “No te preocupes, Pepe, no pasa nada, es que los chicos ahora hablan así, como en el Gran Hermano”.
Desde luego que nada tiene que ver ser una persona de conducta liberal, incluso libertina (que yo lo he sido durante muchos años), con la ordinariez.
Hoy día se oye blasfemar a una niña o veinteañera, monísima y puestísima, con barbaridades que ruborizarían al más ordinario arriero maragato.
No tiene sentido que estas conductas tan arrabaleras se hayan impuesto como moda entre la juventud, y hasta en no pocos padres, grotescamente patéticos, que, en vez de corregir los modales de sus vástagos, aceptan sus sórdidas formas como forma de compadreo.
En mis tiempos de anarquista, siempre defendimos el principio de que nuestra libertad terminaba donde empezaba la del prójimo.
Hoy se ha confundido los términos que promulgábamos los más izquierdosos, y se considera que una manada de gamberros pueden estar hasta el amanecer dando voces, meando y manchando las aceras, destrozando el mobiliario urbano y hasta agrediendo a los pacíficos vecinos indefensos que tienen que padecer día tras día, semana tras semana, años tras año, semejante vandalismo que nada tiene que ver con el Derecho a la Libertad.
Consecuencias en la calidad de vida
Yo tengo la inmensa suerte de vivir en un pueblo tranquilo en que la gente es educada y la convivencia es tan educada como debería ser habitual.
Cuando uno ve a una anciana cruzando la calle sin mirar, en vez de darle un bocinazo para que muera de un síncope, esperamos a pasar por su lado y decirle: “Señora, procure usted mirar, que la pueden dar un golpe”.
Los pasos de cebra se respetan escrupulosamente, y aún así, como casi todos nos conocemos, cuando un coche nos cede el paso, acostumbramos a dar las gracias con un gesto de la mano.
Dicho así son pequeñeces, intrascendencias, pero contempladas desde el holismo que promulgamos en esta página, ese conjunto de cosas nimias se convierte en un gran ente que nos hace que la vida sea placentera, deliciosamente tranquila, ordenada y respetuosa.
Por el contrario vemos como los mozalbetes de iPod y Nike, se sientan en un banco a comer pipas y snacks, tirando al suelo las bolsas vacías, las latas de refrescos, los Kleenex y demás inmundicias, cuando a tres metros tiene una papelera.
Hace tan solo unos minutos, me crucé con un niñato de esos de pantalones caídos, que iba dando golpes con su tabla de skate a todo con lo que tenía a mano. Me planté ante él y le pregunté porque no se entretenía dando con la tablita en los cuernos de su padre. De un salto cruzo la calle y se alejó abrazado a la tablita.
Con esto quiero apuntar que no se trata de conductas intencionadamente agresivas, como hacíamos los adolescentes en los sesenta/setenta, transgresores del orden represivo que sufríamos bajo la dictadura mediante comportamientos gamberros. No, estos chicos son el fruto estúpido de una falta de concienciación ciudadana que sus padres no les han inculcado, como confusión entre lo que significa respeto y sometimiento.
Muchos comportamientos vandálicos son fruto del Trastorno de la Agresividad por Inseguridad (síndrome API) , que su vez viene provocado por el Complejo de Culpabilidad de los Padres Divorciados (CPD) . El joven, como todo cachorro, necesita introyectar en su estructura psíquica el concepto de respeto jerárquico, y caso de carecer de esta información, su necesidad natural le impulsa a buscarlo en formas distorsionadas y patológicas, como es el fenómeno de las bandas, una incoherencia absoluta ya que, en su seno, se establecen jerarquías tiránicas (incluso con componentes de vejaciones físicas y hasta sexuales), cuando su pseudofilosofía, consiste precisamente en la trasgresión de las leyes y la insumisión.
Todo este movimiento antisocial está repercutiendo de forma trágica en nuestro entorno, ya que están siendo diarias las noticias de personas que tienen que mudarse de barrio a causa de esta situación insostenible. De hecho hasta están siendo manipulados por especuladores inmobiliarios, que provocan en hundimiento de un barrio tranquilo mediante la subvención de botellones y hasta cesión de pisos a pandilleros, con el fin de comprar esas viviendas a precio de ganga, reformarlos, llevar a las bandas a otro lugar, y revender a precio de barrio de lujo (en Valladolid se descubrió un caso de esta índole en que estaban involucrados varios concejales)
El efecto de barbarie por simpatía
En realidad incrusto aquí con calzador este párrafo, que en sí debería suponer todo un trabajo, pero me parece admisible ya que lo considero como una elongación del anterior en cuanto a los comportamientos vandálicos o respetuosos del individuo según sea su entorno.
El efecto de simpatía se contempla en la quinta acepción de esta palabra por el DRAE, sin embargo su etimología determina que debería ser el primer rango, ya que esta viene de griego συμπάθεια, que significa comunidad de sentimientos, literalmente, quiere decir "sufrir juntos", ya que συμπάθεια, se compone de συν y πάσχω, que dan συμπάσχω y de ahí συμπάθεια.
En 1969, el Profesor Phillip Zimbardo, de la Universidad de Stanford (EE.UU.), realizó un experimento que bautizó como Teoría de los cristales rotos.
Aparcó dos coches idénticos en barrios diferentes, uno en el conflictivo Bronx, y otro en uno residencial de la periferia. A las pocas horas el del Bronx estaba destrozado, no solo robado y desguazado, sino destrozado vandálicamente, mientras que el otro se mantuvo impecable durante semanas.
Obviamente la primera conclusión apuntaba a la pobreza y marginalidad del barrio, pero entonces llegó la parte complicada del experimento: rompió un cristal del que no había sido agredido, y, sin moverlo del sitio, a los pocos días estaba igualmente destrozado.
Posteriormente, y basándose en el trabajo del profesor Zimbardo, en 1982, James Q. Wilson y George Kelling, publicaron en la prestigiosa revista cultural, The Atlantic Monthly, un artículo llamado “Teoría de las ventanas rotas”, en el que desarrollaban aún más esa teoría, aportando líneas de trabajo con las que combatir el gamberrismo urbano.
En 1985, George L. Kelling, fue contratado como consultor para el Departamento de Tránsito de Nueva York y en 1990, Wiliam J. Bartton fue nombrado jefe de ese departamento con la intención de poner en práctica las medidas sugeridas en “Teoría de las ventanas rotas”.
En 1993, el alcalde republicano, Rudy Giuliani, implantó los programas Tolerancia cero y Calidad de vida, partiendo de esta teoría, pero acometiéndola de manera más firme.
El concepto básico es el de simpatía con el entorno. Si uno se pasea por un parque inmaculado, sentirá vergüenza de arrojar un papel al suelo. Si por el contrario lo siente abandonado y sucio, no tendrá el menor reparo en ensuciarlo aún más, con lo que se inicia una escalada de consecuencias caóticas.
Desde que Giuliani puso en marcha su sistema (primero limpiar las calles, y luego vigilar para que no las ensucien, con política de mano dura para los trasgresores de esa ley), y aunque la oposición criticó las medidas como represivas, todas las ciudades consideradas con nivel de calidad de vida alto (existen muchas escalas para medir este concepto, pero el más aceptado es el es IDH (Índice de Desarrollo Humano), establecido por las Naciones Unidas en 1990), habían adoptado este mecanismo de autorregulación social.