Metáfora de la escalera
Argumento final y la metáfora de la escalera
Todas las personas que tenemos ciertas inquietudes intelectuales, o sea todos los seres humanos, en diferentes momentos de nuestra evolución, aceptamos o renegamos de la fe, pero nunca desde la misma perspectiva.
Cuando somos niños aceptamos la existencia de Dios por la introyección de una educación impuesta y a continuación renegamos de ella, como reacción contra esa sociedad que nos defrauda. Luego volvemos a aceptarla porque sentimos algo que está más allá de los vicios de esos religiosos que nos engañaron con frases pueriles.
Después, estudiando la historia de esa Iglesia vemos tantas contradicciones e injusticias, tantos crímenes y aberraciones, que volvemos a renegar.
En otro momento quizás a través de otros libros filosóficos o de religiones más abiertas y comprensivas, volvemos a creer en Dios; y sucesivamente vivimos en un continuo creer, no creer, decir Sí, decir No, pero entre el Sí de los diez años y el Sí de los cuarenta, hay una diferencia substancial, un auténtico abismo. No quieren decir lo mismo en absoluto los dos Síes; incluso podría asegurar que el Sí de los cuarenta es más parecido al No de los cuarenta y cinco, que al propio Sí de los veinte.
Según la metáfora de la escalera, el hombre está continuamente subiendo por una escalera: la de la evolución, y ésta, como todas las escaleras, está formada por escalones, los cuales a su vez están compuestos por un frontal y un rellano, un tiempo de evolución y otro de meditación o reflexión sobre el camino andado.
Pensemos en esta escalera filosófica desde dos magnitudes: la habitual y otra macroscópica, fantástica.
En la escalera normal el esfuerzo se produce durante el movimiento ascendente de la pierna para pasar de un escalón a otro, es decir, para superar la diferencia de nivel determinada por la altura del frontal del escalón existente entre uno y otro rellano. Esa es la parte activa del movimiento, pero la altura no es lo único que cuenta en esta estructura, ya que si no hubiese rellano el pie no podría reposar para acometer la subida del siguiente escalón y el movimiento se detendría. Así pues, y aunque parezca de Perogrullo, no puede haber escalera si no hay rellanos que pueden ser más o menos amplios, si son desproporcionadamente grandes la escalera será muy cómoda pero poco rápida, poco práctica, poco efectiva.
Aumentemos ahora las dimensiones hasta escalas macroscópicas de forma que cada peldaño tenga una altura de seis, sesenta o seiscientos metros. Aceptemos que estos frontales son así, accesibles aunque difíciles de superar. Si el rellano es tan estrecho que el hombre apenas puede descansar en él, la ascensión será rápida, incluso vertiginosa, pero será también tan fatigosa que quizás desfallezca y, en un momento de agotamiento, caiga desde lo más alto estrellándose contra el fondo. Si por el contrario los rellanos son tan anchos que entre frontal y frontal haya que pasar varios días andando por él, al cabo de algunos metros el escalador perderá la visión de lo que está superando, porque el rellano determinará un horizonte subjetivo de su situación pudiendo llegar a pensar que está viviendo en la cumbre al no ver el siguiente escalón, o porque sencillamente se conforma con vivir en el que está.
Usando esta metáfora filosófica y cambiando los parámetros tridimensionales por el temporal y el espiritual, podemos hacer un paralelismo con el desarrollo global de la humanidad. Las fases de gran desarrollo industrial son las de superación de esos desniveles representados por los frontales, mientras que los periodos de relajo social son el rellano que permite distender los músculos e incluso disfrutar de la vista del panorama desde un escalón superior, recreándose en el trabajo realizado y sacando provecho del esfuerzo. Este periodo de contemplación y descanso supone también la posibilidad de dar cancha al espíritu, de dar gracias a Dios por haber superado el desafío de subir un peldaño más en la evolución. Implica una profunda reflexión que dictaminará si merece la pena acometer la escalada del siguiente escalón, o por el contrario es mejor descansar durante algún tiempo en ese estado.
Recordando la duda de la alternancia del Sí y el No que planteaba al principio del capítulo, el hombre cuando está subiendo siente el No, porque está sufriendo, sólo ve la dura y peligrosa pared que tiene que escalar, el sufrimiento constante de su vida que se reproduce una y otra vez al acometer la escalada, sin embargo, cuando llega al rellano y contempla la grandiosidad del paisaje, vuelve a reconocer el Sí, acepta que cree en la grandeza del creador, pero esta vez desde un punto de vista distinto, superior al anterior.
En esta larga escalera que es la vida del hombre, tanto como individuo a lo largo de su vida terrenal, como colectivo en un espacio de tiempo no definible, hemos llegado al siglo veintiuno, un periodo en que el hombre ha encontrado en la tecnología la herramienta necesaria con la que desafiar a esa escalera y que le permite atacar esos escalones de dos en dos, de tres en tres y de mil en mil, porque en una década ha conseguido subir más escalones que en varios siglos de la Antigüedad. No está mal, además no se puede dar marcha atrás porque en esta escalera cuando has subido un peldaño y has visto el mundo desde esa nueva perspectiva superior, aunque te arranques los ojos ya no podrás olvidar lo que has visto y vivido. Sin embargo, lo que se puede y además se debe hacer, es pararse en el rellano y reflexionar, porque quizás la ascensión sea tan vertiginosa que apenas estemos disfrutando de sus ventajas, descansando y reflexionando sobre si es o no conveniente atacar el siguiente escalón. Este desenfreno en la escalada puede ser una trampa mortal.
Hemos leído mil cuentos de ciencia ficción, esa filosofía popular de nuestro tiempo, el deseo de poder siempre como denominador común, la ambición desmedida del hombre y la escalada desenfrenada que siempre lleva a cataclismos bélicos, ecológicos, cósmicos, que arrastran a toda la humanidad al caos, la barbarie, la autodestrucción, y le condenan al regreso a una fase prehistórica. Tal vez como un proceso alquímico terminal de la civilización que debe reiniciar otra nueva vida, pero sin duda es un hecho apocalíptico y destructivo: la caída desde lo más alto de la escalera. Un ejemplo simple del que se está hablando tímidamente es el descalabro ecológico.
La tecnología en maquinaria de obras públicas desarrollada por el hombre le permite realizar obras faraónicas en tiempo récord, mover una montaña que hubiese costado miles de vidas humanas y durado décadas, ahora se puede hacer en un par de semanas sin arriesgar la vida de un solo hombre. ¡Fantástico! el escalón superado es una gloria para la humanidad. Pero esa misma tecnología arrasa la selva amazónica a tal velocidad que en la última década la deforestación ha sido superior al resto de la producida en toda la Historia. Han muerto miles de indígenas, se ha provocando un cataclismo ecológico por el cual la propia selva se está autodestruyendo debido a la acumulación de lodos y por el efecto erosionador de la capa vegetal desprotegida. Ese proceso degenerativo de la masa forestal, está afectando al resto del planeta modificando el clima, provocando desertización en las regiones de la franja mediterránea, zona de alta densidad demográfica y que podría suponer un caos social, incluso la posible quiebra del mundo occidental, de la civilización industrializada, de la escalada desenfrenada.
Así, me atrevo a intuir, al menos esa es mi esperanza, que en este milenio el hombre va reposar en el rellano, reflexionando sobre dónde está, y comprobando hasta dónde ha llegado, visualizando los instrumentos de los que dispone. Porque para edificar una catedral es cierto que las excavadoras, la dinamita y los martillos neumáticos resultan muy útiles en las canteras, pero después, también hay que cincelar cuidadosamente esas piedras, incluso pulirlas con mimo, algo que las excavadoras y perforadoras no pueden hacer. Todos los símbolos mágicos apuntan a un cambio radical en la humanidad.
Recuerdo que cuando hice la mudanza desde mi casa de Madrid a la tan añorada de Castropol, al ver la interminable cantidad de objetos inútiles que salían de aquellos camiones, me sentí un ser necio y un estúpido, hasta me horroricé. Fue como una pesadilla. Miles de cosas que no servían para nada y que sin embargo me habían costado millones de pesetas, miles de horas trabajo, años de obcecación consumista. Durante aquellos años pasados sólo había estado obsesionado porque el dinero nunca llegaba a fin de mes aunque entrase a raudales en mis cuentas corrientes. Hoy no dispongo ni de una ínfima parte de lo que entonces tenía, pero me siento mucho más feliz, con menos necesidades que antes y estoy convencido de que aún malgasto buena parte de mi tiempo despilfarrando gran cantidad de dinero que apenas redunda en mi beneficio personal.
No quiero indicar el camino a nadie, ¡Dios me libre!, pero sí recomendar que cuando las cosas vayan mal, cuando uno sienta que su vida no tiene sentido, cuando vea que este mundo no tiene ni pies ni cabeza, quizás un consejo válido pueda ser este: deja de escalar, siéntate al borde de ese último escalón y medita sobre lo que veas, porque de lo contrario no sabrás hacia dónde vas, ni tan siquiera si en verdad te diriges hacia alguna parte.
El descanso, la recreación obtenida través de la contemplación de nuestra propia obra, permite valorarnos mejor en nuestra justa medida (mayor o menor, pero real) y eso ayuda a rectificar el rumbo o a comprobar la rectitud de la trayectoria, afianzándonos en el viaje. Quizá este libro esté pensado para ser leído en esos momentos de descanso.
La cocina que vamos a hacer aquí, no sirve ni para sacar adelante un restaurante ni para dar de comer a una familia. Esta cocina es completamente inútil desde un punto de vista práctico. Hacer un fuego de acacia para guisar una paella puede parecer absurdo, hasta resultará mejor haciéndola con un serpentín de butano. Sin embargo, cuando se está sentado en el borde del rellano y el tiempo no cuenta, la paella rápida no tendrá ningún sentido, no servirá para nada, la otra sí.