Conflictos por Abuso del Derecho Jerárquico (ADJ)
Buena parte de las conductas conflictivas que estudiamos en este pequeño espacio, vienen derivadas de posturas radicales que, en sí mismas, son ya una propia patología.
Durante la evolución de Principio de Jerarquía a lo largo de historia del Hombre, este ha utilizado sus privilegios de individuo α, no solo para usarlo en su propio beneficio, si no también en el de sus descendientes directos, familiares colaterales fieles a su estatus y hasta a amigos también afines a su persona.
Dicho comportamiento es una constante en la personalidad del hombre tal y como lo conocemos, es decir, integrado en una sociedad más o menos ordenada y sofisticada.
Dicho comportamiento es una constante en la personalidad del hombre tal y como lo conocemos, es decir, integrado en una sociedad más o menos ordenada y sofisticada.
Esto que definimos como Conflictos por Abuso del Derecho Jerárquico (ADJ), en realidad es una consecuencia de lo que familiarmente se llama Herencia, bien sea material, social, etc., y desde el punto de vista zoológico, podemos considerarlo como una patología inherente en el Hombre, ya que esto no sucede en ninguna especie animal.
De hecho, el propio individuo α, pierde esta condición cuando sus facultades disminuyen y es reemplazado por otro más joven y fuerte.
De hecho, el propio individuo α, pierde esta condición cuando sus facultades disminuyen y es reemplazado por otro más joven y fuerte.
Esta desviación de la Naturaleza, es la que ha dado lugar al establecimiento de clanes dominantes, no vinculados con las leyes de la evolución zoológica recogidas en las leyes de Darwin, si no incluso decadentes.
La aparición de pueblos guerreros podría admitirse como un resultado de selección de las propias especies (a mí parecen más evolucionados los pueblos pacíficos, pero es cierto que las tribus de carácter bélico, resultan ser dominantes sobre las sedentarias), pero no se pueden interpretar así las leyes de sucesión, como hemos comprobado en numerosas culturas, desde Egipto, en que un niño convertido en faraón llevara a su pueblo a la desaparición, hasta ejemplos más recientes, como que un psicópata de complexión enfermiza, como Fernando VII, hundiese en la ruina absoluta a un pueblo tan rico que era considerado desde varios siglos atrás con el rango de Imperio.
Un ejemplo dramático de ADJ, más radical aún que el del propio Hitler cuyo pueblo había sido previamente vilipendiado, es el de Inocencio III, el papa que ordenó el primer genocidio europeo, llevado a cabo contra sus propios miembros de la iglesia cristiana católica, por el simple hecho de querer interpretar este colectivo fielmente la filosofía de Cristo (Cátaros), negándose al servilismo papal que exigía generar riquezas para Roma.
La manifestación más flagrante del ADJ es el principio de Infalibilidad del Papa, es decir, un individuo que adopta la figura de encarnación del propio Dios, por lo que sus decisiones no pueden ser equivocas por el solo hecho de haber sido pronunciadas por su persona (eludo citar los ejemplos de cagadas monumentales que la propia Iglesia no ha podido reconocer durante siglos, como la condena a Galileo, ya que se vulneraría un dogma, aunque este se estableciese el Concilio Vaticano I de 1870).
Este conflicto de ADJ ha sido el responsable de las mayores calamidades de la Humanidad, como sucediese con el Papa Benedicto XV, un ser pusilánime y corrupto, que autorizó y bendijo al emperador austriaco Francisco José, para que iniciase la I Guerra Mundial, una aberración de tal magnitud que, a la muerte del senil emperador en plena debacle (1916), su propio sucesor, el nuevo Emperador Carlos I de Austria y IV de Hungría, fue a pedir clemencia al Papa para pedirle que cesase tan salvaje carnicería.
España a la cabeza del despotismo y nepotismo patológicos.
Desgraciadamente, existen numerosas muestras de abuso de poder en la historia de la Humanidad, pero ninguna más necia y de consecuencias tan trágicas, como las vividas en la España del siglo XIX en que un bastardo, un hijo espurio de Mª Luisa de Parma, prima hermana y reina consorte de Carlos IV, tras recibir la Corona mediante un golpe de Estado organizado por el Clero y la nobleza más recalcitrante, reaccionaria y despótica (defendían por encima de todo los derechos feudales de que habían disfrutado durante generaciones y que había llevado al caos reinante), se mantuvo en el poder durante un cuarto de siglo, jugando a su capricho con sus numerosos gobiernos (los ministros duraban una media de apenas un mes) como si fuesen marionetas, desvencijando el país hasta dejarlo tan trágicamente arrasado, que aún sufrimos sus secuelas, como es el caso de la ETA.
Aquel tarado que subió al trono con la condición de jurar obediencia a la Constitución, además de contratar un ejercito de mercenarios para pasar a cuchillo a media España para poder gobernar a su antojo sin el menor control parlamentario (asalto de los Cien Mil Hijos de San Luís) y de reinstaurar en pleno siglo XIX el Tribunal de la Inquisición, dejó una herencia tan demencial, que, como ya he apuntado, casi dos siglos después aún no ha podido arreglarse su desaguisado.
La señora de Don.
Un lodo que aún perdura, derivado de aquellas nauseabundas costumbres del franquismo, son los privilegios del Sr. Don y señora.
Aunque estemos en un peldaño muy bajo de la escala del dramatismo, al ser de dimensiones gigantescas por su número, es un claro ejemplo del ADJ, de su absurdo y de sus consecuencias.
Durante el antiguo régimen (no solo me refiero al de Franco, si no a toda la historia de la oligarquía, que en el caso de España ha durado hasta finales del siglo XX), existía la figura del Sr. Don, un individuo que, por su rango social, era tratado con distinción y recibía ciertos privilegios que le distinguían del vulgar trabajador. Hasta aquí, todo normal.
El Sr. Don se casaba con una señorita de su rango, que había sido educada exclusivamente para cazar a un marido Sr. Don, darle algunos hijos, cuidar del hogar según su estatus económico (no siempre eran acaudalados, un simple oficial del Juzgado ya era un Sr. Don), y comportarse en sociedad como lo que era, una señora de Don.
Estas individuas, una vez pasada la infancia de sus retoños, entraban en una vida absolutamente vacía de contenidos y, salvo preparar la comida y hacer alguna tarea doméstica, durante el resto de las horas, vegetaba. Las más adineradas pasaban el día en el Club jugando al Bridge o a la Canasta, en la peluquería, o cotilleando mezquindades con otras colegas de condición. Hasta aquí, la cosa no parece demasiado conflictiva para su entorno, solo para ellas que, al ser esa una conducta antinatura, desarrollaban patologías psíquicas tan serias como depresiones, estados de ansiedad, histerias, complejos de inferioridad y, lo que el padre de la psicología individual, Alfred Adler, definió como “Complejo de superioridad compensatorio a sentimiento subconsciente de inferioridad”. Y aquí es donde la cosa cambia de color porque la señora de Don, se convierte en una déspota que avasalla, insulta, desprecia los derechos del prójimo, se considera el eje del mundo, exige un protagonismo en todas las situaciones y, en definitiva, crea un ambiente tan irrespirable en su entorno, que incluso causa graves consecuencias.
Aún estoy bajo la influencia de un hecho que sufrí ayer, en la iglesia de San Nicólas de Bari, en Avilés, en que la orquesta filarmónica de Sabugo, interpretaba el Requiém de Mozart, una de mis obras favoritas de la música clásica.
En el banco de atrás, había tres arpías de esta calaña. Cuando se creó el silencio de concentración de los músicos, las tres señoras de Don, seguían cacareando y, muy educadamente, las personas que estábamos allí les pedimos respeto y silencio. Ni caso. Empezaron los maravillosos primeros compases y las urracas seguían a lo suyo. Le hice señas de que se callasen y una de ellas me mandó a paseo. Tal fue mi indignación por su gesto de desprecio a los derechos ajenos, que la cogí por la blusa y la amenacé con romperla el cuello si no se callaba.
Obviamente se calló y no creo que haya recuperado aún el habla, pero el disgusto de mi, hoy ex mujer, y mi actual estado anímico, son como para replantearme muchas cosas. Evidentemente no creo que vuelva a ponerle mano encima a ninguna mujer (jamás lo había hecho), aunque sea una señora de Don, pero ¿Es admisible que yo hubiera tenido que irme del concierto por la mala conducta de estas putas fracasadas?
De momento, su conducta irresponsable, insolidaria, irrespetuosa, detestable y hasta delictiva (violar intencionadamente los derechos de otro ciudadano, es un delito), ha provocado un disgusto muy serio en un matrimonio feliz y estable, que espero se soluciones sin consecuencias (como ya he insinuado, el conflicto terminó en divorcio), pero ¿Valoran ustedes el daño que semejante capricho podría llegar a causar?
Yo he sufrido los daños directos e intencionados de mis respectivas suegras, y eso que eran de una generación anterior a estas señoras de Don, porque ellas al menos trabajaron en sus casas, pero ¿Porqué? ¿Acaso debo sufrir semejantes ataques gratuitos sin defenderme? Hoy me toca ser el vándalo por haberme defendido, sin agresión, porque no la hubo, pero sí por faltar a las normas de lo políticamente correcto, porque a una señora, aunque sea una alimaña, no se le puede poner la mano encima, aunque te escupa a la cara y ponga en peligro tu vida (soy enfermo de corazón y hoy me encuentro fatal).
Este ejemplo personal es el botón que sirve de muestra de una conducta que se manifiesta en cada acto de su vida, maltratando al personal de servicio y hasta buscando con saña el despido de un trabajador honesto por el simple hecho de no satisfacer sus caprichos. Parándose en medio de una calle cortando el tráfico porque se ha encontrado con una hija y la quiere convencer para que acompañe. Metiendo sus garras en los matrimonios de sus hijas porque se consideran propietarias de sus vidas. En definitiva (podría hacer un libro si enumero todos los actos infectos de estas individuas), haciendo daño gratuitamente a su entorno, con el único fin de demostrar una supuesta superioridad social.
Hasta cabe citar el daño que han hecho a la gastronomía española (siempre tengo que arrimar el ascua a mi sardina), porque, aún siendo más machistas que los chulos y sin renunciar un ápice a los privilegios que su condición les otorgó, al escuchar las reivindicaciones feministas, se subieron a ese carro, abandonando incluso su única actividad productora, que era cocinar y mantener el legado culinario de sus antepasadas. Son la generación del Avecrem, el preámbulo de la pizza congeladas, las verdugos de los recetarios seculares que, en manos profesionales, podrían haber contribuido a que la cocina española tuviese un inmenso abanico de platos regionales y de familia, como sucedió en Francia en el siglo XVIII, con la muerte de los nobles y el paso de sus recetarios a la hostelería.
Evidentemente no puedo añadir nada al formidable trabajo de Adler, pero sí explicar como esta conducta tan dañina es producto del ADJ.
En la naturaleza, cada individuo tiene un determinado rango jerárquico determinado por diversos factores, pero siempre debe comportarse como un pieza engranada en el conjunto que conforma su sociedad.
Un individuo que falta a respeto, que invade gratuitamente el espacio individual de otro miembro de manada, es automáticamente repelido. De hecho, cuando nos encontramos con animales erráticos que ha sido expulsados del grupo, siempre muestran conductas psicopaticamente agresivas.
Puede parecer un tanto frívolo tratar un asunto que casi parece de comedia de capital de provincia, pero realmente esta forma de Sra. de Don, que afortunadamente está ya desapareciendo porque están muriendo, es un conflicto social grave cuando el número es alto, porque no dejan de ser individuos parásitos conflictivos, de diferente etiología a los descritos en el Conflicto del Parásito Dominante (CPD) , pero de consecuencias similares.
En Inglaterra, donde el sistema de asistencia social provocó una verdadera nube de viudas parasitarias e intransigentes que dominaban la vida de los pequeños núcleos urbanos del medio rural, el gobierno tuvo que plantear una serie de medidas de control y pastoreo de estas personas, porque su impacto estaba llegando a desplazar a los individuos productivos, como sucede con las gaviotas que, al sobre alimentarse con las ingentes cantidades de basura que genera el hombre, han esquilmado los nidos de la costa y aniquilado las otras especies no carroñeras que allí habitaban.
Evidentemente no podemos plantear como solución lo que sucede en la naturaleza donde los individuos inútiles son eliminados por los depredadores o por sus propios congéneres en luchas por el territorio, eso nos llevaría a la fase de exterminio propuesta por Aldoux Huxley en su obra Mundo Feliz, pero sí exponerlo en este pequeño trabajo como un caso de ADJ con consecuencias lesivas para la sociedad.