Restaurante San Pelayo

Mucho le está costando a este joven y valiente cocinero convencer a sus paisanos llaniscos de que un día se puede comer caldereta y otro crujiente de langostinos, pero, poco a poco, la cultura va entrando y su negocio se va consolidando, hasta el extremo de que va meterse en reformas de ampliación.

Su discreción y humildad le han jugado malas pasadas, porque en este país, el que más y el que menos, procura sacarle punta a todo y así, en vez de valorar su coraje al instalarse en un pradín de Niembro en vez de el centro de Llanes, los envidiosos le han pasado factura riéndose de sus vacíos: “Ya decía yo que aquí esas mariconadas no funcionarían”.
En fin, no es que a mi me enloquezca este tipo de cocina, o mejor dicho , hace muchos años que dejó de cautivarme, pero lo cierto es que las creaciones de José Miguel son bastante coherentes. Piensa los platos, no hace locuras ni pruebas con los clientes y todo eso se traduce en que su carta, quizás algo inmovilista para esos critiquillos que solo se fijan en si está a la última, resulte seria y cada comida se pueda prever como exitosa. Esto y el cariño que despierta en todos los que le conocemos, está haciendo que ya esté pensando en preparar un sistema de catering para poder ofrecer un buen servicio a los muchos clientes que prefieren disfrutar de esta buena cocina en sus respectivos chalets, porque no olvidemos que en Llanes hay mucha, pero que mucha, mucha pasta y poca, pero que muy poca, buena hostelería.
Para cuando salga esta guía, Dios mediante, ya estará terminada la reforma, el reajuste del diseño que le preparó Chus Quirós, como siempre genial, pero olvidando que en un restaurante también hay que trabajar.


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