Perdí cuatro kilos…, y 4.000€.
Los pájaros del G.H. Hesperia de La Toja
Febrero 2009.
Ante mi penosa fuerza de voluntad (ese pinchín de tortilla con una cerveza helada, después de dar mi largo paseo terapéutico por la playa, es media vida) y el alarmante exceso de peso, decidí una solución drástica: encerrarme quince días en una clínica (en principio iba a ser la Buchinguer) y perder diez o doce kilos como medida de choque.
Fue entonces cuando, siguiendo el consejo de un amigo médico, cambié de lugar y me fui al Gran Hotel de La Toja, donde ofrecían este tratamiento con unos complementos de balneoterapia que pretendidamente hacían maravillas.
Al principio todo fue así, tranquilidad, lujo, trato cariñoso y distinguido, comiditas espartanas pero muy bien presentadas, etc., pero cuando llegó el fin de semana, aquello se transformó en uno de esos temidos hoteles para grupos donde todo vale. Tanto es así, que durante la estancia de estos vándalos, no pudimos hacer uso de las instalaciones del llamado Club Termal, porque aquello era un como un parque temático en saldos: la gente tirándose de cabeza a la piscina del SPA, dando gritos de lado a lado del recinto, niños de apenas tres años nadando con flotadores, señoras sacándose fotos con flash en la sauna y dejando las puertas abiertas, graciosos tirándose el hielo del refresco como si fueran bolas de nieve, etc.
De hecho el pobre Gabi, el encargado del departamento, me avisó: “Don José, le aconsejo que hoy no entre, porque hay overbooking, y no vea qué ganado”.
¿Como es posible que en un hotel de cinco estrellas, donde me cobran más de 300€ diarios, den simultáneamente entrada a un grupo Low Cost que ha pagado 185€ por todo el fin de semana, en pensión completa, con libre acceso a las instalaciones de SPA, excursiones y viaje desde Palencia incluidos, y a quienes ni tan siquiera les han adoctrinado sobre el comportamiento más elemental que debe respetarse en tales lugares?
- Lo siento Sr. Iglesias, me decía el apenado trabajador, pero yo no puedo enfrentarme a ellos ni exigirles el debido silencio porque encima me puede caer una bronca. Antes estábamos tres, uno en el mostrador de recepción para apuntar las entradas, entregar toallas, gorros y demás, otro en la zona fitness y saunas para ayudar a los clientes, y otro en la piscina como socorrista. Ahora estoy yo solo para todo y no me puedo mover de este mostrador. No puedo partirme en tres y menos con esta avalancha de personas.
Desconozco las normativas, pero en un lugar público, al que acuden personas con dolencias de todo tipo, incluso cardiovasculares, como es mi caso, creo que debería haber un vigilante en la piscina por si ocurre algún accidente, pero bueno… De hecho mi amigo Andrés, que se tortura con eso de la bici estática, tuvo que llamar la atención a una nena que andaba jugando con las poleas por temor a que se pillase un dedo con las pesas y perdiese una mano. Al final tuvo que renunciar a su sesión de gimnasia y subirse a la habitación.
A partir de aquel trágico fin de semana, ya perdimos el clima de relax y buen humor con que llegamos predispuestos para afrontar el reto y empezamos a ver que las deficiencias eran más serias de lo parecían.
Como solo bebíamos agua, no habíamos visto la carta de vinos, pero la pedimos para examinarla y menudo cachondeo. Vinos de uva Merlot que decían que era Cabernet, precios descabellados (no cito la marca, pero un vino que en tienda cuesta 32€, se vendía a más de cien), una selección con quince riojas iguales y carencia del resto, en fin… A todo esto, los camareros llamándose a voces de lado a lado del comedor y cantando las comandas como si estuviesen en un comedor de camioneros, con lo que nosotros, comiendo una lastimosa hoja de rúcula sin aliño y cien gramos de merluza hervida, teníamos que enterarnos que en la mesa cinco querían el solomillo poco hecho, que en la ocho pedían el Steak Tartar bien picante o que en la tres habían cambiado el rodaballo por el bombón de foie.
Respecto a la parte médica la cosa fue aún más penosa, porque al principio entablamos gran amistad con la doctora Arribas, encantadora, hasta que empezamos a ver que todo era un montaje de cartón piedra, porque ni disponían de glucómetro (se entregan gratis en la seguridad social) y la báscula electrónica era el prototipo que inventó Faraday. Un día marcaba 30,4 Kg. de masa grasa y al siguiente 40, así que el pobre Andrés estuvo todo un día entero deprimido, llorando sobre cada eucalipto que encontraba en el paseo, porque pensaba que no servía ni para perder grasa. Al día siguiente repitió la prueba y ya se alegró, porque daba 31, pero a los cinco minutos repitió y ya daba 31,8, o sea, que la maquinita no hilaba muy fino. Al final la doctora reconoció que era un poco antigua y que habría que comprar una nueva, pero nosotros salimos del tratamiento sin saber si habíamos perdido o ganado peso, porque con el cachondeo de resultados que salían, tan pronto me decían que había perdido siete kilos de grasa, como que había ganado dos desde mi entrada (esta mañana, al pesarme en mi báscula, que sí está bien calibrada, he comprobado que apenas si he perdido cuatro kilos, lo cual, teniendo en cuenta que estábamos haciendo ejercicio desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche y comiendo menos de 1.500 Kcal., pues es casi un milagro, porque lo lógico hubiera sido perder entre diez y quince). Claro que teniendo en cuenta que un mismo menú (se repetían), un día marcaba 681Kcal., y en la segunda entrega, solo eran 430Kcal., pues todo es posible.
No les voy a dar más detalles, porque sería interminable la lista, solo comentar que cuando uno paga precios de cinco estrellas, puede exigir servicios de tal, pero como la máxima de la cadena Hesperia solo es beneficios, beneficios y beneficios, a costa de recortar gastos hasta la extenuación, sin importar la pérdida de calidad del servicio, pues en un hotel de ejecutivos, quizás eso pase, pero en uno de relax, no, porque yo salí más estresado y con más mala leche, que cuando entré, que ya es decir. Aunque no sé ni si tampoco valdrá para los ejecutivos, porque presumen de “All Wi-Fi” (servicio Wi-Fi gratuito en todas las habitaciones, al que llaman Wi-Free), pero en las nuestras no funcionaba y al final nos explicaron que es que solo había cobertura en dos plantas, así que me tuve que trasladar.
Nos han vendido, y cobrado, una corbata de seda de Hermés, y nos han dado una de “Todo a cien”. Política Hesperia, como ya comprobé hace años haciendo la Guía de Golf y Gastronomía en el Hesperia Alicante, Playa San Juan, Golf SPA.