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Cuento maya

 
Diario El Comercio año 2002.
 

Ya nos lo dejó advertido mi antepasado Bernal Diaz del Castillo en sus crónicas sobre la conquista de La Nueva España: «No son estas tierras buenas para que el hombre las habite ya que, al ser extremadamente llanas, sin ríos ni valles que las surquen, resultan insalubres y están ifestadas de serpientes, caimanes y otras alimañas».

Pero que si quieres arroz Catalina. Hace unos diez años, cuando lo de Cancún se puso de moda, piqué y fuí a pasar allí unas vacaciones. Volví echando pestes y jurando no volver a aquel absurdo lugar. De aquellas, trabajando para El Progreso de Lugo, definí aquel paraiso artificial como «La Manga del Mar Menor pero con cocodrilos en vez de langostinos».
Pero hete aquí con que, de tanto oir las maravillas que ofrecía La Ribera Maya y aprovechando el viaje que habían organizado unos buenos amigos, volví a picar y ahora sí que de esta, juro por mis Duponts, que no volveré a pisar aquellos manglares.

Se trata de un negocio a la americana mediante el cual se estrujan los recursos hasta los límites de lo irracional e inhumano, llegando incluso a poner en peligro la salud de los inocentes turistas que, una vez a otro lado del Océano, no pueden escapar de tal carcel, salvo que paguen un billete de vuelta en linea regular, lo que puede suponer unas dos o tres veces el precio del paquete completo.

Para empezar ya el vuelo se hace en condiciones que las asociaciones humanitarias deberían denunciar y ver hasta qué punto son homologables las reformas introducidas en los aviones para aumentar su capacidad a costa de reducir el espacio vital de cada viajero (en mi caso, pongo por ejemplo, las espaldas sobresalían medio palmo por cada lado del asiento, con lo que tuve que venir diez horas en violento escorzo. Y de la bandejita abatible, ya ni les digo, porque cuando intenté abrirla, casi me estrangulo el píloro).

Una vez allí hay que soportar inevitablemente los nauseabundos chistes del gracioso de turno que durante la hora de autobus que se tarda en llegar al hotel, pretende venderte las mil excursiones de su touroperador.

Pero lo peor está por llegar.

La entrada al hotel, después de veinte horas de viaje (el desplazamiento desde Asturias también cuenta) y comprobar el estado de aquellas chozas que la cadena Occidental ( ya saben, los que explotan, o mejor dicho revientan, nuestro hotel de La Reconquista) clasifica con cinco estrellas, resulta tan deprimente que, a mi pobre y querida María, le entraron unas fiebres que no se le quitaron hasta volver a casa.

No puedo describir el estado de aquellas habitaciones porque no se lo creerían, pero para que se hagan una idea de lo que había en los buffets, un servidor que tiene buen diente y gusta de probar de todo, aunque sean serpientes asadas, durante la semana de estancia, se alimentó exclusivamente a base de totopos (lo que en los Tex Mex llaman nachos) con guacamole y chiles jalapeños (con lo que siempre me gustó, le he cogido manía a la cocina mejicana).

A todo esto, salir del hotel, costando la botella de agua mineral a 5 U.S.$ (casi mil pesetas), una comida de chiringuito 50 U.S.$ y el alquiler de una Vespa, 40 U.S.$, pues ya se pueden imaginar que no resulta muy recomendable, sobre todo teniendo en cuenta que no hay nada que ver, salvo mas de lo mismo: tiendas de souvenirs para guiris, hoteles de aspecto fascinante y platerías donde cualquier sortija cuesta el triple que en la calle Uría.

Ya nos lo decía mi antepasado, Don Bernal, hace cinco siglos «No vayais de vacaciones a Yucatán», pero que si quieres.

Escrito por el (actualizado: 06/10/2015)