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Caballo/Carnero

 

Reproducción parcial del libro HISTORIA, RITOS Y TRADICIONES DE LA MASONERÍA.

 

 Caballo.  La carne de caballo es de excelente calidad, siempre y cuando el caballo sea de carne y esté bien cebado y no un pobre jamelgo de tiro, muerto a latigazos y reventado de trabajar. En España normalmente éstos son los que se venden, o mejor dicho se vendían, puesto que el crecimiento económico ha marginado de tal forma estas carnicerías que hoy día apenas queda alguna en las ciudades. Sin embargo es una carne realmente buena y si probamos la de un potro criado salvaje en los Oscos, alimentado exclusivamente de brezo y pasto de alta montaña, entonces podremos comprender a nuestros antepasados los astures.
La mitología del caballo es extensa y compleja ya que se genera en las zonas septentrionales de Asia, y llega a Europa mediante la oscura cultura indoeuropea de la que tan poco conocemos. Es un símbolo cambiante, muy unido al hombre como vehículo que lo lleva de las tinieblas a la luz: galopa ciegamente a la orden del jinete, pero cuando la noche cae, es él quien decide el camino. Estos viajes a través de la luz y las tinieblas son evidentes vivencias iniciáticas reflejadas en las leyendas y dando origen a toda la mística del caballo que debe acompañar al alma del guerrero muerto para conducirlo hasta el cielo. Su imagen tan lunar, vinculada a la tierra, su vigor, su sensualidad, su apego al terruño, cambia por completo cuando ese caballo es blanco, entonces adopta una visión solar y uraniana, entra en el mundo de los héroes y los dioses, se convierte en Pegaso, en Unicornio, en Centauro o baja a la tierra para conducir a un Santiago guerrero que arrase a los infieles.
De los romances de caballería sólo nos queda la leyenda en la que la figura del caballero cristiano debía ser sin mácula y cualquier alusión esotérica o sospechosa de politeísmo, magia, o simplemente que oscureciese la plenipotencia de la Iglesia, se eliminaba de raíz. Sin embargo, tenemos imágenes muy evidentes de una simbología cristiana que aún aceptaba cierto fetichismo: la historia del Cid cabalgando muerto sobre su caballo Babieca que, a pesar de saber que el cuerpo de su amo estaba ya inerte, se imbuye de su espíritu y se lanza contra los sarracenos haciéndolos huir en desbandada y ganando la última batalla.
Esa imagen de fuerza y muerte de la que resulta una peligrosa y mágica unión casi fraternal, se ve también reflejada en la iconografía templaria: dos caballeros sobre una montura; es la unión fraternal de los caballeros que comparten todo, hasta el caballo que les conducirá unidos hasta el refugio o hasta la muerte, y que junto a ellos forma una trinidad, la unidad completa.
En su aspecto lunar es importante su protagonismo en la noche de San Juan, ya que muchas culturas lo incluyen en sus rituales como el "Espíritu del trigo" o sea el signo de la abundancia. El caballo blanco aparece durante la hoguera para ser tirado al agua donde un emisario llevará a los dioses de las aguas el mensaje de que ese pueblo los reconoce, y les pide ayuda para la creciente cosecha.
Esos caballos son sacrificados y mantenida su sangre o su cabeza a la puerta de la ciudad para mostrar a los dioses que están en paz con ellos.
Estos animales sagrados que participan de la magia lunar, tienen por tanto el don de dominar las aguas y hacer brotar manantiales golpeando con sus cascos, ya que saben por donde discurren los ríos subterráneos. Así en todas las culturas, incluso en África, los Bambara y los Ewe, incluyen al caballo en los ritos de la lluvia para que interceda en su favor. Esa connotación de agua corriente alcanza un clímax en la pubertad donde las pasiones sensuales se desatan y el caballo corre desbocado por las llanuras haciendo saltar chispas de sus cascos y entrando en la delirante dimensión del fuego:
"El caballo negro corre, la tierra tiembla, y
de sus narices surgen llamaradas,
de sus orejas humo,
bajos sus cascos saltan chispas." (Afan 1, 203)
Los caballos son las monturas de los dioses y tiran del carro del sol, por lo que son consagrados como los conductores del astro solar.
Este símbolo de iluminación se refleja en una ceremonia iniciática que se reproduce en muchas culturas europeas, llegando a formar parte del ceremonial de entronización de los reyes irlandeses: el futuro rey debía cubrir a una yegua blanca que luego sería sacrificada y su carne puesta a hervir en un gigantesco caldero, todos los súbditos comerían esa carne salvo el rey, quien en vigilia, se sumergiría en el caldero donde quedaría el caldo de cocción. La interpretación iniciática es clara y completa: mediante la cópula el rey se compromete en un matrimonio urano-ctónico por el cual él fecundará la tierra representada en la bestia, entonces hará un regressus ad uterum entrando en el caldero (útero de la tierra-madre) que contiene la placenta de su propia hembra lunar (el caldo de su cocción) y así, durante su segunda gestación, se alimentará de esta placenta que le formará su nueva sangre real, con poderes sobrenaturales y renacerá como hijo directo de la madre tierra con la que podrá mantener comunicación perpetua (madretierra- hijohombre), base de la sagrada condición real.
Carne pues para los hombres que celebran los Sanjuanes, amuleto para que los malos espíritus no entren en sus poblados y vehículo para que los reyes intercedan por su pueblo ante su madre tierra. Toda una religión para pueblos primitivos como los astures quienes vivían alrededor siempre de sus caballos asturcones.
 
Cabra (ver carnero)
 
Café.   La historia del café es muy reciente y por tanto no se puede hablar de una simbología esotérica profunda. Sin embargo en sus pocos siglos de vida ha logrado alcanzar toda una fama asombrosa entre los humanistas, filósofos, políticos y otros oficios intelectuales.
Los primeros datos aparecen hacia el siglo IX cuando los Persas importaban el negro grano desde Abisinia y era consumido como la más excelsa y sofisticada golosina entre las clases dominantes. Aunque una leyenda islámica afirma que el arcángel San Gabriel curó a Mahoma de una grave dolencia administrándole una infusión de café, por lo que desde entonces esta bebida es llamada el vino del Islam. Hacia el año mil Avicena habla también del café como un estimulante medicinal que sólo se encontraba en el alto Egipto.
Fue en el Imperio Otomano donde se empezó a popularizar su consumo en locales públicos, cobrando su papel social y protagonismo como incitador a las conversaciones más polémicas, y consecuentemente su papel de instigador de intrigas políticas y conspiraciones antigubernamentales.
De esta faceta que ha sido una constante a lo largo de toda su historia, tenemos la primera referencia con el sultán Amurat III, quien al comprobar que sus súbditos hablaban demasiado acerca de cómo había asesinado a sus cinco hermanos mayores para subir al trono, ordenó cerrar todos los cafés de Constantinopla y torturar a sus dueños.
En Europa empezó a hacer furor entre las clases aristocráticas debido a su escandaloso precio, en la corte de Luis XIV se pagaba a un equivalente actual de 1.200 € la libra. Pero es la Revolución francesa la verdadera obra magna del café: en 1721 en París había trescientos cafés, al estallar la Revolución dos mil, y al iniciarse el Imperio Napoleónico, ya superaban los cuatro mil.
Algunos apasionados cafeteros intentaron buscar los orígenes del café en el mismísimo Templo de Salomón, basándose en el viaje que Balkis, reina de Saba y del pueblo de Kaffa en Abysinia, lugar originario del café, hizo para conocer al sabio rey y tomar de él sus leyes judías con las que adoctrinar a su pueblo. Esta teoría desarrollada en 1670 por el profesor Fauso Nairone en la Universidad de Roma, fue retomada un siglo después por los enciclopedistas Diderot y D'Alembert quienes atribuyen al café el protagonismo del IV canto de la Odisea, en que Elena de Troya arroja a un cráter unos granos que le entregara la reina de Egipto Polidamna, y cuyas emanaciones además de combatir el sueño, alivian la pena de Telémaco y sus seguidores por la desaparición de Ulises. Conviene aceptar que si estas afirmaciones tienen un tinte excesivamente apasionado y muy acorde con las modas al uso en aquellos tiempos en los que el café, Egipto, y la masonería estaban en boca de todos los intelectuales liberales, lo cierto es que esta bebida ha sido a lo largo de toda su historia un baluarte del libre pensamiento, un adalid de las inquietudes sociales y un estimulante de los revolucionarios políticos, hasta el punto de que en España la Iglesia lo prohibiese hasta bien entrado el siglo XIX, calificándolo de bebida de infieles, turcos y moriscos.
Como dato histórico hay que reseñar que en el siglo XVIII, la reina Isabel de Farnesio, Madre del rey Carlos III y educada en la cultura francesa de los Borbones, cuando llegó a España pidió un café y los religiosos cortesanos se escandalizaron tanto que estuvo a punto de ser condenada por el Tribunal de la Santa Inquisición por hereje. Como anécdota, decir que Balzac llegó a beber sesenta tazas en un solo día y cincuenta mil en el tiempo que tardó en escribir su Comedia humana. 

Calabaza.   Como todas las frutas en cuyo interior hay profusión de semillas, la calabaza es signo de fecundidad, pero es en las culturas orientales donde este producto alcanza su mayor simbolismo, estando siempre presente en la entrada de las logias de todas sus sociedades herméticas.

Para los taoístas es la comida de la inmortalidad, por eso y al estar vinculada al Yang, se consume durante el equinoccio de primavera, como signo de renacimiento de la vida en la tierra.
Es el símbolo de la bóveda celeste, ya que su interior es un microcosmos en el que los santos se refugiaron a modo de cueva.
Este extraño carácter místico se encontraba también entre los ermitaños y ascetas cristianos quienes tradicionalmente conservaban el agua en una calabaza y es signo indiscutible de peregrinaje en el iniciático Camino de Santiago.
 
Calvados.   Brandy elaborado mediante el envejecimiento en barricas de roble o acacia de una holanda obtenida de la destilación de la sidra. Huelga describir todo el contenido esotérico de esta bebida conociendo el simbolismo de sus ingredientes fundamentales: la manzana y la madera de roble o acacia.
Hay profundas disquisiciones sobre si su origen es asturiano o bretón, ya que cuando los romanos llegaron a España, según narran Estrabón y Plinio, los astures y los gallegos bebían, antes y después de los combates, un aguardiente fortísimo que los volvía medio locos.
Luego llegó el alambique árabe y los habitantes de la cornisa cantábrica comerciaron intensamente con el resto de Europa a través de su salida natural, el mar, y concretamente en el caso de los asturianos la comunicación más habitual era, por razones geográficas y de navegación, la Bretaña.
Por tanto, es bastante probable que sea cierta la historia de que los bretones franceses empezaron a elaborar su Calvados a partir del hundimiento de un barco llamado El Salvador, que transportaba habitualmente este aguardiente desde Asturias hasta Brest, entre otras cosas porque coinciden en el tiempo las dos circunstancias y porque la degradación fonética de Salvador es la única etimología probable de la palabra Calvados.
En cualquier caso, e independientemente de la riqueza simbólica deducible de su truculenta historia y de los ingredientes que lo configuran, ambos puramente célticos. Esta deliciosa bebida tiene unos efectos fisiológicos tan evidentemente perceptibles que hasta el profano más necio comprende, después de la primera copa, que ese brandy tiene algo mágico que trastorna los sueños e induce a decir y hacer disparates como ninguna otra bebida tradicional jamás le habrá provocado.
 
Canela.  Presente en multitud de recetas ceremoniales y de la antigua cocina cristiana, la canela es la corteza de un tipo de laurel y de ahí que su simbología se pueda asimilar a la del árbol que la produce.
En el Da'Wah corresponde con los números 3 y 114, Jâmi, el elemento Agua, los atributos de amor y vinculación, el signo Cáncer, el planeta Marte y el ángel Kâhlka'il.
Su nombre griego Kynnamômon se mantiene en numerosas transcripciones y así en algunos escritos aparece como cinamomo: "Habló todavía Javé a Moisés diciendo: tomarás drogas aromáticas, es a saber: ...doscientos cincuenta siclos de cinamomo..." (Ex. 30, 22 y 23).
Su origen era desconocido en la Antigüedad, y la leyenda decía que era un don del Nilo que cuando deseaba premiar a sus hijos les donaba estas perfumadas cortezas que arrancaba de los árboles sagrados que crecían en el parque del Edén.
Su hermosa leyenda, así como el absoluto control de los mercaderes egipcios sobre su comercio, hicieron que su precio fuese tan desorbitado que sólo los más poderosos pudiesen disfrutar de sus poderes afrodisíacos. Su magia era codiciada por todas las culturas mediterráneas, hasta el punto de que la emperatriz Livia mandó construir un templo alrededor de un gran tronco de canela soportado por una copa de oro, en honor a su esposo Augusto en el monte Palatino.
Fue la familia Polo quien encontró el secreto de su origen en la isla de Ceylan, aunque tampoco lo quiso desvelar para explotar su comercio contra el monopolio veneciano. Así hubo que esperar a que a principios del XVI Vasco da Gama abriese la ruta de Ceylan para que, primero los portugueses y luego los holandeses, explotasen directamente la canela sin las trabas y limitaciones impuestas por el Imperio Otomano. En 1656 la Compañía de las Indias Orientales obtiene el monopolio de la canela, que seguía siendo un artículo fastuoso, cuyas importaciones rondaban las trescientas toneladas al año, pero la demanda aumentaba superando la producción de la isla. Fue un colono llamado De Coke quien logró plantar este laurel de forma agrícola ya que hasta el momento sólo se explotaban los árboles existentes en la jungla y poco después, con el desembarco de los ingleses en 1796 y la apertura de su mercado, los precios cayeron en picado y toda su magia desapareció hasta el punto de que a finales del siglo XIX esta especia ya sólo se seguía utilizando en España y en Italia.
 
Cangrejo.   El cangrejo de mar, representado genéricamente por la especie que en España llamamos buey, es el único crustáceo que aparece en algunas mitologías, pero de forma muy confusa.
Asociado siempre a la luna, es frecuente encontrarlo en algunos estandartes de origen árabe, quizás por la fuerza de sus pinzas o por la dureza del caparazón que lo protege haciendo de él un temible guerrero.
En la India es el signo zodiacal de Cáncer, es decir del solsticio de verano, de la decrepitud del sol, y este carácter degradante asociado a sus hábitos alimenticios de carroñero, quizás le confieran un cierto contenido escatológico que en África es interpretado como señal maligna y demoníaca.
En algunas regiones costeras del norte de China es considerado como un signo de astucia, debido a su forma de desplazarse lateralmente que confunde a sus presas y adversarios.
 
Caracol.   Es uno de los símbolos lunares aceptados universalmente debido a su condición de aparecer y ocultarse periódicamente. Debido a la forma de su concha, este animal representa la espiral por antonomasia y por tanto el laberinto, así se interpretaba incluso gráficamente en Egipto. Una referencia masónica directa es la escena 17 de la Flauta Mágica de Mozart, cuando Papageno, después de comprobar los efectos de sus campanillas y saber que tendrá que vérselas con el poderoso Zarastro, le confiesa a Pamina que le gustaría esconderse en el laberinto: Wär' ich so klein wie Schnecken, So kröch ich mein Haus! (Si fuese un caracol, me escondería dentro de mi concha!)
Su peculiar morfología implica que represente todo lo que la espiral conlleva en sí, esto es la dinámica ordenada que genera el movimiento circular. Gilbert Durand decía en su libro “Las estructuras antropológicas de lo imaginario” es que "Las especulaciones aritmológicas del Número de Oro, cifra de la figura logarítmica espiral, vienen naturalmente a completar la meditación matemática de la semántica de la espiral", con esta frase creo que queda perfectamente aclarada la simplicidad del mensaje de la concha del caracol.
Entre los aztecas era símbolo de fecundidad, de concepción y hasta de erotismo debido sin duda a sus babas, concepto que aún va más lejos en Dahomey, donde se le considera como un receptáculo de esperma.
En las culturas mediterráneas y quizás por una deformación degenerativa de esta simbología, ha sido considerado como comida afrodisíaca que elevaba el poder sexual de los que los consumían, aunque yo le atribuyo esta virtud más a la propia erótica de su consumo que a posibles efectos secundarios.
En cuanto a la antigüedad de su consumo como artículo gastronómico de lujo, sólo podemos afirmar que ya era codiciado en Roma y que en Pompeya, en el siglo I a. de J.C., había un patricio Fulvius Arpinius, que tenía una granja criadero de caracoles y, por el impresionante número de conchas que encontraron recientemente los arqueólogos, el negocio debía ser formidable.
 
Cardo.   La morfología de esta flor es tan peculiar que sin tener que entrar en  profundidades esotéricas, todos sabemos que es el símbolo de lo desagradable, de lo hosco y en cierto modo de lo inaccesible. Un refrán español dice: "Eres como un cardo borriquero", para definir a aquellas mozas que se mostraban hostiles y groseras con sus pretendientes.
También se considera como comida para los burros, ya que son los únicos animales a quienes sus púas urticantes parecen despertarles el apetito a guisa de especia o aperitivo.
Pero este carácter espinoso le confiere también la imagen de fortaleza, de defensa de su interior, del corazón, de su verdadero ser y así, en algunas culturas simboliza el espíritu de la austeridad que defiende los valores verdaderos ocultos en su seno, de una cierta misantropía defensiva y hasta del espíritu defensivo, como es el caso de la región francesa de la Lorena donde un cardo es su emblema y su divisa reza: "El que se arrime se pincha".
Su cocina es desagradable porque supone una limpieza en la que el cocinero sufre continuas molestas picaduras, sin embargo es una de las verduras más delicadas y que permite las preparaciones más sofisticadas.
 
Carnero.   "De la mar el mero y de la tierra el carnero", este refrán dice todo lo referente a sus cualidades organolépticas y porqué en España ha sido la carne por excelencia, se podría decir que durante toda la cristiandad. Pero además de su importancia gastronómica, la simbología del carnero es una de las más ricas dentro del mundo esotérico. Es la imagen del signo Capricornio, el que cada año cruza el sol en el equinoccio de primavera como representación cósmica de la fuerza animal.
Significa fuerza, pasión, agresividad, orgullo, vitalidad, emotividad, pero, consecuentemente con  esa primitividad tan sanguínea, también implica brutalidad, ceguera, destrucción. Su simbología es una de las más universales e indiscutibles que existen, desde Amón en Egipto hasta los ‘goborchinds’ en Irlanda, pasando por Grecia con su Apolo-Karneiros o India donde vemos como en el Bâskala- mantra Upanishad, el santo Indra convertido en carnero imparte la doctrina de la unción del Príncipe Supremo.
También la divinidad Kuvera elige un carnero para cabalgar sobre él protegiendo los tesoros del norte, evocación evidente del Toisón de oro, imagen que se repite en algunos países de Oriente como China, donde los inmortales Ko Yeu, cabalgan sobre carneros.
Una variante que en España no se distingue demasiado bien y que se atribuye su semántica más a la edad del animal que a su especie, es la del macho cabrío. Animal vinculado con el sexo abominable que condenaba el cristianismo medieval, llegando así a ser el execrable símbolo del diablo. Su apestoso olor bravío despertaba las pasiones de las mujeres más lascivas y se decía que para saciar su erección debía cubrir ‘tres veces ochenta hembras’.
Pero este caracter indeseable le hace llegar a ser víctima propiciatoria sobre la cual recaen todas las desgracias, y así se convierte en el chivo expiatorio que los pueblos mediterráneos mantienen en cada aldea para que atraiga sobre sí todas las desgracias, rayos y maldiciones destinadas a los habitantes del poblado. Es llevado al altar de los sacrificios para expiar los pecados del pueblo: "Degollado después el macho cabrío por el pecado del pueblo, entregará su sangre del velo adentro, conforme a lo dispuesto de la sangre del becerro, a fin de hacer las aspersiones enfrente del oráculo y purificará el Santuario de las inmundicias de los hijos de Israel, y de sus prevaricaciones  y de sus pecados" (Levítico 16, 15 y 16).
Además del chivo expiatorio existe el macho emisario, compañero del anterior en el altar de los sacrificios, pero que es dejado en libertad para que huya al desierto llevándose consigo los pecados del pueblo, para purgarlos llevando una vida de destierro y miseria: "... presentará dos machos cabríos al Señor a la puerta del Tabernáculo del Testimonio, y echando a suertes entre los dos para ver cuál ha de ser inmolado y cual el macho emisario, o que se ha de enviar al desierto..." (Lev. 16, 7 y 8).
Carneros y chivos forman parte de estos sacrificios rituales, incluso a veces juntos, pero los primeros son agradables al señor mientras que los segundos siempre actúan como portadores del pecado: "Y recibirá de todo el pueblo de los hijos de Israel dos machos cabríos por el pecado y un carnero para el holocausto" (Lev. 16, 5).
Respecto a su valoración organoléptica, tanto el cabrito como el cordero, si son lechales, ambos son un majar exquisito y que sólo se puede degustar en todo su esplendor en las tierras castellanas, mientras que carneros y chivos, quizás antaño valorados por separado, hoy día no son bocados de recibo para nuestros paladares, salvo que hayan sido curados en cecinas o tasajos.
 
       
Escrito por el (actualizado: 02/05/2013)