Navajas gallegas
Hace algunos días, después de dar una conferencia sobre la gastronomía del occidente astur y resaltar la bondad de los bivalvos de la ría del Eo, un señor muy educado me corrigió el discurso advirtiendome que no solo en el Oeste había navajas, sino que en la ría de Villaviciosa se podían encontrar grandes cantidades de estos sabrosos animalitos.
Le agradecí cortésmente la información pero la preocupante cuestión que me corroe desde la infancia se acrecentó aun mas: ¿Porqué en Asturias no se comen apenas conchas?
¿Acaso hay algo mas delicioso que una buena docena de ostras vivas, un plato helado lleno de almejas recién abiertas, una brocheta de vieiras a la parrilla, o unas buenas navajas a la plancha con una pizca de ajillo y limón?
¿Y que me dicen de las vieiras?
Esa mágica delicia, símbolo esotérico del Camino de Santiago del que inconcebiblemente los pescaderos asturianos actuales no tienen noticia, y que antaño fue plato típico de nuestras mesas como denuncia Angel Muro en su Practicón: “Es manjar fuerte y muy común en Galicia y en Asturias”.
Y como estamos en plena temporada, pues vamos a hablar de moluscos porque es durante estos días en que el agua está tan fría como la sonrisa de Catherine Deneuve, cuando los mariscos se alimentan con más pasión y así sus carnes resultan mas turgentes y sabrosas.
Cierto es que hace falta valor para caminar estos días descalzo por la húmeda arena de los tesones de la ría en busca de los codiciados animalitos, lo cual es realmente delicioso durante los calidos días de verano, pero entre otras cosas como está prohibido mariscar sin licencia, pues quizás lo mas indicado sea recurrir a los bares de la zona donde generalmente sí podemos disfrutar por poco dinero de estas glorias marinas.
Tengan en cuenta que además estos seres tienen la desagradable costumbre de esconderse a mas de un palmo de profundidad en la arena, lo cual dificulta bastante su localización y aun mas su extracción.
Durante los años que viví en Castropol, fuí testigo de los vanos intentos de muchos turistas que, armados de una flechita de acero, acribillaban en cada bajamar los tesones sin conseguir una sola pieza. De vuelta con el cubo vacío y tapado con una toalla, siempre había algún oriundo que con sorna indagaba: ”¿Qué? ¿Colliches moitos aguillolos?” (por allí a las navajas les llaman aguillolos, que no es palabra gallega ya que ellos las llaman lingueirón, longueirós, o llongueiróns, sino asturiana occidental, o bable gallego, como dicen algunos). A la insolente pregunta el infortunado madrileño torcía el ceño con el absoluto convencimiento de que en aquellos arenales jamás hubo vida animal, y contestaba con desdén: “¡Pse! Alguno cayó. Por lo menos para merendar ya hay”.
El mejor sistema de captura lo describía genialmente, Julio Camba: “Todo se reduce a convencerlo de que ya subió la marea; pero ¿como se lleva esta convicción al ánimo de un molusco tan desconfiado? ...: basta con poner un grano de sal gorda sobre el pequeño orificio que ha dejado en la arena el lingueirón.Y en cuando sale, usted le echa mano, bien para comérselo o bien para volverlo a pescar al día siguiente”.
Según él, hubo un verano en que llegó a desconcertar de tal modo a una pobre navaja, que perdida la confianza en su instinto para adivinar cuando en verdad subía la marea y cuando era D. Julio quien ponía el granito de sal, aquella desgraciada llegó a convertirse en un ser pensante, y como para su desgracia no acertaba ni una vez, cuando llegó al otoño estaba completamente neurótica.
Crueldades aparte, yo creo que los comensales asturianos deberíamos empezar a exigir en los restaurantes el retorno de tan dignos manjares, y dejarnos de pamplinas andaluzas de langostinos, gambas, choquitos y demás fruslerías foráneas.
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