Cangrejos de río
Cuando les hablé de las lampreas ya les advertí que quizás fuésemos la última generación en poder disfrutar de este delicioso manjar, hoy desgraciadamente al hablar de los cangrejos de río hay que hablar ya en pretérito.
La administración española, en su continuo velar por el bienestar de los ciudadanos, el ecosistema y los recursos naturales, cuando hace años se denunció por algunos gastrónomos el alarmante descenso de cangrejos en nuestros regatos, tomó la decisión de imponer multas espeluznantes a los ribereños que osasen echar algún ratel a un río y la pesca del cangrejo quedó radicalmente prohibida.
Fue una excelente idea porque así cuando al cabo de poco tiempo vieron que la población de los codiciados crustáceos seguía en vías de extinción y que las capturas de algún arriesgado furtivo en nada incidía en el problema, comprendieron que cuando les decíamos que un campo mal abonado, el abuso de insecticidas o el vertido de residuos tóxicos en general eran los responsables de tal descalabro, teníamos toda la razón.
En una luminosa idea alguien decidió repoblar los ríos y tras estudiar las distintas especies, se escogió la especie Procambarus clarkii, o cangrejo rojo americano, variedad poco menos que incomible y de una voracidad incalculable.
Podían haber traído especies australianas como la deliciosa Cherax tenuimanus, o la increible Astacopsis gouldi que llegan a pesar hasta seis kilos cada ejemplar, pero prefirieron traer la americana porque al ser tan infame, así nadie los capturaría.
El resultado fue formidable y los cangrejos americanos se expandieron con tal rapidez por nuestra geografía que en aquellos ríos en que aún quedaban especies autóctonas, estas fueron exterminadas por los invasores que en santiamén devoraron sus larvas, crías y hasta ejemplares adultos.
A semejanza de esas películas fantásticas basadas en Los Pajaros de Hitchcock en que las pirañas, las hormigas o los ratones se apoderan de la humanidad, en algunas zonas cangrejeras (sobre todo en Huelva), los agricultores huían despavoridos al ver aquellos intrusos que llegaban a dar saltos de un metro para atenazarles una mano.
Se tomaron medidas y se utilizó un veneno especial, la odisea pasó pero los gastrónomos nos quedamos sin cangrejos y yo les pregunto a los señores responsables de esta calamidad: ¿Serviría de algo si alguien les comunicase donde hay aún alguna familia de Astacus torrentium para que en vez poner inútiles multas, permitir que algunas personas velasen por la higiene del riachuelo y explotase una interesante fuente de ingresos?
Me temo que no, porque eso se le llamaría favoritismo en vez de sentido común.
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