Erizos, esencia de mar
Y si de desgracias va la tarde, pues saquemos otro palo nuevo: los erizos, un humilde equinodermo que guarda celosamente en su interior la mas concentrada esencia de nuestros mares, y que sin otra justificación quizás que sus disuasorias púas, es despreciado olímpicamente en casi todo el norte.
La mayoría de los que se capturan en las costas gallegas van a parar a las mesas asturianas, sobre todo a Gijón, donde son auténticos protagonistas de grandes bacanales.
Quizás convenga explicar lo hay dentro de cada una de esas bolitas llenas de pinchos, para comprender el porqué toda una ciudad de tan excelentes gastrónomos, pierde la cabeza durante algunos meses, y ya sean chigres indecentes, o restaurantes de lujo, rara es la mesa que no inicia su ágape con unas cuantas docenas del peculiar marisco.
¿Porque la naturaleza, que es tan sabia, ha dotado de tal protección a un animal que apenas es apreciado por la mayoría de comedores de marisco? Prueben uno y lo comprenderán.
Para empezar hay que puntualizar que es imprescindible comerlos con toda garantía, y por ello es aconsejable ir a cogerlos uno mismo, o encargárselos a alguien de confianza que se sepa que los va a recolectar a un pedregal de agua limpia, lejos de toda contaminación. Concretamente a mí como más me gustan es comidos en las mismas piedras.
Una costumbre que suelo practicar cada invierno, es que mientras los amigotes hacen la recolección para celebrar una gran merienda, disimuladamente yo llevo una botella de buen albariño que dejo refrescando en el agua, a la sombra de alguna cueva.
Con el mismo cuchillo con que los sacamos de su habitáculo, cada vez que encuentro alguno de esos con color de canónigo en Viernes Santo, de un certero tajo lo parto en dos, y con una cucharilla que tengo especialmente acondicionada para tales menesteres, saco sus exuberantes gónadas carmesíes, y dejo que se desparramen por la boca, dejando que los aromas yodados del ocle de que se alimenta, y que se concentran milagrosamente en su interior, me invadan hasta salir por las orejas.
Es sin duda una de las experiencias más formidables que un gastrónomo pueda disfrutar, y si después uno puede enjuagarse la boca con un traguito de albariño fresco, pues ya es como asomarse al Nirvana de los gourmets.
Hay que tener cuidado con las olas porque en ese momento de éxtasis, puede llegar una traidora María, y estrellarte contra los acantilados, algo que resulta muy desagradable, sobre todo con el estómago lleno. También se suelen comer cocidos, pero pierden mucho.
Hay también quien come todo lo que hay en su interior. No digo que esté mal, pero se pierde la fascinante potencia aromática de sus partes nobles. Es como comerse una cigala sin quitarle la cáscara, no es que esté mal, pero pierde. Ahora se está poniendo de moda usar los erizos como ingrediente de alta cocina.
No está mal, una lubina acompañada de una muselina de erizos es algo exquisito, pero para los auténticos "conaisseurs", para los paladares privilegiados, para los verdaderos gourmets, la receta es: pantalón corto, chancletas de goma, cucharilla atada el cuello y valor para meterse en el mar en el mes de Febrero.
Todo lo demás, es perder puntos.
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