Mijas / Fuengirola.

 Para quienes conocemos la Costa del Sol solo a través de las revistas de la peluquería, con esa imagen estereotipada de glamour y lujo, todo muy chic y muy puesto, encontrar un caos circulatorio que supera la M 30 en sus horas punta, calles levantadas por doquier, obras a medio hacer, variantes y circunvalaciones apenas iniciadas, en definitiva, un desmadre urbanístico propio de un país africano pero inconcebible en la Europa del siglo XXI, la visión resulta todo un trago.

Y eso es Mijas Costa y Fuengirola (tardamos una hora y media en salir del centro de Fuengirola para llegar a Byblos, lo que en línea recta supone un par de kilómetros, para que vean que no exagero).

De hecho los conserjes del hotel, para coger la autovía, recomiendan una ruta alternativa por La Cala y nosotros llegamos a dar la vuelta por Alahurín, porque los atascos son de tal calibre, que hasta se colapsa la autovía a su paso por esa zona ¡Y eso que estábamos en el mes de octubre!.

Eso sí, una vez superado el trago, la entrada en la urbanización Mijas Golf es como un sueño, un oasis en que todo es perfecto: un master caddy encantador, unos campos alucinantes, patitos cruzando por el paso cebra, un hotel de las Mil y una noches, un thalasso con tres piscinas. Hasta la comida del buffet resultó excelente.

Hago referencia a José Miguel, el Master Caddy (todo el mundo le llama Pepe), porque, además de su amabilidad, en función de nuestras características (handicap, gustos, edad, etc.) nos puede gestionar el acceso a otros campos que tiene concertados y planificar un recorrido ideal, lo cual no es fácil teniendo en cuenta la vorágine de ofertas de la zona. Desde el mismo hotel podemos coger el buggy y el green fee (hay una salida ad hoc con vestuario y duchas), lo que, teniendo en cuenta que habitualmente puede haber unas quinientas personas jugando, pues se agradece. Hay dos campos, Los lagos y Los Olivos, ambos magníficos, aunque a los que venimos del norte nos cause cierta intranquilidad que una fila de chalets adosados sea el “out” de algunas calles, o que incluso otras bordeen lujosas mansiones (yo le tuve que decir a un alemán con pinta de Barón Rojo, que se escondiese si le tenía apego a la vida, porque los drives los carga el diablo y nunca se sabe lo que puede hacer el proyectil).

De vuelta al hotel, las piscinas y saunas del balneario son de libre uso para los clientes, no así el resto de servicios, claro, pero media horita de relax pasando de un agua a otra, es tan apetecible como la propia cena.

Apunté que la gastronomía del hotel era magnifica, y es que cuentan con el buen hacer de Philippe Galindo, un chef francés que habla español con acento franco-andaluz, “mu graziozo”. Su cocina es renovada, actual, muy a la moda, pero sin acrobacias. Es de los que se toman su profesión en serio, de hecho hasta preparan los croissants del desayuno con mantequilla fresca (hacía tantos años que no comía bollería artesana de verdad, que casi reviento el primer día). Y en el buffet ponen una empanada de hojaldre y un gazpacho, como para sí quisieran las mas laureadas estrellas andaluzas. Su restaurante gastronómico, Le Nailhac, solo ofrece cenas, lo cual supone un broche de lujo para una selecta jornada de golf y talaos, porque si ya en el desayuno y en el buffet, Philippe, demuestra lo gran cocinero que es, en este comedor, que es su capricho, hace platos realmente transcendentes.

Para los que quieran bulla, en el paseo marítimo de Fuengirola tienen donde escoger hasta hartarse. Ya les he advertido de lo que se van a encontrar, aún así hay un bar (llamar restaurante a un comedor con manteles de papel, me parece equivocar los términos), Los Marinos, donde el producto es realmente de primera calidad y sus fritos y plancha no desmerecen (a pesar del mantel de papel, la factura tampoco desmerece). Hay dos, el de Paco y el de Pepe, que son hermanos, el segundo es el mejor.

Una visita que sí justifica la pena de salir del oasis, es el Higuerón, una preciosa venta situada en la antigua subida a Mijas (pueblo), cuya vista impresiona, tanto por su belleza como por la magnitud de la barbaridad que se ha construido en ese término y que, desde su terraza, se puede contemplar en toda su extensión. Hacen fabada (algo tenía que quedar del paso de Fernando Martín, el famoso restaurador asturiano que lo dirigió durante algunos años), lo cual tiene mérito, pero mas aún lo tienen quienes la comen con ese calor. No obstante su carta es variada y razonable, con platos de corte moderno pero sin peripecias de grandes platos y pequeñas raciones, todo mantiene un buen equilibrio, hasta la carta de vinos, lo que por el Sur no es fácil encontrar.

Un poco más abajo, por esa misma carretera pero pasando por debajo de la autopista, está el Airén, que ya citamos en el apartado anterior por ser filial del Café de París. Es otra cosa. Muy fino, muy neoyorquino, muy exquisito. Todo en blanco y negro (es la moda, pero a mí me da escalofríos, porque me sugiere un tanatorio de ricos), y mucho acero (y eso ya me recuerda más la sala de disección de la facultad). A la última, sobre todo en su cocina que, dirigida desde Málaga por José Carlos, es un verdadero espectáculo.