Real Academia Española de Gastronomía.
Los gastrónomos españoles hemos inaugurado el año con una deslumbrante noticia: La Casa Real ha proclamado que ya tenemos una Real Academia Española de Gastronomía.
Este hubiera el tono de la noticia, si no fuera porque detrás de todo esto está un personaje tan siniestro como peligroso, Rafael Ansón.
A partir de aquí mi redacción dejará de ser espontánea y cachonda, porque ya no podré llamarle Pequeño Saltamontes, si no Excelentísimo Señor (digo yo), y sin coñas, porque el título de Real conlleva no pocos privilegios.
Lo que no creo que me esté prohibido es disentir de la honestidad de este nombramiento, porque siendo ya una institución Real, me imagino que tendrá derecho a una asignación anual en los presupuestos del Estado, como la Real Academia Española, la de Bellas Artes, la de Ciencias, etc., y que con el dinero de mis impuestos se financie un negocio personal, ahí me parece que algo chirría.
El señor Ansón montó hace casi treinta años este tingladillo a partir de una cofradía de amigotes, llamada de La Buena Mesa, sin encomendarse a Dios ni al Diablo y en estos años ha amasado una considerable fortuna (en millones de euros) amparado tras una fachada de Academia, nombre falso, porque el Registro de Asociaciones no permite el uso de términos como Colegio o Academia, salvo que esté justificado por motivos docentes o de asociación gremial de licenciados y profesionales (en Asturias lo intentamos infructuosamente durante años hasta que un buen día, cuatro sinvergüenzas, se presentaron ante los medios como tales académicos, cuando en realidad lo que habían registrado era una Asociación de amigos de la cocina asturiana).
¿Cómo es posible que los asesores jurídicos de la Casa Real no advirtieran a su Majestad de tal irregularidad antes de utilizar su nombre para una organización con claro ánimo de lucro (en sus estatutos dicen que no, pero todos conocemos el negocio del pajarito)?
Quizás deberían preguntar a la empresa Repsol a nombre de quién extiende los cheques por la concesión de la guía CAMPSA, o a Iberia por la edición de su revista Ronda Iberia, contratos fabulosos que estas empresas, que hasta hace dos días eran públicas, concedieron a dedo por llevar el falso nombre de Academia Española de Gastronomía.
Claro que, teniendo en cuenta que un antepasado de nuestro monarca, Fernando VII, después de jurar la Constitución para poder subir al trono, se la pasó el forro y reinstauró la monarquía absolutista más despótica de la historia de España, contratando un ejercito de mercenarios para asesinar a todo liberal que protestase, arrasando y saqueando pueblos enteros, reinstaurando la Inquisición en pleno siglo XIX, y provocando con sus desatinos las dos guerras más crueles que ha vivido este país, la Carlista y la Civil, pues esto es un juego de niños (y no hablemos del problema vasco, porque de aquellos polvos tenemos estos lodos).
Mal pinta el cielo, amigo Sancho.
Desde el siglo XIX la Casa Real no había pronunciado ningún reconocimiento hasta este, así que, para una vez que habla, se ha lucido.
Ya no podremos hacerle pedorretas al señor Ansón cada vez que intente llevarnos a su huerto, como en el pitorreo de Gijón ¿Verdad querido Amo?
¿Habrá que rendirle pleitesía o tendremos que pedirle permiso para poder seguir ganándonos la vida honestamente sin besar su real anillo académico?
A todo esto ¿qué título hay que tener para pertenecer a esta Real Academia, además del de besaculos de Ansón? Porque, un detalle, en este país todavía no hay escuelas de gastronomía.
Qué cosas más folklóricas siguen ocurriendo en la piel de toro.