Consejos Reguladores que no reguláis...
Mi dueño, amo y señor, el Tirano Proensa, abrió la Caja de Pandora en el anterior número contando las trapacerías y despilfarros que han llevado a cabo algunos Consejos Reguladores de distintas Denominaciones de Origen (solo algunas), y claro yo, que cuando huelo sangre me pongo más histérico que los tiburones blancos, pues no puedo guardarme los colmillos en la boca y quiero también clavar mis caninos en carne viva.
Hace muchos años, cuando un servidor de ustedes estudiaba cosas muy raras, trabajaba en los restaurantes de la familia y cataba vinos con el citado jefe, creíamos que eso de las Denominaciones de Origen era algo muy serio y muy positivo para nuestra enología, porque aquellos jueces pondrían orden en el picaresco panorama carpetovetónico, y algún día en España se podrían beber otros vinos de garantía que no fuesen los ya entonces manidos riojas.
Había otros consejos, como el de Jerez, que era como una especie de aristocracia en que nadie sabía muy bien lo que se cocía, o el de Málaga que ni se sabía si estaba vivo o muerto, no digamos ya el de La Mancha, que permanecía casi oculto no fuera a ser que los graneleros y alcoholeros, le pegasen fuego. Pero nuestro sueño estaba puesto en otras zonas, como Ribera de Duero, aún desconocida, Rías Baixas, de la que se comentaba que iba a terminar con los vinos blancos turbios, o incluso proyectos tan románticos como aquél lejano Somontano del que se oía hablar como de una quimera, de un cuento de amor pirenaico que no se sabía bien si se desarrollaba en Euskadi, Francia, o Navarra (luego resultó que estaba en Aragón, cerquita de ese espeluznante lugar llamado Torreciudad).
Todo parecía rodar de maravilla porque incluso aparecieron zonas como Valdeorras que descubrieron uvas tan gloriosas como la Godello, otras que se reinventaron como Bierzo o Penedés, no digamos ya Toro, de donde tuvimos que salir casi escoltados por la Guardia Civil hace casi treinta años por hacer una cata en que casi nos envenenan y ahora es paradigma de vinos de altos vuelos.
Lo malo es que, de esa insondable maraña que es la Administración, empezaron a descolgarse, una tras otra, ávidas garrapatas sedientas de sangre ajena y, con la pericia que da la maldad, poco a poco fueron infiltrándose bajo la piel de los codiciosos agricultores y bodegueros hasta enquistarse en sus poltronas, protegidos de guardias pretorianas bien pagadas que, sin necesidad de saber como se hace un vino blanco de uvas tintas, defendían a su amo aún a costa de desangrar al animal parasitado.
Se supone que un Consejo debe velar por la calidad y tipicidad de aquellos productos que ampara, ser una garantía para el consumidor que ve una contraetiqueta de tal y piensa “Hombre, si está homologado por el CRDO Ribera de Duero, será un gran vino” ¡Ja!
La codicia, el deseo de mando, el politiqueo, el chupe y demás asquerosidades y bajezas que ni merece la pena enumerar, han hecho que nombres como el ya citado, y no digamos ya el de Rueda, subiesen como la espuma gracias a la excelente calidad de sus vinos y, cuando empezaron a mover cifras colosales de hectólitros y euros, llegasen los vampiros y las destripasen hasta el punto de que están convirtiéndose en malditos para los buenos amantes del vino.
Yo me enamoré de zonas como Yecla, Campo de Borja, Bierzo, Cariñena o el propio Somontano. Probé vinos que me hacían vibrar y que podían hacer sudar a los grandes Premiers Crus de Burdeos, el sueño de todo buen amante del vino. Pero según escribía elogios de alguna zona o de alguna marca, los sátrapas del Consejo caían sobre la bodega con sus promesas de riquezas y, de una cosecha a otra, triplicaban la producción, matando la gallina de los huevos de oro.
Mover a su antojo los fondos de todo un sector, como hicieron en Cariñena, patrocinando una etapa de Vuelta Ciclista a España que vació las arcas del consejo para generaciones, es sencillamente un crimen. O en Rueda, una zona emergente que hizo temblar a los bodegueros gallegos y que en un pispás ha tirado por tierra hasta el nombre de sus mejores marcas por el capricho y la negligencia de una señorita endiosada que ni atiende por teléfono a la prensa. Y no digamos ya la Ribera, donde el despotismo de un ex ejecutivo de la Coca-Cola y la mezquindad de su presidente, han organizado tal caos que la mitad de las bodegas están en venta.
¿Qué regulan ustedes señores? ¿No sería mejor que volviese la anarquía? Que cada cual se defendiese o agrupase como mejor pudiese, antes que ver como se despilfarran cientos de millones de euros que viticultores y bodegueros aportan supuestamente para que se defienda su imagen y su calidad, y se promocionen sus productos con sentido práctico y responsable.
Bueno, pues no.