¿Pinchos o qué?
Artículo publicado en la revista PlanetaVino nº 62, Agosto/Septiembre 2015
He de reconocer que soy un auténtico pinchófilo, no solo pinchófago, sino incluso pinchólico, o pincho-dependiente, que se dice ahora, porque la RAE considera que alcohólico es aquello que contiene alcohol y que las personas dependientes deben llamarse alcoholizados, como siempre tan amables con la gastronomía.
Me considero un pincho-dependiente desde el momento en que, por ejemplo, viajando a cualquier país allende de nuestra fronteras (no hace falta irse al fiordo de Ålesund, basta con cruzar el Miño o el Bidasoa), al llegar esa horita del pinchín, ese dulce momento en que nuestro cerebro empieza a enviar órdenes para segregar las correspondientes encimas con que digerir unas cañitas, unos boquerones en vinagre o un montadito de chistorra, si entro en un bar y me veo una barra desierta, desolada, huérfana, con tan solo una toallita que anuncia la cerveza de presión, pues me pongo muy malito.
Como todo drogadicto que se precie, antes de partir ya tomo mis precauciones, y así procuro llevar mercancía en la maleta, aunque por lo general suelo apañarme con ciertas substancias locales, incluso en Inglaterra, porque zamparse un “Meat pie” (es como una empanadilla de carne) con una buena pinta de espesa cerveza inglesa, no es moco de pavo. Luego puedo pasar de la comida, pero ese pinchín me sabe a gloria.
En Francia un recurso maravilloso es entrar en un “Traitteur” y comprar esos patés y fiambres caseros que ellos mismos elaboran. Luego compramos una baguette, que no tienen nada que ver con estas porquerías que venden aquí en las gasolineras, y te preparas tres o cuatro bocaditos que repartes estratégicamente por los bolsillos de la gabardina. Así, cuando entras en la Brasserie de la esquina y pides “un demi” (en París cada esquina tiene una Brasserie, o dos, si hace chaflán), cada vez que el camarero se da la vuelta para servir un pastis, pues bocado que te crió, y a lo tonto y a lo bobo, te has apretado un aperitivo que no se lo salta un torero.
Y aquí entramos en materia. Una rebanadita de pan con paté de campaña, si acaso con una lonchita de pepinillo encima, eso es un pincho, afrancesado, sí, pero pincho. Un “Trampantojo de boquerones, jamón, harina de fritura, arroz, polvo de jamón y huesos de jamón” o una “Cuajada de coco con esférico de piña colada en filamentos de caramelo con ron, caviar de coca cola y perlas de ron”, no.
Estas dos aberraciones no me las he sacado de la manga, creo que me falta imaginación o me sobra pudor para parir semejantes andamiajes, pertenecen al último concurso de Valladolid, pero podrían igualmente ser de Alpedrete, Becerreá, Benidorm o Guijuelo, porque desde hace algunos años hasta los barrios más miserables de los arrabales de Madrid, celebran su concurso anual de pinchos.
Reconozco que algo de culpa tengo yo, porque mi insuperable dependencia me llevó a emprender acciones deshonestas para promocionar las tapas, pero se me fue de las manos, y sobre todo se desnaturalizó.
La primera vez que salí de tapas por Valladolid aluciné, tanto que le dije a mi querido amigo Juan Carlos “Chico, pero si aquí hay más nivel que en San Sebastián”, y me puse manos a la obra para promocionar aquella maravilla por toda España.
Luego, desde los medios en que trabajaba, fomenté también este tipo de hostelería en Oviedo, Gijón, Avilés, Lugo, Ribadeo, etc. El resultado fue un gran negocio, pero para otros, claro, porque ya se sabe que en este país nadie tiene ideas, pero las que surgen, son inmediatamente robadas, pervertidas y mancilladas.
Y ahora sí que llego al nudo gordiano del asunto ¿Qué es un pincho?. Pues yo diría que algo que está en la barra de un bar y que se coge con los dedos para acompañar la bebida de turno. ¿Nada más? Bueno, pues sí y no. Preparaciones comestibles que se pueden poner en una barra y coger con los dedos, hay millones, o más, pero si no se puede manipular así, no es un pincho.
En Gijón es muy popular poner una tapa de guisote, pero incluso esas patatas con calamares, se pueden echar al coleto sin otro utensilio que el platillo o tacita en que se ha servido.
En San Sebastián les dio por llamarlos “Gildas” por alusión a lo buena que estaba Rita Hayworth y mi amigo Peio García habla de cocina en miniatura, vale, pero un pincho es algo que se pincha (o se coge a dedo limpio), pero si hay que recurrir a herramientas e incluso a habilidades malabaristas, eso no es un pincho, será un plato pequeño, pero no un pincho.
¡Vivan las croquetas de jamón y las empanadillas de bonito!