Mendigando publi
Acabo de atacar un nuevo libro sobre maridajes de picoteo y consejos para escoger nuestra propia bodega doméstica, y ahora me toca el triste trabajo de mendigar aquellas páginas de publicidad que financien la obra, porque en España, pretender ganarse la vida vendiendo libros, es como abanicarse en una sauna.
Parafraseando al gran maestro Victoriano Crémer, “... escribir en España es, más que un duro experimento, un ejercicio de resistencia”, y eso es lo que nos toca hacer, pero es que, además de escribir, tenemos que financiar nuestros escritos, y para eso nos tenemos que convertir en mendigos, en monjes mendicantes como aquellos que recorrían el país pidiendo sopa boba en los castillos y monasterios, mientras dedicaban su vida a la salvación de las almas de los pecadores adinerados. ¡Con lo que a mí me gustan los frailes!
Y aquí entramos en una cuestión bastante peliaguda, porque resulta que los señores bodegueros (algunos, claro, porque los que se estiran son encantadores), esos que gastan cifras escandalosas en fiestas, exposiciones y no digamos ya en deslumbrantes instalaciones, consideran que la publicidad es una especie de limosna, una ayudita para los pobres críticos que no tenemos otra forma de pagar el recibo de la luz, sin comprender que es una herramienta de venta, un recurso imprescindible sin el cual no estarían en el candelero y tendrían que beberse todo su vino, sobre todo en tiempos de crisis.
Bueno pues no, resulta que, mientras que todos los técnicos de marketing aconsejan reforzar las inversiones en comunicación durante los periodos de crisis, los bodegueros españoles piensan: “¿Crisis? Pues recorte presupuestario, y empezando por suspender toda la publicidad”. Qué listos son.
Eso sin contar con que la labor didáctica que llevan a cabo las revistas especializadas, ha sido el neurotransmisor que ha hecho que los consumidores prueben y se aficionen a muchos nuevos vinos que hace veinte años hubieran sido proscritos y que, consecuentemente, la calidad de los vinos españoles haya pasado de la Edad Media al siglo XXI en apenas un par de décadas.
Sin nuestra labor el mercado español seguiría consumiendo los mejunjes que se anuncian en las vallas de los campos de fútbol y los riojas de combate que el distribuidor de turno ha conseguido ofertar a mejor precio que su rival. Pero es que, aunque no se lo crean, la situación no es irreversible. Yo he sido testigo de como la gastronomía de una provincia como Lugo evolucionó en cuatro años lo que no había hecho en siglos, y como en otros tres, volvía a la cocina de rancho. ¿Se imaginan que todos esos 99, 98 y 97 de la Guía Proensa desapareciesen y volviéramos a los riojas con sabor a madera de ataúd? Bueno, pues no lo descarten, que más brillaban Buenos Aires y La Habana hace unas décadas, y ahora miren como andan.
Ya sé que es una visión apocalíptica, como la de esos ecologistas que vaticinan el fin del mundo, pero no olviden que el desierto avanza por Almería varios kilómetros cada año, así que no es como para tomarlo a coña.
Me decía un amigo bodeguero: “La cosa está jodida, sí, pero yo tengo la bodega llena de vino y tengo que venderlo, así que como llorando no voy a conseguir nada, lo que necesito son ideas nuevas, motivaciones, iniciativas, lo que sea, pero que no me hablen más de crisis ¡coño! Que la tenemos ya tanto tiempo en la boca, que parece que nos gusta más que el vino”. Eso es pensar con la cabeza (huelga decir que colaborará en mi libro).
La banca, las multinacionales, los especuladores, y los ladrilleros, muchos de ellos accionistas mayoritarios en grandes bodegas, son los responsables de esta situación que es perfectamente reversible. Pero lo más asqueroso es que precisamente son ellos quienes más se quejan de la crisis, los que la usan a guisa de escudo para despedir a cientos de empleados y alegar reducción de gastos para no pagar esa esquela de 1.000€ con la que ayudaría a mantener a flote esa guía o revista que tan bien le ha tratado durante años.
Y el Gobierno, en vez de aprovechar esta pifia para meterles en cintura y poner cerco a tanta corrupción y desvergüenza, les entrega 18.000 millones de euros para reflotarles y que sigan especulando. Con lo bien que me hubieran venido a mí..., bueno a nosotros..., bueeeeno, aunque hubiera que compartirlos con el Peñín.
¡Bakunin, Vuelve! A ver si contigo y tu anarquismo, podemos dejar de mendigar, como llevamos haciendo los currantes desde que este sitio empezó a llamarse España.