Malos consumidores
Afirmaba D. Benito Pérez Galdós que la envidia era una enfermedad congénita y endémica de los españoles, y desde luego que ese mal ha causado más estragos a lo largo de nuestra historia que la tuberculosis, pero no apuntó nada acerca de otra peculiar perturbación mental conocida como pataleo, y que, sin llegar a las trágicas consecuencias del citado pecado capital, también tiene repercusiones trascendentes en nuestra sociedad.
El señor Pujitos compró sus altramuces en el hiper de toda la vida, pero su marca preferida había desaparecido del lineal y en su lugar había otro producto de similar envase pero de marca blanca.
Al llegar a su casa los probó y constató que aquello era como píldoras en salmuera. Acto seguido bajó al bar y montó la de Trafalgar, pidiendo a voces la hoguera para quienes le habían estafado y vejado en sus derechos de consumidor. Los contertulios le apoyaron incondicionalmente y en pocos minutos se entabló una violenta protesta por el atropello que todos sufrían a diario con esa inmoral práctica cada día más habitual en las grandes cadenas. Afortunadamente la sangre no llegó al río y unas cuantas cañas refrescaron el ambiente. Días después, resignado, el sr. Pujitos volvió al susodicho supermercado a comprar esa marca blanca que le habían impuesto desde la Jefatura de Compras y chitón.
En la pérfida Albión Mr. Bean compró un paquetito de nuggets en la grocery de la esquina y cuando pretendió cenarlos, comprobó que tenían un repelente moho verde. Al día siguiente volvió a la tienda, dijo “Please” y como el tendero, haciendo uso de la conocida flema inglesa se encogió de hombros, se fue a la oficina del consumidor y puso una denuncia. ¿Resultado? La empresa fabricante y la tienda expendedora fueron sometidas a una rigurosa inspección y el Sr. Bean recibió públicas disculpas, así como un vale para mil paquetes de nuggets en perfecto estado.
Hace algunos años tuve que asistir a un acto en el que la Directora Regional de Turismo de Asturias se jactaba de lo buena que era nuestra hostelería argumentando como prueba indiscutible el hecho de que en el último año no habían recibido ni una sola hoja de reclamación. ¿Pero cómo se puede ser tan imbécil?. Evidentemente publicar esa pregunta en mi sección me costó una bronca más del director del periódico, pero ¿no pudo llegar esa señora a la conclusión de que la lectura correcta no era esa, sino que el sistema no funciona, que nadie reclama aunque le sirvan una fabada con gusanos?.
Pero ¿qué virus afecta a nuestros cerebros?, ¿acaso no hemos dicho hasta la saciedad que si un vino sale defectuoso, hay que decírselo al tabernero porque a él no le supone ningún gasto y la bodega, que le repondrá la botella, hasta lo agradecerá?.
Pues no, el Sr. Pujitos irá al siguiente bar y pondrá a parir al anterior tabernero porque le ha servido un vino que apestaba a corcho, cuando lo más probable es que el pobre camarero no se haya enterado del incidente.
Yo creo que hay que analizar el problema desde una perspectiva darwiniana. Es algo así como la adaptación de una especie al medio en el que habita.
Durante siglos, en España la protesta, no digamos ya la reclamación, solía implicar la intervención de las autoridades por desacato a la Ley, a las buenas costumbres y hasta a la Santa Madre Iglesia. Un súbdito, como aún indica el DRAE, está “Sujeto a la autoridad de un superior con obligación de obedecerle”.
Obviamente el término ciudadano estaba reservado para los capitostes, así que, a pesar de haberse proclamado ya la soberanía popular y la libertad de expresión, los españolitos seguimos confundiendo el concepto derecho, con el derecho al pataleo.
Un mercado en el que los consumidores no saben expresar sus quejas, es un mercado enfermo, mórbido, caduco, incapaz de reaccionar ante los estímulos del entorno.
Un mercado en el que los consumidores no saben expresar sus quejas, es un mercado enfermo, mórbido, caduco, incapaz de reaccionar ante los estímulos del entorno.
Siempre criticamos a los hosteleros, a los bodegueros, a los camareros... (no cito a políticos, jueces y banqueros, porque esos merecen la horca sin juicio), pero ¿por qué no valoramos a los consumidores?.
Ahora hay impresentables que me insultan anónimamente por internet, una forma nueva de pataleo, pero ¿por qué no lo dicen a la cara, por las buenas?. Si están en su sagrado derecho y hasta es probable que tengan razón y tenga yo que pedir públicamente disculpas por haber insultado a los murcianos. No pasa nada, bueno sí pasa, pasa que reclamando se pueden enmendar muchos errores, a veces fortuitos, pero desde luego lo que no lleva a nada a nada es el pataleo.