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Los “comesopas”

Comesopas
 
Comesopas

Publicado en PlanetaVino Nº 56, Agosto/Septiembre 2014
 

Es curioso cómo las sopas tienen connotaciones tan diferentes en las distintas culturas del mundo, incluso en escenarios temporales cambiantes de un mismo pueblo.

En Oriente, principalmente en Japón, cuya cocina es la que más conozco, una comida sin sopa es como una boda sin música, de hecho hay muchas que suponen un almuerzo completo, es el caso de las que incluyen el nombre “jiru”, como la famosa Buta-Jiru, un cuenco que contiene tanta energía que mueve cada día la ciudad de Tokio.
Para los franceses una sopa puede ser un bocado tan exquisito que hasta vale una legión de honor, como la que le concedió Giscard d’Estaing a Paul Bocuse por su sublime sopa de trufas, o un disgusto, como el que se llevó Frédéric Delair cuando presentó su célebre "Potage Tour d'Argent" al Gran Duque Wladimiro de Rusia y, al constatar como la gran duquesa seguía hablando sin hacerle mayor aprecio, se acercó, le retiró el plato y le espetó: "Alteza Imperial, cuando uno no sabe comer un plato como este, con el debido respeto, es mejor no pedirlo."
Sin embargo, en España las sopas siempre han sido comida miserable, alimento de mendigos, sustento de peregrinos, vergüenza de pedigüeños. Antaño se decía “Andar a la sopa” en alusión a quienes mendigaban un plato de casa en casa y de convento en convento, se trataba del grado más bajo de la miseria, la mayor afrenta a la dignidad que un ser humano pueda sufrir. Ahora en España estamos sufriendo la peor ignominia desde el golpe de estado del general Franco, pero mientras la misericordia nos provea de sopa boba, para qué moverse.
En el año 2011, los señores Zapatero y Rajoy se confabularon para modificar el artículo 135 de la Constitución, con el fin de autorizar al Gobierno a hipotecar el Estado como aval de las deudas contraídas por los bancos y cajas de ahorros frente a entidades europeas. Dos años antes, el pueblo de Islandia había denunciado este hecho y varios de sus gobernantes y banqueros fueron a la cárcel por violar la Constitución de ese país. El pueblo islandés decidió que si los bancos habían especulado hasta la ruina, era su problema, pero que nunca iban a permitir que con sus impuestos se amortizase esa deuda en detrimento de su estado del bienestar, de su sanidad, educación, servicios sociales, jubilaciones, infraestructuras, etc. Nuestros políticos (incluyendo en esta categoría a banqueros, Casa Real, prensa, jueces, sindicatos, etc.), viendo afeitar las barbas de sus vecinos y conocedores del pozo negro que tenían bajos sus pies, dieron este golpe de estado con la aquiescencia de la prensa y metieron esta lechuga entre unas coles de sopa juliana: “Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta”. ¿Prioridad absoluta?. ¡Glub!
Yo que estaba a punto de liquidar la hipoteca de mi casa y ahora me entero de que soy avalista de un pufo de 300.000 millones de euros de los bancos.
Podríamos negociar la venta del Valle de los Caídos, incluso del Monasterio de El Escorial o Torreciudad, pero que nos priven de la Sanidad, Educación, Servicios sociales, jubilaciones, infraestructuras ¡Ay mísero de mí, y ay, infelice! 
Mira que apuntarme al Club Bien Mincir, y resulta que ahora voy a tener que hacer la dieta de la Sopa boba. ¡Mon dieu!
Años de epicureísmo radical y ahora voy a morir como un vulgar “comesopas”. ¡Qué bajeza, qué indignidad!.
Hace un cuarto de siglo, cuando el sistema me desvalijó hasta mis calzoncillos de popelín, comprendí que ser honrado en este país era muy peligroso y decidí que, si algún día salía con bien de aquella tragedia, debía cubrirme bien las espaldas para evitar que me saqueasen de nuevo, pero estos indeseables nos han desplumado a todos ¡A todos los españoles!. Y encima, ni nos habíamos enterado. Está claro ese refrán de los cuernos.

 

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