La resaca del verano
Ya se acabó el verano, gracias a Dios, y en nuestros pueblos, las cervezas vuelven a costar 1,40€, los calamares de potera ya son frescos, los solomillos salen en el punto que hemos pedido, en los bares regalan un pinchín con cada vino y el camarero de la marisquería te recuerda que no es temporada de centollos:
Yo, que fui madrileño durante muchos años, comprendo perfectamente el comportamiento de estos pobres individuos que trabajan denodádamente durante once meses para poder disfrutar solo uno de los placeres de la vida, por eso me parece canallada ensañarse con ellos, cuando en realidad lo más probable es que, en su hábitat natural, sean excelentes personas.
Cierto es que entran en nuestras apacibles vidas como Atila, ávidos de todo, queriendo comer y beber en una semana lo que no han probado en el resto del año, pero esto no justifica las atrocidades que nuestros rancheros practican con sus carteras y, lo peor, con sus estómagos.
Uno de los contertulios de Casa Pepe (no es publicidad, pero es que el bar de la esquina se llama así, y no es mío), nos contaba como dejó de ir a veranear un pueblo de León (es una costumbre asturiana que llamamos “Ir a secar a Castilla”), harto de que le tomasen el pelo.
Veranear en España, incluso en plan cutre, se está convirtiendo en un lujo absurdo, porque gastarse 10.000€ en unas vacaciones de fantasía, pues bueno, el que pueda que se las pague, pero que por pasar quince días en un apartamento peor que el pisito de Moratalaz, comiendo bocatas de chopped y pizzas congeladas, teniendo que fregar y hacer las camas, tragando colas en la panadería y la gasolinera, además de las de ida y vuelta, claro, te endeudes dos meses de sueldo, personalmente, yo lo encuentro hasta indigesto. Y encima soportando groserías y desplantes en un chiringuito que vende bazofia precocinada, porque “no van a perder el tiempo haciendo paellas con la cantidad de gente que hay esperando”.
Pepe, otro Pepe, el del Asador de Vitoria, uno de los mejores lechazos de España, cierra su restaurante el mes de agosto.
¿A quién hay echar la culpa?
Pues yo creo que a todos. A los consumidores porque no protestan, a los rancheros porque no tienen pudor, a la globalización porque ha arruinado nuestras buenas costumbres, al cambio climático porque tiene la culpa de todo, y al Gobierno porque para eso está, para echarle la culpa.
Hace algunos años, una consejera de Turismo de estos valles, presumió ante la prensa especializada de que en todo el año no se había formulado ni una reclamación, pretendiendo dar con ello prueba de la excelente hostelería asturiana, sin comprender que semejante dato, solo reflejaba la nula credibilidad que los usuarios tienen en el sistema administrativo.
Este año las cifras de turismo han caído espectacularmente, pero claro, habrá sido por culpa del tiempo, del cambio climático.