El postureo del vino
Hace algún tiempo, uno de esos seres mediocres que se pasea por el mundo bajo la bandera del periodismo incisivo, preparó una asquerosa trampa en la que cayeron algunos amigos y compañeros de profesión.
El escenario era una cata para otorgar unos premios, y el mentecato ese intentó entrar en la sala donde estaban trabajando los analistas. Como es lógico no se le permitió el acceso durante la prueba y, al salir, le pidió a un querido amigo y compañero, que reprodujese los pasos que se llevan a cabo durante un proceso de análisis. Con toda la buena fe del mundo, nuestro colega interpretó su papel y, acto seguido, el impresentable gracioso se mofó de uno de los mejores profesionales de España descubriendo la supuesta trampa porque había puesto en la copa un vino de TetraBrick y este lo había descrito con toda parafernalia de matices.
Es un comportamiento vil, rastrero, injusto, inmoral que solo demuestra que él es un mal profesional, un mierda, la hez de la profesión, pero lo peor de todo es que hay una legión de analfabetos que aplauden estas infamias, otros seres mediocres fracasados que se alegran de ver arrastrar por el barro a alguien que se ha ganado su prestigio a base de muchas horas de estudio y trabajo.
Pero hete aquí con que, el mes de octubre pasado, el nuevo santón gastronómico de El País, Mikel López Iturriaga, hermano del famoso jugador de baloncesto, repitió la faena en un certamen celebrado en Barcelona. Iniciaba su video mofándose de la crítica (yo también me cisco en lo que él publica, pero lo hago en familia), para pasar al recinto y dar a probar cierto vino a algunos visitantes que el llama entendidos (me gustaría qué acreditación profesional tenían, porque yo puedo asistir a una exposición de zapatos de señora y no tener ni idea). Como era de esperar, ante una cámara de televisión y un micrófono sostenido por el crítico de El País, todos los entrevistados se pusieron nerviosos y presumieron de ser expertos catadores, dando explicaciones más o menos peregrinas.
Conclusión: los expertos entendidos en vinos sólo hacen postureo.
Yo creo que este amanerado personaje puede ser aplaudido en ciertos círculos como el Paseo de Recoletos de Madrid, pero que se mofe de un sector que mueve miles de millones de euros y muchos miles de puestos de trabajo al año, es un insulto para quienes intentamos dignificar la profesión.
Dice el refrán medieval que el hábito no hace al monje, pero claro, eso era cuando no había televisiones, publicaciones digitales, ni periódicos como El País.
En esta sección ya hemos denunciado ciertas prácticas delictivas que los bodegueros acatan sumisos ante el pánico de una mala puntuación. Desde luego creo que por mi parte dejo bien claro que no voy jamás a comulgar con ruedas de molino, y que pienso denunciar todas las tropelías que se ejecuten contra el sector, ya sean vinos, bodegueros o analistas. Algunos dirán que es otro canto al sol, pero quizá un día el dios Atón haga recaer su furia sobre estos impostores y limpie un poco este país de mamarrachos.
Eso no quita que haya un cierto postureo entre los aficionados al vino, bueno ¿y qué?
Yo no desprecio ni insulto a quienes defienden la bota y el porrón, ¿por qué no?, aunque establezco diferencias entre el payés que lleva desde niño bebiendo en porrón, del discípulo del suplemento dominical que promulga mesiánico la moda rural, casual, desenfadada, kitch, o la pijada de turno.
Hace cuarenta años descubrí una herramienta formidable de análisis conocida como copa norma AFNOR Nº 09110. Desde entonces han aparecido en nuestro mercado marcas como Riedel, Spiegelau, Schott Zwiesel o Rona. Incluso algunas clásicas como Bohemia, Lalique o Sévres elaboran cristales de ensueño que enmarcan nuestros vinos haciéndolos más bellos. Desde luego yo no voy a renunciar a estos placeres, aunque algún payaso de moda “casual” me llame pijo o diga que hago postureo. Señor López, cámbiese ya de jersey, que huele, y de paso cómprese un DRAE, que no es ético en periodismo inventar palabros.