El imperio de la cerveza
Publicado en la revista planetAVino Nº 48, Abril/Mayo 2013
Antes de entrar en materia, he de advertir que soy un bebedor de cerveza empedernido, un adicto, diría yo, porque desde que tengo uso de razón he bebido esas cremosas y frías cañitas que tan bien tiran en algunos bares de Madrid, desde la cervecería Santa Bárbara (cuando estaba en el número 118 de la calle de Hortaleza), hasta el bar de la cantina de Villalba estación, pasando por el de Juanito, debajo de mi casa en la otrora castiza calle de Bravo Murillo.
Adoro la cerveza, en invierno y en verano, y sufro mucho cuando mi endocrino me asegura que me está matando, pero a eso del mediodía, cuando se acerca la hora de la manduca, es como si el cuerpo se me torciese, como si el estómago pidiese clemencia, y entonces no hay fuerza humana que se resista a la tentación de la dorada bebida.
Dicho esto, vamos a entrar en la zona oscura, en lo negro, en aquellas aguas pestilentes en las que nadan las multinacionales, en las que no hay piedad, ni ética, ni moral, ni decencia, ni escrúpulos, ni nada, solo dinero. Eso sí, mucho dinero, cantidades ingentes de dinero que, como sentenciaba en refrán, llaman a más dinero.
Reconozco que he tardado bastante en sentir náuseas, entre otras cosas porque ver una publicidad más o menos fresca en la que aparecen unos chavales disfrutando en una playa con una nevera de hielo llena de cervezas fresquitas, ¿qué quieren que les diga?, pues es algo que resulta de lo más sugerente, pero cuando vi al folklórico Chicote brindar con una cerveza en Nochevieja, se me revolvió el estómago.
A partir de ahí fui sintiendo cada vez más repugnancia al ver las horteradas con que nos bombardeaban en televisión y, conociendo un poco el mundo de la publicidad, la salvajada de dinero que están trajinando esos señores cerveceros que ya han copado el mercado español y que, si pudieran, ordenarían al gobierno que gravase las bebidas de más de 8º de alcohol en un 300%, para que así todos los españolitos de a pie tuviésemos que renunciar a esos deliciosos vinos que tantas horas felices nos han aportado.
No soporto la casposidad, lo reconozco, pero es que asociar una cerveza a una canción de Raphael mientras unos pavos hacen el simio en un bar, es cruel y me parece el colmo del mal gusto y la cutrez.
Ya he reconocido que me encanta la cerveza, o mejor dicho, las cervezas, porque entre una insípida y aguada Coronita y una golosa Grimbergen Doubel, pues hay un abismo similar al que pueda separar un Castillo de San Simón de un sabroso San Román, pero ¿por qué no se habla de los maridajes de la cerveza?. Hay muchos platos y productos que no encajan con ningún vino tan bien como con una cremosa cervecita, por ejemplo unos boquerones en vinagre bien aliñados con ajo, perejil y aceite de oliva, y, a ser posible, acompañados con unas crujientes patatas fritas de churrería. No le va mal un cava fresco, desde luego, pero una cervecita bien tirada es algo insuperable, un matrimonio indisoluble, como los de Ramón y Cajal, Pi i Margall, Ortega y Gasset, Espoz y Mina, etc.
Sin embargo, a los cerveceros no les interesa que su producto entre en el mundo de la gastronomía. Es de suponer que las colosales cifran que mueven con el botellón y deslumbrando a taberneros sin escrúpulos ni miras de calidad, con ofertas irresistibles a cambio de la exclusividad de su grifo, ya les cubren con creces los objetivos de venta, y así no les duelen prendas en gastarse una millonada en campañas de publicidad a cual más hortera, porque su público es ese, el del mogollón.
Es comprensible que García Carrión dirija sus millones a publicaciones masivas como son los diarios deportivos, porque es obvio que nunca va a colocar sus llamados “vinos de familia” en vinaterías serias o restaurantes de cierta categoría, pero hay cervezas cuyo precio las aleja del gran consumo, de las grandes cifras, y sin embargo siguen en su búnker, inamovibles, incapaces de entender que en otros países las buenas cervezas se valoran como producto gastronómico, como un invitado de lujo a las grandes mesas.
Claro que esto deben ser majaderías de gastrónomo porque hace unos días Dª Isabel García Tejerina, Secretaria General de Agricultura y Alimentación, afirmó que “[en España] la cerveza se asocia al encuentro familiar o amistoso y se toma acompañada de alimentos, de manera responsable y moderada, por la mayor parte de la población". ¡Jua, jua, jua! Menos mal que no nos ha recordado que somos la Reserva Espiritual de Occidente. ¡Qué cachonda!.