Chiringuitos de verano, tralalá
Gracias a mi buen gusto y a la misantropía en que vivo, no sé cual es la canción del verano de este año (pensaba iniciar el artículo poniendo a parir a Georgie Dann, pero luego recordé que corrían los años sesenta cuando bailábamos el Casatschoc en las fiestas del pueblo, así que imagino que ese pobre señor habrá pasado ya a mejor vida y sería irrespetuoso meterse con él, a pesar de las atroces horteradas con que nos ha torturado durante cuatro décadas), pero lo que sin duda tendré que sufrir, es el calvario de alguno de esos supuestamente establecimientos de hostelería que florecen con los primeros calores y que en muchos casos no pasan del mes de vida, como los insectos.
No es que acostumbre a frecuentar estos antros de más que dudosa higiene, pero claro, como siempre viene algún amiguete madrileño sediento de playa y sidra (no quiero mirar a nadie), pues pasaré por el aro de la ignominia y beberé puxarra (véase diccionario de términos sidreros en el correspondiente reportaje de este número), aunque a continuación tenga que gastarme el sueldo en Almax y Dodotis (algunas diarreas pueden llegar a ser fulminantes y durar horas).
Pero ¿de donde salen semejantes bazofias y brebajes?
En el caso de la sidra (como en este número va de eso, pues aprovecho), les puedo informar que la mayoría de los lagares, cuando ven que un depósito se les ha torcido, suelen decir “Pa la romería”, porque antaño era costumbre casi regalarla a la comisión de fiestas que llevaba el tenderete de la verbena del patrono. Hoy se venden a pie de lagar (Cash & Carry, que dicen los finos), a esos buscavidas que no tienen crédito ni de la compañía eléctrica y que regatean hasta el último céntimo porque de lo que saquen en agosto, tendrán que vivir varios meses, aunque vendan veneno.
Pero es que otro tanto sucede con los congelados (o sea, con la comida, porque en estos garitos no preparan ni las ensaladas, ya que rara vez cuentan con alguna persona que sepa manejar una sartén), y hasta con los vinos, porque, aunque ustedes no se lo crean, por nuestras carreteras circulan grandes partidas caducadas (un blanco o rosado joven, con tres años, puede considerarse caducado), deterioradas o incluso defectuosas, que se venden a bajo precio a esta hostelería de combate (ver Nº 2 de Planeta Vino, o en Economatos para hostelería).
¿Se respetan en estos locales veraniegos las normativas correspondientes a Sanidad, Industria y Turismo? Yo creo que no, pero para eso está la Administración, para hacer las inspecciones correspondientes, pero desde las páginas de la crítica gastronómica, lo que sí nos compete es denunciar estos abusos, porque los consumidores pagamos con moneda de curso legal y, en la mayoría de los casos, precios tan abusivos que, una parrillada de congelados mediocres (hay congelados de muchas calidades, incluso excelentes), puede costar en uno de estos tugurios de mantel de papel, tanto o más que en una marisquería de prestigio del centro de la ciudad.
¡Mira por donde! hasta puede que las revistas especializadas sirvan para algo, porque si los críticos desapareciésemos, está claro que estos contrabandistas, además de financiar estos despachos de inmundicias, pagarían fastuosas campañas publicitarias en la tele, diarios deportivos y revistas de cotilleos, con las que convencer al personal de que sus pócimas son las mejores porque las come y bebe Ronaldo, la Pantoja, Jesulín, o el agraciado famosillo de turno, mientras que los buenos productos que produce España, volverían al ostracismo que reinaba en este país antes de que estas publicaciones se hicieran tan populares.
Para neutralizar la acidez, que no amargura, de este Toque del Quera, en este mismo número publicamos una deliciosa receta que va en consonancia con el tema: Salmonetes a la sidra.
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