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Canto a la primavera

 
Publicado en la revista PlanetaVino nº12, Abril/Mayo 2006/2007, sección: El Toque del Quera


• La primavera ha venido,
• nadie sabe como ha sido.

La verdad es que, desde que Antonio Machado lanzase esta reflexión metafísica, ya hemos tenido tiempo de explicárnoslo, porque este fenómeno sucede inexorablemente cada año. Pero es que así viene siendo desde mucho antes que nuestro universal poeta sevillano se diese cuenta, o sea, que o la humanidad es completamente imbécil, o Don Antonio no tenía alergias.

Antaño la estación de las flores se caracterizaba porque en las huertas brotaban los primeros calabacines, cardos o fréjoles que, unidos a las últimas alcachofas, hacían unas fastuosas menestras por las que todo buen gastrónomo que se preciase, tenía que hacer un viajecito a Navarra o La Rioja, para darse un homenaje verde (en el Tubal de Tafalla, había que reservar con varios días de antelación).

Yo, como asturiano ejerciente, esperaba con incontenibles ansias la noticia de que los primeros arbejos de las huertas de Prestín, Aballe o Dego, estuviesen a punto de granar, para coger la caña y salir pitando para zamparme una arbeyada (guisantes con jamón) en el Llagar de Juan.

Pero todo esto se acabó, lo primero porque estoy con la pata escayolada y el Dr. Bernardo y mi mujer se han confabulado y se están ensañando conmigo alimentándome solo de acelgas, y lo segundo, que es lo más dramático, porque ni en plenas facultades, lograría ya encontrar esas delicadas hortalizas a las que antaño cantaran los grandes poetas Bocuse, Escoffier, Curnonsky o incluso Joël Robuchon, porque esta es la cuestión ¿Porqué en Francia sigue habiendo guisantes dulces y cremosos, voluptuosas alcachofas de más de un kilo de peso, tiernos y perfumados tirabeques, o golosas cebolletas para confitar en su propio jugo?

Pues porque Francia es un país civilizado que en 1793 afeitó el cogote a sus últimos monarcas como aviso de que el pueblo era soberano, y desde entonces sus gobernantes se andan con mucho tacto a la hora de hacer o decir majaderías como lo de los croissants de María Antonieta y, así, de momento la ley del tabaco la están implantando con cuidadito (dicen que hoteles, cárceles, hospitales y otros establecimientos públicos, son una vivienda temporal y por tanto cada cual puede hacer en su casa lo que se le ponga, y en bares y restaurantes, de momento ni hablar, no vayan a engrasar de nuevo la guillotina), el vino, ni tocarlo, y los boquerones en vinagre, pues como no los conocen, no han dicho nada, pero si en las brasseries hubiese costumbre de tomar el aperitivo como Dios manda, vamos ..., no me hagan hablar.

Pero aquí, en nuestra santa y papista España, como mientras el resto de Europa desarrollaba su revolución industrial y se preparaba para el apasionante siglo XXI, Fernando VII se limpiaba sus partes con la Constitución que previamente había jurado para acceder al trono, reinstauraba la Inquisición, contrataba a un ejercito de mercenarios para machacar al pueblo que le había aclamado (los Cien Mil Hijos de San Luís eran vulgares asesinos a sueldo) y provocaba un caos social que nos llevó a sucesivas guerras civiles, de las que aún quedan secuelas (léase ETA), pues tenemos una ministra que nos prohíbe fumar hasta en el váter de casa, comer boquerones en vinagre y ahora quiere cepillarse el vino y todas las industrias periféricas, entre ellas, las publicaciones especializadas, porque sin publicidad vamos a pagar a la imprenta con relicarios de la Virgen de los Dolores.

Y todavía hay quién dice que nuestra transición fue modélica ..., lástima de guillotina.

Afortunadamente, y a pesar de los pesares, la primavera ha venido y a la Salgado le ha dado un sarpullido, aunque no creo que sea por el polen, sino por una indigestión de folios (obviamente me refiero a los de la ley del vino que quería implantar en contra de la voluntad de todos los españoles con sentido común, entre los que, parece ser, había hasta algún político).

Escrito por el (actualizado: 01/01/2016)