A ver cuándo nos vemos.
Ilustración de Dani
APublicado en la revista PlanetaVino Nº 68, Agosto/setiembra 2016:
Ayer hablé con mi querido amigo Antón y quedamos en llamarnos la semana que viene para comer y charlar un rato. Hasta ahí todo resulta normal, lo malo es que hace cuatro años que no nos vemos, y eso que ambos vivimos en Asturias, una comunidad uniprovincial de apenas un millón de habitantes. ¡Qué aberración!
Uno de los motivos que me animó a dejar Madrid hace treinta años fue ese, la incomunicación. Tenía amigos íntimos a los que solo veía en verano cuando íbamos a veranear a Castropol. Las despedidas eran lacrimógenas y nos jurábamos fidelidad, “en cuanto lleguemos a Madrid nos llamamos”. Luego pasaban los meses y así hasta agosto. Quedar en Madrid era algo ridículo, dos amigos consultando sus agendas para ver qué día y a qué hora podían sacar unos minutos de su tiempo para tomar unas cañitas y contarse sus últimas hazañas. ¿Nos habíamos vuelto locos?, ¿la ciudad nos había abducido?. No sé, pero desde luego así era, porque salir de tu barrio suponía un esfuerzo similar al de emprender un viaje.
Pero ahora estoy en Asturias y hace cuatro años que no veo a mi buen amigo Antón, bueno, ni a Rafael, ni a José Ramón, ni a Ramonín, ni a Trevín, ni a Vicente...
No es broma, el hombre es un animal social y necesita el contacto con sus semejantes.
En otras sociedades de la Europa fría se desarrollaron mecanismos artificiales para relacionarse. En Inglaterra, los hombres se reúnen en sus clubs donde hablan de política o de fútbol, las señoras, por su parte, se juntan para tomar el té a diario. Los alemanes marcan las fechas sagradas, onomásticas, fiestas locales o cualquier disculpa, para reunirse y comer unas tartas y compartir unas horas. Incluso la misa del domingo es un acto social de primer orden, porque si el tiempo no lo impide, la despedida puede durar horas o incluso terminar en comida de confraternidad.
Sin embargo en los países latinos ese montaje estaba de sobra. Los mayores estaban tomando el sol en la plaza y no había mejor mentidero para discutir de todo lo que acontecía en el pueblo y más allá. Las mujeres hacían corrillos a las puertas de sus casas y ni la agencia Reuters podría competir con sus conocimientos. Mientras, los jóvenes y hombres en edad de producir, se desahogaban en los bares sin necesidad de llamarse por whatsapp para quedar, porque allí estarían Pepe, Nacho, Leandro o Luis, así que la conversación estaba asegurada.
Pero eso se acabó, y no supimos construir esos recursos sociales de los anglosajones. Nos hemos quedado solos. Algo tan simple y necesario como es abrazar a un amigo, se ha convertido en una peripecia, “sin falta nos llamamos la semana que viene, aunque solo sea para tomar un café” ¡Qué horror!
Hasta las estructuras familiares se nos han desmoronado. Los países nórdicos ya se organizaban contando con que cada hijo montaría su propio nido y volaría por libre, pero en España la unidad familiar se mantenía férrea. Los padres cuidaban de los hijos y luego estos cuidaban de los padres, y se compartía la mesa y el respeto. Hace unos días, en una vinoteca de Salinas (un ambiente selecto), empezamos a hablar del tema y todos los presentes tenían a sus hijos diseminados por el mundo: Irlanda, EE.UU., Singapur, China, Sudáfrica..., los cinco continentes, pero los padres envejecían solos y muchos temían no poder volver a abrazar a sus hijos queridos.
Presumimos de que los países nórdicos tienen los mayores índices de suicidio a pesar de su alta calidad de vida ¿no será por esa soledad?. Pero es que nosotros estamos cayendo al abismo.
Me decía mi chica “hace meses que mi hermano no viene a ver a mi madre (vive en Oviedo, a diez minutos de su casa) y yo no puedo sacarla a pasear porque no tengo ni media hora libre. Me da mucha pena esta situación”. Y tanto.
Algunos filósofos del vino se preguntan las causas del escaso consumo que hay en España y ofrecen hacer vinillos cursis para iniciar a los jóvenes. Ya hemos hablado de las crueles consecuencias que ha provocado el uso aleatorio de los controles de alcoholemia, pero ¿no sería este cambio de hábitos otro factor negativo?
El vino se comparte, de hecho hasta hay quien afirma que el mejor maridaje es un buen amigo. ¿Cuándo ha sido la última vez que han compartido ustedes una botella de buen vino con un par de amigotes?. Yo no lo recuerdo y me parece triste.