En Málaga se come bien, pero que muy bien.
De tanto leer reportajes de prensa rosa (lo de la amarilla es más reciente porque, hasta hace apenas un año, el ayuntamiento de Marbella era tan corrupto como la mayoría del resto de España y se mantenía tan a cubierto de los paparazzi como el de Ciempozuelos, Seseña, Cee, o cualquier otro, pero de historias de amor y lujo, Marbella se ha llevado la palma desde que D. Jaime de Mora le tocaba el piano al príncipe Hohenlohe ...), se nos ha olvidado que esta provincia fue la más rica de Andalucía, no solo económicamente, sino también en lo tocante a su gastronomía, que es lo que a nosotros nos interesa.
En un reciente viaje que el compañero, y a pesar de ello amigo, Enrique Bellver, organizó con el fin de mostrarnos ese patrimonio (las disculpas eran, por un lado, la reapertura del restaurante Mar de Alborán de Benalmádena, bajo la tutela del Adolfo de Málaga, en unas jornadas bautizadas como “Cocinando en la Málaga de Picasso', una buena noticia para los informadores gastronómicos porque la verdad es que ha sido todo un acontecimiento, y por otro, la presentación en sociedad de la bodega Los Aguilares en Ronda, por cierto, con un exquisito Pinot Noir que va a dar mucho que hablar), pudimos comprobar que esta provincia es sin el menor género de dudas, el mayor capital de alta restauración de la mitad sur de España.
Ya en la guía de “Mis Mejores Escapadas de Golf y Gastronomía” (pueden ver un avance pinchando aquí ), apunté que, tanto Málaga capital y sus alrededores (prácticamente está todo unido, Torremolinos, Benalmádena, Fuengirola, Mijas ...), como la segunda capital, Marbella (con sus correspondientes satélites de Estepona, San Pedro de Alcántara, Benahavís, ...), eran auténticas potencias a nivel nacional.
Bien es cierto que también advertía que, por cada comedor recomendable, había mil ranchos cuarteleros para guiris y chiringuiteros desaprensivos, pero es que, aún así, como habrá más de un millón de garitos, pues, si se pueden salvar un millar de comedores honestos, la oferta no es manca.
Empecemos por el talante político.
Nos recibió el alcalde de la villa, Francisco de la Torre, en el elegante salón de baile, donde nos deslumbró con uno de los mejores discursos que nunca he escuchado: “Señores ¿qué hacemos aquí de pie, habiendo una mesa llena de gambas y jamón? Vamos a ello”.
Solo dijo eso. Fantástico. Escueto, conciso, brillante, eficaz. Enhorabuena, Málaga, tenéis el mejor alcalde de España y puede que de buena parte del extranjero.
Bien es cierto que buena parte del éxito hay que atribuírsela a Adolfo, que fue el responsable del refrigerio. Como dijo uno de los invitados: “Hay que ver que Ayuntamiento tan bien organizado, tienen un jamón riquísimo, gambas blancas y hasta cerveza helada. Me gusta esta Administración, se ve que sus concejales son de lo más eficiente”. Bueno pues no, sin desmerecer la labor de esos señores, el responsable del aperitivo fue Adolfo, el mismo que nos diera a continuación un verdadero recital culinario.
De las cigalas y quisquillas solo cabe decir que fueron, de lejos, las mejores que probamos en todo el periplo, y hubo hasta los 12,7 de ácido úrico (huelga decirles como tengo el dedo gordo).
El dentón a la roteña estaba sencillamente insuperable. Mira que a mí las salsas andaluzas en el pescado me asustan un poco, pero en este caso fue espectacular porque, además de deliciosa y poderosa, no solo respetaba, sino que potenciaba y destacaba los sabores del soberbio pez.
Pero mi mayor sorpresa fue con un medallón de solomillo que acepté como mero trámite (estos maratones culinarios terminan con la salud de un legionario), pero que cuando lo probé, seguí paladeándolo hasta levantar el esmalte del plato. Fue un sabor de esos que te traslada a aquellos años en que los grandes restaurantes hacían alta cocina y sabían que una lámina de hígado de oca y un gratinado de salsa bernesa, levantan el sabor de la ternera hasta los cielos, porque el estragón puede gustar o no, pero sí te gusta, con el vacuno, hace un marco celestial (perdón por la cursilería, pero es que aún en plena convalecencia por la indigestión, se me hace la boca agua al recordarlo).
Un poco más sofisticada, pero en la misma línea de sabores malagueños, es la cocina que en el Mar de Alborán (complejo Alay, en Benalmádena), hace su hija Nuria. Esa misma noche, dentro de los actos previstos en la semana “Cocinando en la Málaga de Picasso' (por cierto, la exposición temporal es una pasada, quizás lo mejor que se haya montado sobre el pintor malagueño), probamos su platos de vanguardia y la verdad es que levantaron pasiones.
Bien cierto es que estábamos ya tocados del almuerzo y que, además, teníamos más puesta la atención en ese Pinot Noir de Los Aguilares del que tanto habíamos oído hablar, a pesar de su escasa producción, pero aún así, hubo platos como el rabo de toro, que detuvieron las ya animadas conversaciones (dicen de las señoras viudas, pero cuando nos juntamos unos cuantos, los críticos gastronómicos somos peor que las cotorras).
No voy a dar muchas explicaciones sobre los vinos del cortijo Los Aguilares, porque como su producción es muy restringida y apenas si alcanza para cubrir el consumo de la provincia, pues no me parece oportuno poner los dientes largos a mis lectores sino pueden tener acceso a su disfrute, pero pueden ver información sobre esta bodega pinchando en Cortijo Los Aguilares. Recomiendo a los enófilos más avezados, que sigan lo que se está haciendo en la denominación Sierras de Málaga porque ya hay vinos más que notables (si tienen alguna forma de acceder a estos, el Pinor Noir estaba delicioso y el Petit Verdot que probamos en rama, promete).
Como anécdota, apuntar que en el restaurante El Mero, en Benalmádena, nos metimos entre pecho y espalda una memorable degustación de pescaítos fritos (fuera del programa, todo hay que decirlo), en la que había unos pececitos que llamaban chanquetes. Ignoro qué animalitos habría en aquella fuente (chanquetes no, eso puedo asegurarlo), pero estaban deliciosos (me hubiera gustado preguntárselo al maître, pero como los dos únicos empleados vestidos de negro, ni nos recibieron, ni tomaron la comanda, ni tan siquiera nos despidieron, pues no se si serían tales, o unos palmeros esperando para actuar. Los Mellizos debería saber que, cuando se hace restauración, hay que tratar bien a los clientes, porque puede colarse algún crítico camuflado de guiri, como nosotros). Volviendo a los pececitos, ya había probado este especie anteriormente en Cabo de Palos, Murcia, donde el camarero me juró por sus muertos que aquellos eran los auténticos chanquetes del Mediterráneo (otro incauto que ignoraba que estaba intentando engañar a un pérfido gastrónomo que denunciaría públicamente su felonía), y en La Dehesa de Montenmedio, Cádiz, más ricos aún, porque los servían con una yema de huevo, apenas pochée, divinos. A lo que iba ¿No creen que deberían cambiarles el nombre para no llamar a engaño? Porque ser son una delicia, pero chanquetes, no*.
Como ya les informé, toda esta fiesta promocional de Málaga a través de su gastronomía y de su hijo Picasso, se ha bautizado como "Cocinando en la Málaga de Picasso", y yo les propongo ¿Porqué no hacer otra exposición que se llame algo así como “Picasso en la mesa”? porque yo tengo recopilados casi un centenar de bodegones (no todos son originales, claro) y hay verdaderas maravillas, como el de la niña rebañando el cuenco, que reproduzco en la ilustración.
*.A quién interese el asunto, hemos averiguado que esos pececitos que venden como chanquetes, por supuesto que no son de la especie Aphia minuta, sino Neosalanx tangkankeii y Salanx acuticep, también llamados Pez Platino o Chanquete chino, porque procede de ese país, principalmente del río Yang Tse y concretamente de la ciudad de Chang Zhou, donde su captura, congelado y exportación, supone una importante industria, aunque las principales son la textil, fabricación de maquinaria pesada y locomotoras, así como de productos químicos, por lo que de aquí en adelante, seguiré comiendo ... boquerones.