Catering, peligro hostelero
No voy a citar el nombre de la empresa, porque con ello le daría pié para hacerse una publicidad gratuita (y de eso sabe bastante), pero hace un par de semanas pasé por una de las situaciones mas vergonzosas de mi vida, al ver la bazofia que nos sirvieron en un pincheo en el que tuve que participar como parte organizadora de los actos.
No voy tampoco a describir lo que nos sirvieron, porque me temo que caería en lo escatológico, pero para darles idea del nivel de golfería del asunto, creo suficiente con decirles que como el primer día nadie comió prácticamente nada de lo que habían servido, y después de escuchar las mas acaloradas protestas, en el acto del segundo día volvieron a poner las tartaletas que habían sobrado del día anterior.
En cuanto a las tablas de ibéricos (así se pidieron), eran embutidos de merienda de colegio, y las de quesos artesanos asturianos, se componían de pastas chiclosas de sucedáneos daneses u holandeses.
¡Y eso que se trataba supuestamente de la empresa mas acreditada en este tipo de servicios, que no tenían límite de presupuesto, y que encima estaban advertidos de que iba destinado a los mejores restaurantes de Asturias y a la prensa especializada en gastronomía!
Sin embargo hubo quién, encogiéndose de hombros, comentó despreocupadamente: «Hombre, Pepe, no te pongas así. En estas cosas ya sabes que solo dan porquerías para llenar la panza a los gorrones».
Pero bueno, ¿se puede saber porqué los restaurantes pueden estar sometidos a la crítica, y sin embargo las pastelerías que sirven comidas a domicilio, han de quedar exentas?
¿Quien les ha otorgado esa patente de corso para poder enriquecerse sin tener que pasar por el juicio de críticos y consumidores?
Evidentemente un obrador no es precísamente el sitio mas indicado para hacer alta cocina, pero de ahí a que te presenten unos bocaditos con aspecto de catastrofe ferroviaria, hay una notable diferencia.
Y eso que, paradógicamente, la cocina española está triunfando en todo el mundo a través de sus tapas, una variante típica del fast-food que para este tipo de servicios es ideal.
¿Porqué entonces estas empresas se empeñan en querer copiar lo que hacían los hoteles mediocres a principios de siglo?
Yo no les voy a dar pistas de como se podría mejorar y asturianizar un coctail, si quieren aprender algo que vayan a tapear a San Sebastian, lo que sí me pregunto es como han podido medrar haciendo semejantes porquerías.
¿Donde está el mal?
Pues obviamente en los consumidores.
¿Porqué pedimos la guillotina para ese cocinero que ha engordado la salsa con una punta de harina (afortunadamente cada vez son menos los rancheros que cometen esos crímenes), y sin embargo engullimos complacidos medio kilo de esas indigestas masas con que nos atiborran en los cocteles?
¿Es posible que seamos tan necios que solo comamos por los ojos, y que con servir la bazofia sobre una blonda, y ponerle un par de adornos, ya nos la traguemos como si fuese ambrosía?
Pues por lo visto, sí.
P.D. Este artículo provocó que una conocida confitería gijonesa publicase cuatro anuncios de media página advirtiendo que tal servicio no lo habían servido ellos. Poco después, otra, la que sí lo sirvió, contrató una gran campaña que aún dura. El periódico hizo un buen negocio, aunque a mí aún me piten los oídos por la bronca que me cayó.
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