Batidoras y sacacuartos
Aunque les parezca mentira, por fin voy a hablarles del polémico y tantas veces prometido asunto de las batidoras, incluida la famosa Thermomix.
Pensaba mantener el suspense, pero como mi última angina de pecho me ha dulcificado mucho el carácter, pues ya les puedo hablar de este tema (acabo de enterarme que he debido tener unos doscientos angores, con infartazo incluido, pero yo creía que era el ardor de estómago propio del oficio, es más, yo creo que el primer soponcio me dio cuando comprendí la estupidez que había hecho al comprar la Thermomix).
Para los profanos en la materia, si es que aún quedan vírgenes, como diría Jardiel Poncela, les diré que la historia empieza después de la 2ª Guerra Mundial, con la revolución de los electrodomésticos. Una empresa, americana, claro, llamada Turmix, inventó un artilugio triturador que consistía en un motor eléctrico que movía unas cuchillas en forma de aspa, colocadas dentro de un gran vaso de cristal, que hacían papilla todo lo que se metía dentro. Casi milagrosamente se descubrió que incluso emulsionaba la mahonesa, y claro, eso ya fue el acabose. Mi madre, que fue una de las más grandes cocineras de este país, la usaba de forma casi compulsiva. De hecho, una vez que mi hermana desapareció, llegamos a pensar que la había hecho puré en la Turmix. Luego se modificó el sistema poniendo la hélice al final de un tubo, con lo que se podía triturar dentro de una olla y así nació lo que en hostelería llamamos brazo y en la semántica doméstica, minipimer.
Ambos electrodomésticos supusieron toda una revolución, no solo en las casas, sino también en la hostelería, ya que antes había varios pínches destinados solo a darle que te pego al mortero (en mi libro Historia de la Cocina Española, que no pienso publicar jamás, dedico todo un capítulo a este tema del que ya hablamos en el número 14 de esta prestigiosa revista).
Hasta ahí, la gloria del mundo moderno, las maravillas de la técnica al servicio del bien estar y la comodidad de las amas de casa y los trabajadores de cocina. Ahora empieza la historia negra.
En vista del descomunal éxito de ambos inventos, las distintas marcas empezaron a rizar el rizo añadiendo accesorios más o menos sofisticados y floklóricos, con los que aseguraban que se podían pelar manzanas, cortar patatas, picar carne, levantar claras a punto de nieve, ligar salsas, amasar pan, hacer zumo de piña, incluso deshuesar aceitunas (yo tuve uno de esos). Tan listos eran esas máquinas que las llamaron “Robots”.
Lo malo es que para cortar tres patatas y hacer un zumito de melocotón, había que movilizar toda una intendencia militar, sin contar con que el aparato y sus colaterales, ocupaban un armario entero. Total, que lo que al principio era un motivo de orgullo que se mostraba a las visitas para que se retorciese de envidia, según pasaba el tiempo y los plásticos amarilleaban, pasó a convertirse en un absurdo cachibache engorroso e inútil que solo servía para un puré de calabacín de Pascuas a Ramos.
Pero entonces llegó ¡Thermomix! Tararí, tararí...
Yo piqué en el año 1985, como todos los imbéciles que presumíamos por aquel entonces de ser cocineros tecnológicamente avanzados.
Hoy día ya podemos hablar incluso de un efecto Thermomix, porque en el mercado ya hay otros sucedáneos cuyo fin es el mismo: sacar al ama de casa 800 o 900 euros, por una batidora que no debería costar más allá de100, con la promesa de que será algo así como un esclavo cocinero, silencioso y sumiso, que hará lo que ella mande sin manchar nada (ya hay uno, LaChef , que dicen que habla, lo que no sé es si se le puede insultar cuando quema la bechamel o corta la bernesa).
La publicidad no tiene desperdicio porque los mensajes están puntualmente dirigidos a señoras descerebradas a las que dan consejos para engatusar a sus resignados maridos con la esperanza de que están dispuestas cocinar felices (hasta anuncian que hace tartas ¡una batidora!). Yo creo que si intentasen anunciarse en planetAVino, la inserción sería vetada por machista, pero miren en Internet (hay una auténtica invasión de banners) porque es un verdadero espectáculo: ¡¡Qué horror!!, el jefe de mi marido viene a comer. Mi marido se está jugando un ascenso y quiero quedar bien con él. No hay mucho tiempo y tengo la casa un poco desastrada. ¡Menos mal que tengo la Thermomix! (transcripción textual)*
Pero bueno, como va de mujer a mujer, como en el timo de la Pirámide, pues las organizaciones feministas no intervienen. Lo malo es que cuesta 890 €, o sea 150.000 pelas, más que una botella de Château d’Yquem, un crimen.