Subida de precios
La noticia de que varios taberneros de Laguardia, Logroño, Haro y otros pueblos de La Rioja, están cambiando sus vinos de la tierra para el chateo, por tintos navarros, parece ser la más clara expresión de la repulsa que ha provocado la subida generalizada de los vinos de Rioja, y es que el asunto tiene bastante miga, y no precísamente blanda ni apetecible.
La pregunta que quizás nos sitúe en el origen de la cuestión, es: Si los vinos de España se han caracterizado siempre por su excelente relación calidad/precio, y así han ganado mercados exteriores, ¿porqué ahora se quieren poner por encima de los franceses, italianos o chilenos?
Y ahí está la primera respuesta: porque en España se han empezado a hacer vinos mucho mejores que en Francia, Italia, Alemania, Chile, California, etc., y a pesar de la subida, aún siguen siendo más competitivos, como lo demuestra la espectacular progresión en ventas de esas marcas punteras de Rías Baixas, Ribera del Duero, o incluso Rioja.
¿No se sienten ustedes orgullosos de que los vinos españoles hayan pasado de ser los más miserables de Europa, a estar en las primeras listas de calidad de todo el mundo?
¿Así que todos tan contentos?
Pues desde luego que no, ni mucho menos, porque hasta aquí he hablado de calidad, de como un magnum de Dehesa de los Canónigos a 1500 pesetas, o uno de Pago de Carraovejas o de Valsotillo a 3000, son auténticas gangas, porque están al mismo nivel que un Château Mouton Rotchild que cuesta diez veces más, pero si esta subida arrastra a los Bricks (prefiero no dar nombres comerciales, y con el barbarismo Brick, englobaré a todos esos espabilados que venden brebajes con contraetiqueta de La Rioja) a pasar la barrera de las 500, pues ya veremos donde se van a tener que meter sus producciones en cuanto al mercado español espabile un poco.
Y aquí he meter el dedo en otra dolorosa llaga, en una hedionda herida tan española como la paella, esa que dice: «¡Camarero! póngame un Rioja», o su equivalente desde el otro lado de la barra: «El vino lo quiere corriente o Rioja».
Es evidente que mientras haya en este país consumidores y profesionales que con la palabra Rioja engloben la idea de «vino bueno», o «vino de marca» (este fue un concepto acuñado en los años sesenta para diferenciar el vino de granel que servían los bares para el chateo, de los embotellados que generalmente procedían de La Rioja), pues el mal seguirá haciendo estragos, y la escalada de precios seguirá hasta que por fín, un día lleguen a nuestros bares esos otros vinos baratos de Italia, Francia o Portugal, y esos traficantes de brebajes, terminen donde deberían estar desde hace tiempo.
Pepe Hidalgo, ese gran enólogo que tiene este país, decían el otro día en una entrevista que es lógico que algunas uvas, procedentes de ciertos viñedos y recolectadas con el máximo mimo, se paguen a 300 pesetas el kilo, pero que ello no implica que las que siempre se han pagado en cooperativa a 90, ahora se coticen a 200.
Et voila, that is the cuestion.
Pero mientras haya quien siga pidiendo «¡Un Rioja!», los bricks seguirán hinchándose a ganar dinero, y hasta a dominar el consejo regulador de Rioja para este no sea garantía de calidad.
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