Cava, político militar.
Publicado en la revista PlanetAVino Nº4, diciembre 2005
Si en algo coincidimos todos los gastrónomos del mundo, creo, es que mal guiso sale cuando se mezcla la política con otros ingredientes, aunque a la hora de la verdad, política hacemos todos desde que nos levantamos hasta que volvemos a la cama.
Acabo de llegar de Cataluña y los bodegueros están realmente preocupados por la inminente campaña de Navidad: “Lo estamos negando como Judas, me decía un conocido director comercial, pero el año pasado perdimos más de un 20% de ventas con la movida del castigo a los productos catalanes y este año, con la que han montado con el Estatut, me parece que nos va a salir el cava por las orejas”.
En cierto modo me alegré de escuchar esto porque, en los años ochenta, unos cuantos hosteleros, gastrónomos y críticos románticos, iniciamos una cruzada desinteresada en defensa del cava, sobre todo divulgando que es una bebida de aperitivo y no de postre, y el éxito fue tal, que los cavistas, en vez de mostrarse agradecidos, pensaron que habían encontrado el filón, que eran los virtuosos de la enología, e iniciaron una escalada de precios hasta rozar sus productos el nivel de los champagnes, así que no les viene mal un poco de cura de humildad, aunque el motivo del castigo sea tan sórdido como este, porque como ya apunté, cuando se mezclan política y gastronomía, suele cortarse la salsa.
Ya se empiezan a recibir mensajes, con lindezas que no pienso reproducir, animando a que brindemos con sidra o con gaseosa, y que dejemos el cava para que los catalanes celebren el nacimiento de su nueva “Nación”, y eso que en mi agenda hay poquitos, pero que muy poquitos, fachas.
Personalmente yo prefiero el champagne (algunos, claro, Moët desde luego, no) porque la uva Pinot Noir aporta una frescura, una estructura de acidez y unos tonos vegetales, que armonizan de maravilla con los pasteleros de las levaduras de la refermentación, pero eso no tiene nada que ver con los saltimbanquis de Maragall, Carod Rovira, Rajoy y compañía. De hecho, mi querido amigo Arturo Pardos, ilustrador del pasado Toque del Quera y feroz enemigo del cava, ha sido acusado de afrancesado en muchas ocasiones por decir lo mismo, así que ya puestos a meter política en la mesa, pues no podremos disfrutar de un Armagnac para no dar gusto a Napoleón, ni de un whisky en recuerdo a Trafalgar, nada de cervezas en castigo a Hitler, ni pizzas, mozzarella ni Parmesano, para no dar de comer a Berlusconi, y claro, Vodka, Habanos y rollitos de primavera, eso ni mirarlos, no vayamos a fomentar las dictaduras comunistas en el mundo.
Aunque, pensándolo bien, la fabada era el plato preferido de Dª Carmen Polo de Perlas, el lacón con grelos, de D. Manuel Fraga Jurásico, la paella del Sr. Zaplana Plana, el lechazo del expresidente Aznar de Botella y el gazpacho del califa Ibn Anguita. ¡Ah! Y nos dejamos los pimientos del piquillo, el bacalao al pilpil, el txacolí y otras locuras tendenciosas, porque si a Maragall hay que castigarle con el cava, pues al Arzallus, imagínense.
Lo más cachondo es que algunas prestigiosas marcas de cava tienen bodegas en otras comunidades y, de una de ellas en concreto, sé que el año pasado se puso las botas vendiendo su cava catalán con etiquetas de su bodega de Rioja y este año está ya preparando la campaña por todo lo alto. Y de otras riojanas que están ya comprando en San Sadurní y Vilafranca, grandes partidas de botellas en punta para que se las embotellen con su marca. Como la D.O. ampara nada menos que siete comunidades autónomas, pues ¡alegría!.
Ya solo falta que ese bodeguero que hizo el agosto en diciembre, salga por televisión gritando: “¡Eh! Que yo soy facha, que soy del Opus. Comprad mi cava, que yo soy catalán, pero de los buenos. Que no colaboro con el separatismo, sino que le regalo botellitas al Rey. Que tengo mi masía en Torreciudad y no en Puigcerdá”.
¡Qué asco! Qué gilipollez. Cuanto cretino anda suelto por esta renegrida piel de toro.
En fin, esperemos que los únicos estampidos que se escuchen estas navidades sean de los taponazos de cava, o de champagne (yo sigo en mis trece), y que esos amanuenses que se están apuntando a la casuista gastronómica, experimenten una catarsis con estas reflexiones y vuelvan a lamer las manos de sus amos, sin mezclar la política con la buena mesa, que bastante tenemos encima ya los críticos con tener que soportar a esos hagiógrafos que nos amargan la comida contando las maravillas de sus mecenas, como para que ahora nos vengan poniendo etiquetas políticas a vinos y viandas.
Acabo de llegar de Cataluña y los bodegueros están realmente preocupados por la inminente campaña de Navidad: “Lo estamos negando como Judas, me decía un conocido director comercial, pero el año pasado perdimos más de un 20% de ventas con la movida del castigo a los productos catalanes y este año, con la que han montado con el Estatut, me parece que nos va a salir el cava por las orejas”.
En cierto modo me alegré de escuchar esto porque, en los años ochenta, unos cuantos hosteleros, gastrónomos y críticos románticos, iniciamos una cruzada desinteresada en defensa del cava, sobre todo divulgando que es una bebida de aperitivo y no de postre, y el éxito fue tal, que los cavistas, en vez de mostrarse agradecidos, pensaron que habían encontrado el filón, que eran los virtuosos de la enología, e iniciaron una escalada de precios hasta rozar sus productos el nivel de los champagnes, así que no les viene mal un poco de cura de humildad, aunque el motivo del castigo sea tan sórdido como este, porque como ya apunté, cuando se mezclan política y gastronomía, suele cortarse la salsa.
Ya se empiezan a recibir mensajes, con lindezas que no pienso reproducir, animando a que brindemos con sidra o con gaseosa, y que dejemos el cava para que los catalanes celebren el nacimiento de su nueva “Nación”, y eso que en mi agenda hay poquitos, pero que muy poquitos, fachas.
Personalmente yo prefiero el champagne (algunos, claro, Moët desde luego, no) porque la uva Pinot Noir aporta una frescura, una estructura de acidez y unos tonos vegetales, que armonizan de maravilla con los pasteleros de las levaduras de la refermentación, pero eso no tiene nada que ver con los saltimbanquis de Maragall, Carod Rovira, Rajoy y compañía. De hecho, mi querido amigo Arturo Pardos, ilustrador del pasado Toque del Quera y feroz enemigo del cava, ha sido acusado de afrancesado en muchas ocasiones por decir lo mismo, así que ya puestos a meter política en la mesa, pues no podremos disfrutar de un Armagnac para no dar gusto a Napoleón, ni de un whisky en recuerdo a Trafalgar, nada de cervezas en castigo a Hitler, ni pizzas, mozzarella ni Parmesano, para no dar de comer a Berlusconi, y claro, Vodka, Habanos y rollitos de primavera, eso ni mirarlos, no vayamos a fomentar las dictaduras comunistas en el mundo.
Aunque, pensándolo bien, la fabada era el plato preferido de Dª Carmen Polo de Perlas, el lacón con grelos, de D. Manuel Fraga Jurásico, la paella del Sr. Zaplana Plana, el lechazo del expresidente Aznar de Botella y el gazpacho del califa Ibn Anguita. ¡Ah! Y nos dejamos los pimientos del piquillo, el bacalao al pilpil, el txacolí y otras locuras tendenciosas, porque si a Maragall hay que castigarle con el cava, pues al Arzallus, imagínense.
Lo más cachondo es que algunas prestigiosas marcas de cava tienen bodegas en otras comunidades y, de una de ellas en concreto, sé que el año pasado se puso las botas vendiendo su cava catalán con etiquetas de su bodega de Rioja y este año está ya preparando la campaña por todo lo alto. Y de otras riojanas que están ya comprando en San Sadurní y Vilafranca, grandes partidas de botellas en punta para que se las embotellen con su marca. Como la D.O. ampara nada menos que siete comunidades autónomas, pues ¡alegría!.
Ya solo falta que ese bodeguero que hizo el agosto en diciembre, salga por televisión gritando: “¡Eh! Que yo soy facha, que soy del Opus. Comprad mi cava, que yo soy catalán, pero de los buenos. Que no colaboro con el separatismo, sino que le regalo botellitas al Rey. Que tengo mi masía en Torreciudad y no en Puigcerdá”.
¡Qué asco! Qué gilipollez. Cuanto cretino anda suelto por esta renegrida piel de toro.
En fin, esperemos que los únicos estampidos que se escuchen estas navidades sean de los taponazos de cava, o de champagne (yo sigo en mis trece), y que esos amanuenses que se están apuntando a la casuista gastronómica, experimenten una catarsis con estas reflexiones y vuelvan a lamer las manos de sus amos, sin mezclar la política con la buena mesa, que bastante tenemos encima ya los críticos con tener que soportar a esos hagiógrafos que nos amargan la comida contando las maravillas de sus mecenas, como para que ahora nos vengan poniendo etiquetas políticas a vinos y viandas.
Si le interesa leer más sobre alguno de los temas aquí tratados, pínche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. Y no se olvide de consultar nuestros vinos favoritos en Vinos y Bebidas.