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Chipirones de potera

Chipirones de potera
 
Chipirones de potera
Diario El Comercio año 1997. Reformado en Agosto 2009.
 

Según afirman algunos entendidos, lo de la potera es un invento que recrea las formas de las chipironas, y así, cuando el mocito que anda de picos pardos por Gijón, distingue a duras penas entre las burbujas marinas de la playa de San Lorenzo, el atractivo perfil del engaño, se tira como loco a enredar sus tentáculos sobre el insinuante talle, y cuando se quiere dar cuenta de la trampa, pues ya está en el cubo del pescata.

Desde luego es cruel pensar en el fatal desenlace del devaneo amoroso del chipirón, sobre todo cuando siente los pinchos de la potera clavarse en sus partes.


Cerradura llena de chipironesVenga tonta, no seas arisca”, le debe susurrar al oído a la potera, y cuando comprueba, por primera y única vez en su vida, que su cuerpo sale del agua, enrollado a esa calamarcita punky que acaba de conocer, debe pensar: “Como viene de duro este verano. ¡Que fuerte!”.


Luego pasa a un cubo con otro montón de colegas, seguramente conocidos porque todos rondaban el mismo barrio, y a partir de ahí ya la orgía degenera en una auténtica Sodoma y Gomorra, sin chipironcitas ni nada, porque los pulpos y los calamares, según dicen los tratados de zootécnia, son todos un poco bujarrones (miren por el ojo de la cerradura y santígüense).


De esta forma, entre tomas y dacas, restregones y apretones, enrollamientos y resbalones, cuando se quieren dar cuenta, mueren todos asfixiados en el más delirante éxtasis sadomasoquista que Calígula hubiera podido imaginar.


Y todo ello sin soltar una gota de tinta, que es de lo que se trata, porque esta es la defensa del calamar, y si durante el proceso de pesca se sintiese agredido, el animalito soltaría su carga negra por las aguas, arruinando el objetivo de la captura, ya que cuando llegase al restaurante, el cocinero tendría que ligar la salsa con el tóner de la fotocopiadora.

La tinta de los chipironcitos es lo más sabroso que ningún gourmet ictiófago pueda imaginar, así que creo innecesario expresarles mi opinión sobre esos calamares que vienen en cajas, procedentes del Ártico.


Allí la captura es brutal y soez, sin la menor chispa de erotismo ni sensibilidad.


Los cefalópodos, así llamados, entre otras excentricidades, porque las patas les salen de la cabeza, acostumbran a vivir en grandes colonias en los polos.


Como en aquellas aguas hace un frío que pela, pues se juntan todos, acurrucadinos unos sobre otros y, cuando viene el buen tiempo, pues para estirar los tentáculos, vienen hasta Gijón a echar una canita al aire.


Hasta aquí todo bien, pero hete aquí que, hace unos años, fueron descubiertos por la voraz flota pesquera congeladora, y claro, cayeron todos a una, como Fuenteobejuna.


Piensen en la captura, una gigantesca red que envuelve a toda una ciudad, con el estruendo de las hélices a guisa de trompetas del Apocalipsis y, entre apreturas y estertores, que te descargen de cabeza en una bodega congeladora.


Debe ser algo así como esas tragedias que suceden en los campos de fútbol brasileños.


Después de la refriega, los manipuladores lavan los cadáveres, porque, durante la masacre, el que más y el que menos, ha lanzado toda su tinta a la desesperada, por eso, los pesqueros que realizan estas faenas, van siempre pintados de negro, ya que de lo contrario, los ríos de tinta que escurren por los aliviaderos e imbornales, conferirían al buque un aspecto absolutamente dantesco.


De ahí que cuando estos calamares polares llegan a nuestra mesa, se perecen más a un simple residuo de tanatorio, que a esos cachondos veraneantes que pescan los playus desde sus barquinas o desde el muelle de Llamaquique, en estas dulces noches de Agosto de la Asturias bullanguera ¡y “sexuarlll”!.

La mejor receta para degustar estos bichitos en su plenitud, es simplemente a la plancha, sin lavar ni nada, pero pueden verla en Chipirones a la plancha

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Escrito por el (actualizado: 04/07/2014)