León, por los pelos.

El final de esta particular Ruta de la Plata, digo porque la autentica llega hasta Gijón, está un poco descolgado del conjunto, más de doscientos kilómetros y todo diferente, como corresponde a esta provincia, antiguo reino independiente y que realmente va bastante por libre, incluso más próxima a Asturias y Galicia, que a Castilla.

Les recomiendo que vayan por Zamora para ir asimilando poco a poco el cambio de escenario (por Tordesillas es todo autopista y se van tan rápido que apenas si comprendemos lo que ha sucedido, es como cuando coges el avión en Madrid y te despiertas en Gambia, necesitas un día para situarte).

En León no hay jamones, ni dehesas, ni ciudades (entiéndaseme).

De hecho esta Escapada es como para cogerla con alfileres, porque el hotel está lejos del campo, los restaurantes no son ninguna maravilla y el paisaje no tiene mayor interés, sobre todo después de haber visto aquellas dehesas.

Esto es otro mundo, se llama La Maragatería.

El campo es magnífico, poderoso, de hecho casi todos los asturianos solemos ir allí de vez en cuando, porque es impresionante, aunque muy duro, conviene usar buggy. Imagínense como será, para dejar los campos que tenemos en Asturias, a tiro de piedra, y cruzar Pajares para darle allí al zapato, porque el campo se las trae.

Tengan muy en cuenta la climatología, porque un día de calor puede ser insufrible y uno de frío, es siberiano. Y también, la incompetencia de los empleados, así que tomen buena nota de las reservas, porque a mi ya me han hecho varias trastadas.

Para dormir les recomiendo ir a Castrillo de los Polvazares. Hay más de cuarenta kilómetros, por lo que conviene planificar bien la escapada. El pueblín es una delicia, muy restaurado, pero con casas de labranza de verdad, no como las de Santillana del Mar que se hicieron para los turistas. Aquí se vive la autentica soledad del medio rural. Pasear al atardecer por sus calles empedradas, oliendo el humo de encina de sus chimeneas y escuchando el silencio de los adobes, les aseguro que relaja el espíritu. Su slogan es: “Un bosque de piedras” y creo que lo dice todo, en todos los aspectos.

El hotel es muy coqueto y en su comedor se puede disfrutar del mejor cocido maragato de España (tiene fama el de Maruja, pero hay que encargarlo con tiempo y un número determinado de personas y, encima, aguantarle a la señora que nos cuente la retahíla de personas importantes con las que Luís del Olmo ha ido allí a comer). Procuren ir en primavera, porque el campo está resucitando, fresco, vivo, precioso.  Jueguen a primera hora de la mañana y dejen reservado el cocido para comer tarde. No es broma, el cocido se las trae, así que hay que organizar todo bien, siesta incluida.

La otra opción es zamparnos un corderito en el asador de Viloria, uno de los mejores lechazos de España, incluidos los de Aranda, Arévalo, Fuensaldaña y Peñafiel. Para llegar desde el campo, cogemos la autopista hacia León y luego hacia Madrid. Salimos para Onzonilla y caemos en el asador (hay que preguntar porque está escondido por un camino). Por la carretera vieja (la de Benavente) hay quince kilómetros, así que casi no merece la pena usar la autopista. Para volver al hotel, sí, sobre todo después de ponernos ciegos, porque hay que dar por hecho que nos vamos a pasar siete pueblos y hay casi cincuenta kilómetros, con pueblos, radares y alcoholímetros.

Como les dije al principio, es una Escapada atípica, incómoda, casi heroica, pero el campo de San Miguel, el cocido maragato, el cordero de Vitoria y el paseo nocturno por Castrillo, hacen un paquete francamente recomendable