La cuesta de enero y el precipicio de febrero.
El gran éxito de las tarjetas de crédito, es que podemos gastar lo que no tenemos, lo malo es que siempre hay que pagarlo cuando ya no nos queda ni el aliento, de modo que tras el desmadre de Navidad y Reyes, ahora que ya estamos pensando en cuanto queda hasta Semana Santa para poder disfrutar de unas merecidas vacaciones, nos llega la nota del banco avisando de que el próximo día cuatro nos llegará el cargo de los plásticos, ya saben: Visa, Amex, Master, goma dos, C-4, RDX, TNT, TNP, Amonal, y la madre que los parió.
En ese momento nos acordamos de los santos y buscamos las onomásticas de San Expedito y San Pancracio para hacerles la pelota con un ramita de perejil y una vela, pero resulta que caen en 19 de Abril y 12 de mayo respectivamente.
Demasiado tarde, para entonces ya nos habrán retirado el saludo en el banco y el cajero automático nos escupirá la tarjeta con un mensaje que dice: “No hay saldo disponible, imbécil, y no vuelvas a intentarlo o te la como” (la tarjeta, claro).
¿Qué hacer? No podemos hipotecar al niño porque no es inmueble y nadie lo acepta. No podemos vender sus teléfonos, MP3, Play Station y otros caprichos, porque, por lo que nos costó una fortuna, no nos dan ni las gracias. Devolver todo lo inútil que hemos comprado en los últimos meses tampoco es viable porque ya ha caducado el plazo de devolución y el ticket de compra lo hemos pasado a contabilidad. Y entonces, mirando en ese galimatías de números que solo entienden los administrativos, vemos como en la cuenta 629, llamada Gastos Varios, hay asientos por valor de 18.645€, de los cuales 12.514 son majaderías y el resto es compra de vino.
¿Porqué señor, porqué he pecado de forma tan estúpida? ¿Porqué le regalé a mi sobrino unas botas Nordica en vez de unas Chiruca de toda la vida? Con lo bien que me vendrían ahora esos dos kilitos despilfarrados, porque, obviamente, de lo que nos gastamos en vino, nunca nos debemos arrepentir.
Qué sociedad más estúpida hemos llegado a crear.
Ayer, al salir del cine (por cierto, si creían ustedes que las películas fachas esas que pasan por TV cada Semana Santa eran el colmo de la demagogia y la nausea, vayan a ver Lutero, era la gota que faltaba, hasta salen monjitas herejes cantando), entramos en un Kebab para pasar el trago. Cuando hincamos el diente vimos que aquel Falafel era una especie de hamburguesa prefabricada tipo McDonald’s, con ketchup y todo.
“Qué asco” dijo mi ex, y le respondí “Sí querida, pero piensa que esto es una franquicia, una cadena, o sea, un negocio triunfador, un producto que vende millones de unidades, porque para estructurar este montaje, antes han tenido que gastarse muchos millones en pruebas, de modo que esto es lo que gusta a la mayoría silenciosa, que es quién decide las leyes del consumo, el rumbo de la sociedad” y de nuevo, con voz queda, musitó: “Pepe, creo que he perdido la fe en la Humanidad”.
Sí, yo también, ya no cambiaré más de móvil ni de ordenador en lo que queda de año, no volveré al cine, ni a probar más porquerías de multinacional. Pienso reducir los asientos de la cuenta 629 solo al proveedor Coalla, que es quién me surte de vinos y jamones de Joselito. Austeridad, control, inteligencia, seré como el tío Gilito.
Piensen, pecadores, estamos en el precipicio de febrero, pero tenemos todo un año por delante para hacer acto de constricción y no volver a despilfarrar mas euros en bobadas. Desde hoy, solo ibéricos de bellota y buen vino, y algún complemento imprescindible como el aceite de oliva, el pan de leña, las anchoas, los salmonetes, etc., pero nada hecho con plástico, verán qué ahorro más grande.
Para neutralizar la acidez, que no amargura, de este Toque del Quera, en este mismo número publicamos una deliciosa receta que va en consonancia con el tema: Cena de pobres
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