Enoturismo
España madura, y una de las manifestaciones que nos inducen a tal conclusión es que cada vez son más nuestros turistas llamados culturales, esos que visitan piedras, parques naturales o se van a una matanza con el cultural objetivo de comerse hasta al rabillo del cochino (lo del esquí es turismo deportivo y del de sol y playa no hay que hablar).
Dentro de este gran cajón de sastre llamado turismo cultural, hay un apartado, el enoturismo, que en países civilizados como Francia, Italia y hasta California, han conseguido un verdadero filón, un tirón turístico que maneja cifras estatales e inversiones a largo plazo, porque se sabe que es algo que está en alza, un negocio que irá creciendo según la población envejezca, porque a los setenta años, uno ya no está para romperse los hueso en la nieve o soportar un hervidero de niños en la playa tirándose barro a la cara, pero sí es muy agradable visitar San Millán de la Cogolla, donde dicen que se inventó el español, hacerse una foto vestido de Apóstol en Santo Domingo de la Calzada y otra en el claustro de Nájera, comer como reyes en Ezcaray y, por la tarde visitar ciudades fortaleza hasta llegar a Laguardia, donde dormiremos en una hermosa bodega señorialmente adaptada a las comodidades actuales.
Hace un año, ediciones DUCO intentó hacer una guía sería sobre el enoturismo en La Ribera de Duero, un lugar si cabe más cargado de historia que La Rioja, con bodegas que resuenan en medio mundo y con una gastronomía que podía haber convertido Castilla León en algo así como en el Camelot del enoturismo, pero se encontró con el brutal desprecio de la administración que tenía que preparar cosas más serias como los paseos en barca por el Pisuerga, o el concurso de pinchos de la Plaza Mayor.
Hay que decir que ya habían editado una (como allí hay un bizcocho político que no entiende nadie, solo sé que la editó la Oficina de Enoturismo que es un lugar fantasma que a su vez depende de otro ente llamado Sotur, de quién la responsable es otro espectro llamado Ana Beatriz Blanco, que a su vez pertenece a no sé qué organismo), pero estaban mal todos los datos, y a lo máximo que se podía acceder cuando decía Turismo Enológico, era a una tienda donde te vendían vino, queso de la tierra y algún souvenir, pero de visita a la bodega, ni flores, aunque la chavala tampoco sabía si aquel vino se había hecho con uva Merlot o con el tonner de la fotocopiadora.
Una anécdota que vivimos hace poco en un restaurante de Valladolid, es que un cliente inglés quería saber con qué uva estaba elaborado aquel claretillo que tanto estaba gustando, y el supuesto sumiller, a lo máximo que accedió fue a decir “Uva de la tierra, si señor, de aquí, de Valladolid”.
Eso sí, hacen cenas maridadas con crujientes, espumas y desfiles de vajillas, aunque parece que la crisis está desbrozando el camino y cada vez hay menos pardillos dispuestos a hacer aspavientos ante una aceituna flotando sobre su aceite virgen.
Lo malo es que están matando la gallina de los huevos de oro antes de que esta empiece a poner, porque yo he tenido que pasar por algunas de estas experiencias y es de eso que piensas: “Si encima tuviese que pagar, les partía la cara”, así que el turista dirá ¡Vive la France!
Los yankis pusieron de moda el enoturismo gracias a su película Entre Copas, donde se veían bodegas preparadas para recibir manadas de guiris, restaurantes muy monos donde la sumiller te mareaba describiendo la uva Pinot Noir y en definitiva conseguían venderte las ganas de hacer un viaje enológico, aunque fuese por las aburridas tierras californianas, sin castillos ni fortalezas que asaltar.
Aquí hubo unos cuantos listos que dijeron: “Mía”, pero no se preocuparon de seleccionar restaurantes con sumiller, hoteles integrados en viñedos o en bodegas, hacer rutas de fin de semana o de un mes, dar cursos para que los encargados de mostrar la bodega, sepan que la uva Tinto Fino es un clon de la Tempranillo, o que un quesito zamorano va muy bien con los tintos de crianza de esa tierra.
Me parece que van empezar con una serie de televisión tipo Falcon Crest a la española, o sea, que vamos con treinta años de retraso y en cutre, porque ya me imagino a la maciza de turno enseñando canalillo y dando voces como La Carmen de Bizet .
¿Se imaginan las rutas de enoturismo que se podría hacer por Jerez, el Ampurdán, Somontano... Con esos paisajes, esa gastronomía, esa diversidad de vinos, esos pueblos, incluso el turismo rural existente y que necesita algo más que “quads” para tragar polvo por los caminos agropecuarios como acicate para atraer clientes.
¡Ay si Napoleón si nos hubiera invadido de verdad, España sería la ostia!