¿A sable? Vale, pero con humor
Aunque no lo parezca, mi querido y tiránico amo, el Proensa, en el fondo es un bendito, un santo que lleva soportando, impávido, bofetadas en su cruz, desde hace décadas.
Muy pocos sabemos los sapos que se ha tragado en pos del compañerismo, y no seré yo quién desvele sus secretos, pero me ha jurado que, muy pronto, va a tirar de la manta y, ya que el Peñín ha abierto la caja de los truenos poniendo sobre la cabeza del buen Andrés todos los pecados que él comete, pues ahora que cada palo aguante su vela.
Parece que el mensaje de grosería, zafiedad, desprecio por la intimidad y demás repugnancias que transmiten esos esperpentos televisivos llamados “Reality Show” y “Prensa amarilla”, han calado entre la sociedad más que muchos siglos de moral, ética y educación, y así nos encontramos con conductas tan nauseabundas como la que acaba de protagonizar el citado crítico, quién se subroga títulos de honestidad, embajador del vino español en el mundo, y otras vanidades por estilo, cuando todo aquel relacionado con el sector, sabe que no es más que un caduco sicofante, que ventosea unas incomprensibles incongruencias en sus patéticos discursos (parece ser que es a causa de un trastorno bipolar, porque, según él mismo declaró públicamente, sufre caídas de litio).
La diatriba ha sido motivo de páginas gloriosas de nuestra literatura clásica, como aquellos sonetos que se cruzaban Quevedo y Góngora, llenos de ponzoña, pero porque también contenían humor, envenenado, pero humor.
Decía Jardiel que todas las cosas importantes de este mundo empiezan por hache de humor y, llevando esta sentencia al extremo, en mi particular opinión (considero que escribimos para divertir e informar a los lectores), la literatura gastronómica debe cimentarse sobre tres haches: Humor, Humildad y Honestidad, tres conceptos que el bañezano desconoce, quizás por esa carencia de litio que el propio Freud llegó a desligar de las psicosis, para incluirla en las neurosis narcisistas, algo que quienes le conocemos y quienes leen sus artículos, podemos asegurar.
Su vida ha sido una manía obsesiva, lo que se denomina como celotípia, hacia nuestro pobre Andrés.
Yo le conozco hace más de treinta años, cuando su ex mujer, Lola Montilla, me vendía vinos para mi restaurante y él los ponderaba en la prensa para fomentar el negocio. De aquella, ya soñaba con ser el Robert Parker español y forrarse con el monopolio de la crítica, pero mira por donde apareció el Andresito, y Peñín sintió algo así como Herodes cuando le avisaron que había nacido el nuevo rey de los judíos, así que, como no pudo degollarle, pues desde entonces le persigue y calumnia a ver si consigue arrinconarle antes de morir.
No sé si de verdad se creerá que él solito es el Punto Omega que describía Teilhard de Chardin, pero usar las páginas de una revista, que, por cierto, no es suya, para ponderarse y pisotear a sus compañeros, como hiciera hace tres años con Enrique Calduch, y antes con el pobre y genial Manuel Llano Gorostiza, eso es nauseabundo.
Buscando el lado bueno de las cosas, lo que está claro es que, con la basura que publicó en el número de febrero, se ha quitado la careta, ha saltado al ruedo, estoque en ristre, así que acaba de empezar la corrida y los toritos ya podemos darle cornadas a gusto y, como somos una buena manada (ha dejado muchas víctimas en la cuneta), ahora va a sudar sangre.
Se lo van a pasar ustedes bomba.